sábado, 18 de mayo de 2019
La tristeza.
Contempla el sonido de la lluvia en los cristales de la galería.
La lluvia.
Hasta el cielo llora de vez en cuando.
Ella no.
Recuerda cuando le contaba a su amiga cómo se acababa de arrancar un trozo de corazón, ella misma, fiel a su "tú primero", como una donación en vida, de un órgano vital.
El corazón roto.
Su amiga dijo: Llora.
Y lo intentó.
Jura que lo intentó.
Y era patético, cuenta.
De forzado.
Cómo se hace esto?
No le digas al cielo que llueva,
las nubes no necesitan órdenes para llover.
Ella tampoco.
Pero sí sabe del peso en el pecho
y el nudo en la garganta.
El lamento habitual del cuerpo ha pasado del vientre
a la caja torácica.
La tristeza habita entre las costillas,
bien a resguardo,
protegida.
Y cuando abunda, llega hasta la garganta.
Pero difícilmente rebosa.
Cuando lo hace, es catártico.
Y cuando no, también.
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