El amigo le contaba que no iba muy bien la convivencia en su casa.
Vivo con un fantasma, decía.
Pero lo peor no es eso, porque puedo vivir con un fantasma, lo peor es que a veces vivo con un puerco espín.
Y entonces guardó silencio, como si reflexionara sus propias palabras.
Sonrió y dijo en voz baja, como para sí mismo:
Pero hacen falta dos para bailar un tango.
En una de las charlas del dharma, la monja había dibujado en la pizarra una ilustración sobre el funcionamiento de la mente. Un circunferencia dividida en dos hemisferios. Abajo, la conciencia almacén (o el inconsciente, según términos psicológicos), donde se depositan y guardan todas las semillas de las emociones potenciales. En el hemisferio superior, la conciencia mental, donde se manifiestan dichas experiencias emocionales.
Qué semillas crecen y dan fruto en la vida consciente? Las que riegas y nutres.
Si nutres la ira, el odio, la alegría, la paciencia, la ecuanimidad, la envidia... ésas son las experiencias que se manifiestan en tu vida consciente.
Pero la realidad es que están todas, absolutamente todas las semillas, en tu conciencia almacén; las que tú consideras positivas y las que consideras negativas, las mejores y las peores.
Todas están ahí, procedentes de tu vida personal, de tus ancestros, familiares, culturales o espirituales.
Todas las experiencias posibles están ahí, en tu conciencia almacén.
Por eso hay que saber cómo nutrirlas, y comprenderlas, para que se manifiesten en tu vida consciente de una forma creativa y sin causar muchos estropicios.
Todas las semillas están en tu conciencia almacén o inconsciente, repitió.
Pero tú sólo seleccionas unas cuantas con las que te identificas y ahí designas "yo".
Y dibujó una línea cerrada de subconjunto dentro del conjunto de las semillas de la conciencia almacén.
Tú dices "esto soy yo" (inteligente, atractiva, insegura, amorosa, víctima... las características que sean, con las que te identificas). Y lo demás no tiene nada que ver conmigo.
Pero todo tiene que ver contigo. Porque todo está en ti.
Así que el amigo que le contaba que "puede vivir con un fantasma, pero lo peor es que a veces vive con un puerco espín", guardó silencio y en una milésima de segundo vio pasar la película de la monja junto al gráfico en la pizarra, y su planteamiento sobre el funcionamiento de la mente.
Y entendió que estaba dibujando un subconjunto en la identificación del "yo" de su compañero de piso (fantasma, puerco espín...).
Y por un momento percibió todas las demás semillas (comunicativo, amoroso, generoso...). Todas las demás semillas también están en él.
Pero estaban dando fruto sólo las que se habían encargado de nutrir. Los dos.
"Porque hacen falta dos para bailar un tango".
Si empezaba a nutrir las semillas que echaba en falta, ésas serían las que florecerían.
Lo mismo que vale para comprender el propio "yo" (mis miedos, mis dolores y alegrías), vale para comprender el "yo" de quien tenemos delante, y las relaciones, y el yo colectivo.
Si nos dedicamos a nutrir una parte de las semillas, ésas son las que darán fruto.
Pero todas están aquí (en ti, en mí, en el yo colectivo, y hasta en el "yo" de los vínculos y relaciones).
Si te condeno a ser una parte de lo que eres, es difícil que se manifieste todo lo demás que también eres.
Y podría ser como una cárcel de la que es difícil salir.
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