sábado, 20 de abril de 2013

Nirvana en samsara.





Y lo amaba todo de su vida mortal.
La luz del mediodía en su estudio
casi tanto como la luz del crepúsculo como una fiesta interminable.
Amaba el derroche, la abundancia de esta vida generosa,
por mucho que se empeñara en mantener una experiencia ascética
y una fortaleza estoica.
Por mucho que quisiera sumergirse en el placer profundo en los desiertos y calas vírgenes de su tierra natal,
la vida se las apañaba para hacer brotar, a su paso, vergeles y huertas fecundas y montañas frondosas.
Lo amaba todo de su vida mortal,
el mar como un abrazo de agua,
el sol como una caricia envolvente (no me ames tanto),
los días grises como una mano que la impulsaba a la transcendencia,
como un haiku,
como una canción de cuna.
Lo amaba todo
de este viaje,
de esta habitación de hotel
de paso.
La voz del viento,
Dios, cómo la enloquecía la voz del viento,
cómo la embriagaba
su promesa:
yo te rescataré,
espera un poco y verás,
esta magnífica historia
se acaba.
Lo amaba todo
de samsara y de nirvana,
nirvana en samsara.
Los adagios de Bach y Albinoni y Pachelbel que acunaban las noches con su niña pequeña,
las canciones de Battiato y los accesos místicos de Teresa de Ávila
(tu corazón es una piedra cubierta de musgo, nada la corrompe, y tu cuerpo es columna de fuego...)
La meditación sentada, la meditación caminando
y la meditación
bailando.
Desde que se había metido el dharma en sus venas había empezado a bailar
y aún no había parado.
Amaba a sus compañer@s de sangha con quienes compartía interminables ágapes del dharma
y a su amigo epistolar (aun cuando silenciaba, una eternidad de silencio, una orfandad)
y a su amor de batalla,
su compañero cotidiano.
Comerse el monte y el campo
(las especias aromáticas, las hojas verdes);
degustar el regalo de sus hermanas
(los huevos de gallinas en libertad, el queso azul sobre la ensalada);
los helados,
el agua pura
como un río que regaba todas sus células a lo largo del día,
el vino tinto como un viñedo en su mesa
y el vino blanco.
Lo amaba todo
de su aventura humana,
también las pérdidas y los duelos y el corazón roto
y el nudo en la garganta
y el pellizco en la boca del estómago.
Y los mensajes del vientre.
(De todos sus agregados físicos, los intestinos eran su mejor chivato).
Todo, lo amaba
y la fascinaba.
El misterio de los hilos invisibles que mueven el carrusel.
Cuando era bienvenida y cuando era expulsada,
todo tenía un sentido,
todo era
el mismo regalo.
Dios, cómo la embriagaba la vida.
Las mañanas de primavera y las tardes de otoño
y las noches de invierno
y hasta el verano plomizo bajo el sol del desierto
de Almería,
o a cubierto
a la hora de la siesta.
No había nada que no amara
de su vida humana.
Así que cuando le hablaban de renuncia,
lo soltaba todo
y seguía amando.

















Lo soltaba
y seguía
amándolo.



5 comentarios:

  1. Eso, eso es lo que tenemos que conseguir, soltarlo todo sin apego y simplemente amar. Gracias por compartir, Un abrazo

    ResponderEliminar
  2. Pura vida! me encanta tu ritmo. Gracias!!!!

    ResponderEliminar
  3. Me encanta que te encante. Otro regalo. :)

    Y gracias a vosotras.

    un abrazo.

    ResponderEliminar
  4. Mi querida amiga, gracias por recordarme lo mucho que se puede llegar a amar todo e incluso amar nada.

    cati

    ResponderEliminar
  5. :)

    Gracias a ti, Cati. Tu crecimiento y tu apertura son para mí una inspiración.
    Y tu vocación de disfrute.

    beso.

    ResponderEliminar