martes, 29 de septiembre de 2015

La respiración.




Inspira.
Y el aire de la montaña, los sonidos de los pájaros al volar, los colores del atardecer, las formas de las nubes, los aromas de los árboles y la tierra, se hacen cuerpo en su cuerpo.
Espira. Y su organismo se purifica, se limpia, se vacía.

Y se pregunta por qué sigue encontrando lo sagrado ahí fuera, todo, sagrado, y aquí dentro (aún la separación) meros desechos, residuos, tóxicos, basura y heces.
Karma que purificar.
Tanto agasajarse con ofrendas sagradas y al final sólo tiene basura para dar.
Aquí hay un error de visión -inspira.
Quizás otra vez buscando la alegría, lo divino, en el autobús de enfrente.
Espira.
Decidió probar otra vez.





Inspira.
Y el aire de la montaña, los sonidos de los pájaros al volar, los colores del atardecer, las formas de las nubes, los aromas de los árboles y la tierra, se hacen cuerpo en su cuerpo.
Espira.
Y se vierte en el Cosmos sagrado, en el Cuerpo de Dios.
Se vacía, se funde.
Desaparece en un coito definitivo.
Fusión, disolución definitiva.
Como agua vertida en agua.
Como espacio vertido en espacio.
Vacío en el vacío.
Como si ya no necesitara mudra ni consorte para llegar a casa.

Solía decir que hacer el sexo (ella sabe por qué lo llaman "amor") era la forma más profunda e intensa de meditar en la muerte, el amor y la vacuidad.
La experiencia más cercana de muerte, amor y vacuidad.

Pero no la única.


Inspira
y espira.
Inspira y espira
sueños de vigilia.
Y sueños de la noche.





Inspira el vuelo de los pájaros al amanecer, la voz del viento, el sonido de los cacharros en las cocinas que suben por el patio de vecinas y entran por las ventanas y por las paredes; en los lavabos, desperezando el cuerpo; el olor del café recién hecho y las tostadas; los pasos y el silencio de palabras, entran en ella, aún en la cama, y envuelven su piel y navegan por su sangre y el oxígeno en sus células.

Espira y se vierte, el soplo de su alma en su respiración, sus órganos en calma, haciendo sin hacer, como un árbol presente, como la pequeña maceta de albahaca en su mesa del desayuno.
Su alma y su cuerpo se vierten en el alma y el cuerpo de Dios.



Inspira el aire fresco de la montaña del Montjuic y la taza de agua caliente con limón, en el terrado ("El mejor lugar del mundo es aquí mismo", dice la inscripción en la taza blanca).
El olor de la ropa tendida de la vecina paquistaní. Las telas coloridas como banderas de celebraciones al viento.
Espira su amor y su gratitud.
(Da igual lo tópico que suene al relatarlo, así es como es)








Inspira el café con cardamomo en su taza, el tahín casero (sésamo, linaza y aceite de oliva), el dulzor del sirope de ágave, el embriagador amargor de las almendras crudas al mezclarse con las uvas en su paladar, las aceitunas con el pan de semillas y nueces.

El mundo se disuelve en su boca y en su olfato y en sus oídos y en su piel.
Y ella se disuelve en el mundo.

Inspira y está en casa.
Espira
y está en casa.




martes, 15 de septiembre de 2015

El santuario.








Gris.
Algunas gotas en el suelo del balcón.
Al fondo, la montaña del Tibidabo iluminada bajo un cielo de nubes y claros.
Nubes viajeras, blancas, como gigantes copos de algodón, sobre un cielo azul claro.
En la terraza de enfrente las plantas bailan la suave melodía del viento.
Un gato maúlla.
La vida como un haiku.
Un fotograma sagrado.
Eterno.
No hay un fotograma detrás de otro. Cada fotograma es presente y eterno.
Cada haiku, cada instante eterno.
Y el santuario (la Tierra Pura) está en todas partes.
En su gompa particular (el futón sobre el tatami, el silencio, los libros inspiradores).
En la orilla del mar, donde una réplica de sí misma inspira y espira partículas de océano, y silencio.
En el retiro de silencio en Corella con Thay Doji.
En las calles de Varsovia, caminando el mundo.
En el tren a Cracovia, un mandala de ofrendas en el paisaje, externas e internas.
El santuario está en todas partes
y samsara y nirvana están aquí mismo;
lo divino y lo humano,
aquí mismo.
Las dos caras de lo mismo. Lo mismo.
Y ni siquiera hay una moneda que lanzar al aire.




miércoles, 9 de septiembre de 2015

Comer como Dios. :)


Más sobre Comer bien. 2ª parte.

Comer como Buda


Cómo aplicar los principios budistas a la alimentación.




Comer como Dios, o como Buda, no depende sólo de lo que pones en tu mesa. La buena comida no es sólo lo que preparas en tu cocina y tiene más que ver con la percepción de tu mente que con los productos que digieres en sí. Ya lo dijo el Buda, "todo es una percepción de la mente", el sueño soñado de Calderón.




En este artículo vamos a tratar precisamente de esto, de la actitud ante la comida, en este caso de los preceptos budistas aplicados a la alimentación. Y es que ya se sabe que el budismo es un cajón de sastre equipado de herramientas de múltiples usos. No sería válido si no fuera así.
En el caso de la alimentación, una correcta aplicación de las cuatro nobles verdades y el óctuple sendero (los cimientos sobre los que se alza la práctica budista en su totalidad) puede ser de utilidad para todas las alteraciones relativas al tema, desde el exceso de peso, la bulimia, deficiencias nutritivas, etc. etc.



I. La importancia del "camino medio".

El camino medio que propone el budismo nos señala el equilibrio entre el exceso (la publicidad, los alimentos que nos venden por sus regalos, los supermenús, los superplatos de carnes y pescados, las comidas hiperproteínicas e hipercalóricas, comer en el cine, comer frente al televisor, quedar para comer, comer, comer...) y las privaciones de las dietas light (incluido el alto consumo en programas para perder peso, libros, cintas y tratamientos).
- Es importante escuchar al cuerpo y ser consciente de cuándo tienes hambre, qué nutrientes necesitas en cada momento y en qué medida. Lo ideal sería no comer sólo porque el reloj lo dice o lo dictan las circunstancias. Sin embargo, si ha de ser así, si sólo tienes un rato para comer, aunque no tengas hambre, y luego no habrá manera, elige algo frugal, con mucha agua y fibra, como frutas y verduras. Por el contrario, cuando el estómago te pide tomar algo entre comidas (cuando no hay tiempo disponible), o necesitas energía, recurre a los panes, cereales integrales y frutos secos como tentempié. Te darán la energía que necesitas y acallarán los ácidos sin producirte una mayor acidez y sensación (engañosa) de hambre -que producirían las frutas, por ejemplo.

  • No te saltes las comidas, no pases hambre pensando en adelgazar porque producirías el efecto contrario. La ansiedad y el hambre reprimida te hará comer más de lo que necesitas cuando te sientes a la mesa, con los consiguientes empachos posteriores, exceso de peso y acumulación innecesaria de toxinas. 
  • Come despacio, saboreando lo que ingieres, y descansa cuando consideres que ya has saciado tu hambre. Recuerda que tu cerebro tarda unos 20 minutos en detectar esa saciedad, y cometerías un error pasándote todo ese tiempo engullendo lo que ya no necesitas. 
  • No te trates como un cubo de basura, acabando los platos por no tirarlo o consumiendo los productos de la nevera antes de que se estropeen (eso va por nosotras, mamás). Aquel viejo eslogan de que lo que no mata engorda estaba equivocado: lo que no mata de golpe, puede matar despacio.
    Si no vives en medio de una guerra o en un país devastado y pobre, no necesitas acumular reservas. Y todo lo que no necesita tu cuerpo aquí y ahora puede volverse contra ti. 
  • No te pases ni le escatimes a tu cuerpo los nutrientes que necesita. Respétate: elige el camino del medio.


 II. Las cuatro nobles verdades.




 1. El sufrimiento existe.

La comida como sufrimiento: enfermedades causadas por la mala alimentación; afecciones por exceso (sobrealimentación) o por defecto (deficiencias nutritivas); el sentimiento de culpabilidad tras una comida equivocada, impotencia ante las tentaciones... Es importante saber dilucidar cuánto de este sufrimiento es inevitable y cuánto depende de ti.
Tal vez puedas hacer poco contra las toxinas, productos químicos y modificaciones genéticas que lleva a cabo la industria de la alimentación, pero siempre estará en tu mano elegir los productos menos nocivos, los más naturales, locales y de temporada. Evitarás muchas molestias, enfermedades y sufrimiento en general.
El sufrimiento existe en el mero hecho de la elección en sí; la toma de decisiones siempre implica un estrés. Pero informarnos bien y hacerse el firme propósito de descartar de nuestra rutina alimentaria los productos más nocivos, nos ayudará a vivir mejor y esdtablecer pautas de conducta que nos evitará tener que plantearnos continuamente un buen número de decisiones.

2. El apego al deseo como causa de sufrimiento.

Definir los apegos o deseos culinarios que causan sufrimiento. Definir la ansiedad o espíritu hambriento (nunca es suficiente, por lo que no hay placer sino más sufrimiento). Tú y tu deseo no sois lo mismo. Los deseos pueden desaparecer tan pronto como llegan.
Define y haz una lista de tus mayores tentaciones: los dulces, el café, el alcohol, los embutidos o snacks salados, el chocolate, los helados... Quizás puedas descubrir por qué sientes esa atracción tan fuerte hacia un producto en particular; asociación con situaciones, por ejemplo, o bien la necesidad de tu organismo por más azúcar, energía, proteínas o lo que sea.
Tus deseos, el espíritu hambriento que nunca se sacia, y tú no sois lo mismo. Si es una compañía que no te aporta nada bueno, puedes apartarla de tu vida con las adecuadas estrategias.





3. El sufrimiento cesa al liberarte del deseo.

Observa los hábitos y deseos que te resistes a abandonar; la consecuencias que producen en ti, ¿son beneficiosas? ¿te hacen feliz?; observa con atención tu relación con el apego (qué hace que vuelvas a consumir dulces y helados o comidas hipercalóricas). Resuelve las situaciones internas (rabia, ansiedad, impotencia) y cambia las condiciones que te inducen a esa inercia perjudicial.
Una vez eres consciente de ciertos apegos nocivos en tu vida puedes introducir sustituciones por productos más sanos que cubran tu necesidad. Si requieres energía o azúcar, los cereales integrales (palitos de pan integral o galletas sin aditivos químicos, p.e.), frutos secos, patatas o boniatos pueden ayudarte según la situación. Si requieres proteínas, puedes añadir más soja en sus mútiples formas, o legumbres y cereales debidamente combinados (lentejas con arroz, p.e.), y dejar de llenar la nevera con carnes grasas y embutidos.

Además, muchas veces los aparentes deseos culinarios no son más que tapaderas de otros deseos emocionales o estados de ánimo, como la rabia, ansiedad, frustración. Si es así, define esas emociones y afróntalas cara a cara, dejando la comida a un lado. No tiene nada que ver con ella, no la metas en esto.
Define los apegos, revisa las viejas rutinas/acuerdos y establece sustitutos/nuevos acuerdos más beneficiones para ti.

4. Existe un método para la cesación del sufrimiento:
el Óctuple Sendero.

No tienes que inventar la estrategia ni el método para librarte de los deseos nocivos y el sufrimiento que comportan. Puedes hacerlo si quieres y te ves capaz, y te funciona. Pero en cualquier caso, te vendrá bien saber que el budismo diseñó su propuesta particular con el nombre de "el noble óctuple sendero".


III. El Noble Óctuple Sendero.

1. La comprensión correcta.



Define qué es malo para ti y qué te beneficia. Haz una lista de alimentos, situaciones y actitudes recomendables y perjudiciales en tu alimentación.

2. La aspiración correcta.

Define y visualiza quién quieres ser física y emocionalmente; tu estado de salud; el tipo de vida activa o sedentaria que quieres llevar. Visualiza y programa quién quieres ser.

3. El habla correcta. (El poder de la palabra: magia blanca/magia negra).

No hables mal de nadie durante la comida (ni antes ni después, a ser posible); abstente de criticar la forma de comer de las/os demás comensales (come mucho, poco, mal...); los errores de la cocinera o las preferencias y rechazos de otras personas. Las palabras también se digieren.

4. La acción correcta.

Considera lo que comes y cómo lo comes como parte de la red universal de interrelaciones. Evita el despilfarro; recicla los sobrantes; protege los nutrientes (no abuses de altas temperaturas, fritos y asados de fuego directo; no tires el agua de las verduras; no quemes los alimentos convirtiéndolos en toxinas); apoya la agricultura local; respeta la vida en todas sus formas y agradece el regalo de la energía que consumes para convertirse en parte de ti.

5. El modo de vida correcto.

No matar (las emociones a través de la comida; los nutrientes que pueden seguir produciendo energía dentro de ti); no robar (consumiendo más comida de la que necesitas) y no abusar de la comida como si fuera una droga para embotarte o escapar de otras emociones.

6. El esfuerzo correcto.

Ni demasiado (la obsesión) ni demasiado poco (la comida rápida). Evitar la actividad incesante; emplear demasiado tiempo o demasiado poco en comer, cocinar, comprar. Cuando se come, se come, y luego se pasa a otra cosa (no comemos mientras vemos la tele, escribimos, trabajamos, jugamos a las cartas, pasaeamos o conducimos). Cada cosa a su tiempo.

7. La atención correcta.

Comer/vivir aquí, ahora. Cuando compras, cocinas, te sientas a la mesa, friegas los platos.

8. La concentración correcta.

La capacidad de la atención plena: cuándo tienes hambre, cuándo no; qué nutrientes está necesitando tu cuerpo en cada momento y cuáles no -sin equívocas intromisiones del deseo.

Resumiendo, recuerda siempre que cómo comes no es más que un reflejo de cómo vives. Quién eres -o cómo eres- se manifiesta en todo lo que haces. Evidentemente, nadie es perfecto, y ni tú ni yo ni nadie somos Dios ni vamos a vivir/comer como Dios, pero sí podemos vivir/disfrutar en el empeño. Vivir/comer con atención, con la consciencia de que lo que comemos pasará a formar parte nuestra (como lo que vivimos, nuestras experiencias, pasan a formar parte de nuestra vida y de nuestro ser). Con agradecimiento por el regalo que el planeta y el trabajo de otras personas nos ofrecen. Con generosidad hacia nuestro propio organismo o hacia el de otras personas, cuando nos toca cocinar. Eliminando los venenos y toxinas siempre que esté en nuestra mano. Con placer y tiempo, degustando cada bocado y evitando el despilfarro, el desaprovechar las experiencias, por muy cotidianas y repetidas que nos parezcan -cada instante de nuestra vida es único e irrepetible.
En definitiva, estableciendo unos hábitos correctos.
Y a comer/vivir como Buda.
Buen provecho.






De la web de salud natural Crecejoven.

jueves, 3 de septiembre de 2015

Comer bien, comer conscientes.



Comer bien es comer con conciencia, gratitud y compasión.



Nuestra salud y la salud del planeta no están separadas. Si te importa tu salud personal has de cuidar la salud del planeta, porque es la misma. Y para ello, hay que cambiar por completo la relación que mantenemos con la Tierra.


Podemos comer de manera tal que “dejemos de contribuir al cambio climático y ayudemos a curar y preservar nuestro precioso planeta”. Esto implica reflexionar profundamente sobre lo que compramos y lo que comemos.Lo que compramos y comemos puede contribuir al cambio climático o puede ayudar a detenerlo.
Comer es una oportunidad de nutrir nuestro cuerpo con las maravillas del cosmos, a sabiendas de que no estamos destruyendo la tierra al hacerlo.



Como familia espiritual y familia humana, todos podemos ayudar a evitar el cambio climático con la práctica de comer de forma consciente. Hacerse vegetariano puede ser la manera más eficaz de frenar el cambio climático. Ser vegetariano ya es suficiente para salvar el mundo.”
(De la carta de Thich Nhat Hanh en Blue Cliff, 2007)



El maestro budista vietnamita y activista por la paz Thich Nhat Hanh nos invita a recordar cinco argumentos, como una oración, antes de empezar a comer, mientras contemplamos los alimentos que nos van a nutrir sobre la mesa.







Las Cinco Contemplaciones.
1. Esta comida es un regalo del universo entero: de la tierra, del cielo, de numerosos seres vivientes y del trabajo duro y amoroso de muchas personas.
2. Comamos con gratitud y plena consciencia para ser dignos de recibirla.
3. Reconozcamos y transformemos nuestras formaciones mentales insanas, especialmente la avidez, y aprendamos a comer con moderación.
4. Mantengamos viva nuestra compasión de forma que reduzcamos el sufrimiento de los seres vivos, dejemos de contribuir al cambio climático y ayudemos a curar y preservar nuestro precioso planeta.
5. Aceptemos este alimento con el fin de nutrir nuestra hermandad, construir nuestra comunidad y alimentar nuestro ideal de servir a todos los seres.


Los centros y retiros de práctica de Plum Village (el centro budista de residencia de la comunidad de Thich Nhat Hanh) siempre han sido vegetarianos y desde 2007 también son veganos. En octubre de 2007, Thay escribió su famosa carta en el monasterio Blue Cliff, donde explicó por qué la comunidad se estaba convirtiendo en vegana para nutrir la compasión y ayudar a salvar el planeta.
Los productos lácteos y los productos derivados del huevo (…) son productos de la industria cárnica —escribió—. Si dejamos de consumirlos, dejarán de producirse. (…)
Según estudios de la Universidad de Chicago, un vegano emite aproximadamente 1,5 toneladas menos de dióxido de carbono a la atmósfera cada año que una persona que come carne.”
Esto es lo que Thay recomendó: “Las comunidades deben ser valientes y tomar el compromiso de ser vegetarianas al menos 15 días cada mes. Si podemos hacerlo, sentiremos una sensación de bienestar. Tendremos paz, alegría y felicidad desde el momento en que tomemos este voto y compromiso”.
Desde que Thay escribiera esa carta hace seis años, la ONU ha hecho un nuevo llamamiento para un cambio global hacia una dieta libre de carne y lácteos.
(Publicado el 15 de enero 2014 en plumvillage.org.)


Por qué nos propone Thich Nhat Hanh dejar de comer carne y pescado (la alimentación vegetariana) y aún más, empezar a reducir y abandonar los productos de origen animal como los lácteos y los huevos (la alimentación vegana)?
Por una parte, se trata de motivos de salud, no sólo en cuanto a los propios perjuicios de las grasas saturadas y del exceso de proteínas animales, sino por las toxinas añadidas en la industria cárnica, tanto en la propia alimentación química de los animales criados para el consumo humano como por los antibióticos administrados a los animales (para evitar que se propaguen las enfermedades en su hacinamiento en campos de concentración), hormonas (para aumentar el peso y el agua en la carne), etc.
Pero también por motivos éticos, ya que la industria cárnica ha dejado de considerar a los animales como tales (como seres vivos) para pasar a tratarlos como meros productos de consumo, con unas condiciones de vida deplorables, en hacinamiento y maltrato, tanto en la crianza como en el transporte y la forma de matarlos.
La alternativa budista consiste en intentar llevar a nuestra mesa una alimentación libre del maltrato y el sufrimiento ajeno. Una alimentación consciente y compasiva.
Y eso es posible porque la Tierra nos ofrece productos como las semillas, frutas, verduras, cereales o legumbres más que suficientes para mantener una buena salud y para alimentar a todos los seres del planeta.



Pero Thich Nhat Hanh va mucho más allá, tal como explica en su libro “Un canto de amor a la Tierra”.
Transcendiendo el enfoque científico, que se centra en la destrucción de los ecosistemas o la desaparición de las especies, Nhat Hanh profundiza en el aspecto más esencial, que tiene el potencial de crear un verdadero punto de inflexión: superar el concepto de “medio ambiente”, ya que éste nos lleva a sentirnos separados de la Tierra y a ver el planeta únicamente en términos utilitarios, desde una visión antropocéntrica.
Rechazando enfoques economicistas convencionales, “Un canto de amor a la Tierra” nos enseña que para cumplir nuestros deseos de mantener una vida sana y alimentarnos correctamente, así como para liberarnos de nuestra adicción al consumismo, proteger la naturaleza y atenuar el cambio climático, necesitamos la plena conciencia, una revolución espiritual que otorgue sentido y conexión a nuestras vidas, porque nuestra felicidad personal está indisolublemente unida a la felicidad de nuestro planeta.
En resumidas cuentas, no se trata sólo de “cuidar el planeta” por el bien de futuras generaciones o para nuestro propio beneficio, sino de ver el planeta como nuestro propio cuerpo. O, si quieres, comprender que nuestro cuerpo es parte del cuerpo el planeta, y del cuerpo cósmico en general.
Lo que le hacemos a nuestro cuerpo se lo estamos haciendo al cuerpo cósmico y lo que le hacemos al cosmos, o al planeta (a los campos, los bosques, los mares y los ríos, los animales y el resto de los seres que lo habitan) se lo estamos haciendo a nuestro propio cuerpo.
Nuestra salud y la salud del planeta no están separadas.
Si te importa tu salud personal has de cuidar la salud del planeta, porque es la misma.



Gran parte de nuestro miedo, odio, ira y de nuestros sentimientos de separación y alienación se derivan de la idea de que estamos separados del planeta. Nos consideramos el centro del universo y nuestro interés se centra casi exclusivamente en nuestra supervivencia personal. Y, cuando nos preocupamos por la salud y el bienestar del planeta, lo hacemos de un modo interesado. Queremos que el aire sea lo suficientemente sano para poder respirarlo, y queremos que el agua sea lo suficientemente limpia para beberla. Pero, para cambiar la relación que mantenemos con la Tierra, no basta con limitarnos a emplear productos reciclados o colaborar económicamente con grupos ecologistas. Tenemos que cambiar por completo la relación que mantenemos con la Tierra.
Vemos la Tierra como un objeto inanimado porque nos hemos alejado de ella. Y también nos hemos alejado de nuestro cuerpo. Son muchas las horas del día que pasamos sin ser conscientes de nuestro cuerpo. Estamos tan atrapados en nuestro trabajo y en nuestros problemas personales que nos hemos olvidado de que somos algo más que nuestra mente. Muchas de nuestras enfermedades se derivan, precisamente, de este olvido de nuestro cuerpo. Y también nos hemos olvidado de la Tierra, es decir, de que la Tierra forma parte de nosotros y que nosotros formamos parte de ella.
La Tierra y nuestro cuerpo están enfermos porque los hemos descuidado.



Si contemplamos atentamente una hoja de hierba o un árbol, veremos que no son mera materia. La hoja y el árbol poseen su propia inteligencia. Una semilla, por ejemplo, sabe cómo crecer y convertirse en una planta con hojas, flores y frutos. Un pino no es sólo materia, sino que también posee su propia inteligencia. Una mota de polvo no es sólo materia, ya que cada uno de sus átomos es una realidad viva que posee su propia inteligencia.


Si consideramos a la Tierra como un organismo vivo, podremos curarnos a nosotros y curarla también a ella.
Cuando nuestro cuerpo físico está enfermo, necesitamos hacer un alto, descansar y prestarle atención. Tenemos que detener nuestro pensamiento y emplear la inspiración y la espiración para regresar al hogar de nuestro cuerpo. Cuando veamos nuestro cuerpo como un milagro, veremos también a la Tierra como un milagro y empezaremos a cuidar su cuerpo. Cuando volvemos a nuestro hogar corporal y cuidamos de nosotros, no sólo sanamos nuestro cuerpo y nuestra mente sino que también contribuimos a la sanación de la Tierra”.
(De “Un canto de amor a la Tierra”)


Otras frases y reflexiones del libro “Un canto de amor a la Tierra”, de Thich Nhat Hanh:


  • Nosotros somos la Tierra y la Tierra siempre está en nosotros.
  • No necesitamos dirigir nuestras oraciones ni expresar nuestra gratitud a una divinidad remota o abstracta con la que es difícil o imposible permanecer en contacto. Podemos dirigir nuestras oraciones y expresar nuestra gratitud directamente a la Tierra. La Tierra está aquí mismo. Ella nos sostiene de un modo muy concreto y muy tangible. Nadie puede negar que el agua que nos sostiene, el aire que respiramos y el alimento que nos nutre son regalos de la Tierra.
  • No busques a los santos y bodisatvas en tu imaginación. Están justo delante de ti y debajo de tus pies. 
  • Si comemos prestando atención a una simple rebanada de pan, podemos advertir en ella la Tierra, el Sol, las nubes, la lluvia y las estrellas. Sin esos elementos, la rebanada de pan ni siquiera podría existir. En este pedazo de pan se congrega la totalidad del Cosmos.
  • Ser es interser.
  • Cuando estamos real y profundamente en contacto con el pan, es todo el universo el que nos nutre. Entonces recibirás, con cada bocado, el cuerpo del cosmos.
  • Hay quienes creen que el cielo (cristiano) o la Tierra Pura (budista) están en algún lugar remoto al que irán cuando mueran, pero no tenemos la menor prueba de la existencia de tales lugares. No deberíamos dejarnos disuadir por la idea de un paraíso abstracto. La Tierra es real. La Tierra está aquí. La Tierra es un hermoso fenómeno que está aquí y ahora. Tenemos que volver a tomar refugio en la Madre Tierra. 
  • Cuando nuestra mente está en calma y nuestros sentidos se abren, podemos ver el milagro de la vida que nos rodea. Entonces nos damos cuenta de que ya estamos en el Reino de Dios, ya estamos en la Tierra Pura. Digamos, con cada paso que demos sobre el planeta:
    Tomo refugio en la Tierra.
    Amo a la Tierra.
    Estoy enamorado de la Madre Tierra.
  • Cuando nos damos cuenta de que nosotros y la Tierra somos lo mismo, el miedo se disuelve.
  • Cada paso, ya sea en el campo, la montaña, el metro o en el supermercado, estamos dándolo sobre la Madre Tierra, y al darnos cuenta de ello, de este modo, lo reconocemos como en un recinto sagrado.
  • Pero no hay que morir para darse cuenta de ello. De hecho, ahora mismo estamos inmersos en ese proceso de regreso a la Madre Tierra. Miles de células de nuestro cuerpo mueren y se ven reemplazadas a cada instante por otras miles recién nacidas. Cada vez que nos rascamos, células de nuestra piel caen y regresan a la Tierra. Continuamente morimos y renacemos. En cada momento, como parte de nuestro proceso vital, estamos regresando a la Madre Tierra.
  • Si, en otoño, miras a tu alrededor, verás que el suelo está alfombrado de hojas secas. Pero no creas que las hojas caídas sufren. Vuelven simplemente a la Madre Tierra para nacer de nuevo. Cada uno de nosotros es como una hoja. Pasamos un tiempo en el árbol disfrutando de la luz del sol, de la lluvia y del viento, y nutrimos al árbol.
  • Imagina que la Tierra es el árbol y tú una hoja. Pensamos que la Tierra es la Tierra y que nosotros somos algo ajeno a ella. Pero, de hecho, nosotros formamos parte de la Tierra.  Quizás pensemos que un día moriremos y regresaremos a la Tierra. Pero lo cierto es que, para volver a la Madre Tierra, no necesitamos morir. Yo ya estoy en la Madre Tierra y la Madre Tierra está en mí.
  • Nacemos y morimos en cada instante. Contemplar la muerte es algo realmente muy útil y también muy placentero, porque nos ayuda a ver nuestra verdadera naturaleza de no nacimiento y de no muerte, y nos recuerda que no tenemos nada que temer.




Votos y compromisos de amor a la Tierra.
  • Hago el voto de ser continuamente consciente de que siempre estás en mí y de que yo siempre estoy en ti.
  • Poder vivir de un modo que pueda despertar a cada uno de tus milagros y nutrirme de tu belleza.
  • Consciente de que no estás sólo debajo de mí, querida Madre, sino también en mi interior, hago el voto de caminar amablemente sobre ti, con pasos amorosos y respetuosos; con cuerpo y mente unidos. Y sé que puedo encontrar la felicidad aquí, contigo, y que no necesito huir, morir o buscar en otros sitios otras condiciones de felicidad.
  • Me comprometo a tomar refugio en ti y a dejarme sostener y ser curado por ti.
  • El Reino de Dios está aquí y ahora, en la Tierra. No necesitamos morir para entrar en el Reino de Dios, de hecho, muy al contrario, necesitamos estar muy vivos para reconocerlo. Consciente de ello, hago el voto de tocar, en cada paso, la eternidad; hago el voto de tocar el cielo en la Tierra.
  • Hago el voto de hacer todo lo que esté en mi mano para contribuir con mi propia alegría y armonía a la gloriosa sinfonía de la vida.



De la web de salud natural Crecejoven.