lunes, 25 de noviembre de 2019

Vivir despierta.








De repente, un aire fresco abanica su cara, al calor del sol.
Y no es solo el aire del Montjuic en el terrado,
es un leve frío en la playa de Almería, en medio de un viaje,
apoyada en la ventana con vistas al futuro por llegar.
Aires de futuro, esa aventura.
Todo está aquí mismo.

El aire ligero abanica su pelo
y su piel se estremece dentro del jersey de abrigo y las cómodas mallas negras de estar por casa.
Su cuerpo se estremece.

Su abuelo también buscaba el sol y la luz en sus últimos años.
Sacaba la silla a la calle y se sentaba a la puerta de casa
a ver pasar la vida de la gente.
Los niños jugando al fútbol en una calle donde aún no pasaban coches;
las niñas saltando a la comba
o a hacer teatro, con las niñas en el papel de público sentadas en el bordillo de la acera.
Las vecinas, de la compra a casa
y las visitas de rigor.

Y contemplaba el desenlace de las historias
y los cuerpos crecer.

Era la vida de la tribu.






Pasados los años, ella también busca el sol y la luz natural, en el terrado,
con vistas a un paisaje de cielo cambiante
y canto de pájaros.
Pero el aire fresco en la cara viene cargado de pasado
y de futuro.
Y el estremecimiento.
Todo está aquí mismo.






No quiere dejarse engañar por la sensación de cansancio
y el pensamiento de que no hay nada nuevo por vivir,
si acaso más de lo mismo, reducido en intensidad.
Esa afirmación solo es válida si te quedas en el cuarto oscuro,
si te apalancas en la zona de confort de la cueva conocida.
Pero cómo ir más allá.
Las puertas y ventanas están abiertas, lo sabe bien.
Pero ahí sigue, sentada al sol,
buscando dentro/fuera el fuego que la catapulte.

Respira.
Y respira.
Como para avivar un fuego que no acaba de prender.

O quizás no lo ve.
Y la felicidad era esto.





Y entonces le llegó ese texto de Arnau de Tera.

"Con el tiempo, uno va perdiendo mundanos apegos;
todo lo que necesita son riachuelos, montañas y silencios.
Con el tiempo, uno pierde la necesidad de llegar lejos;
los pájaros ya son felices cantando en una rama, quietos.
Con el tiempo, uno deja de pensar en un futuro hipotético;
lo que quiere es vivir 
y estar presente en cualquier momento.
Con el tiempo, uno ama la primavera tanto como el invierno;
deja de importarte si te acompaña el sol o el calor de un fuego.
Mientras te acompañe el espíritu que habita dentro."







martes, 19 de noviembre de 2019

El poder de los recuerdos.







Uno de sus pocos compromisos es la reunión de los lunes, con personas sin hogar.
No trabaja en la sección de las duchas, o en la organización de ropa limpia, o el asesoramiento para conseguir plaza en comedores o albergues, o hacerse un hueco en las listas para conseguir un piso o una habitación en un piso compartido.
Lo suyo es más etéreo.
Se reúnen simplemente para conversar, para exponer el punto de vista y las vivencias de cualquier situación que se da en la ciudad, desde la experiencia de una persona sin hogar.
Una vez alguien contó que lo más duro (más que el frío o el calor, o la dureza del suelo, a la que te acostumbras), es la soledad, pasarse los días sin hablar, y sin ser vista, invisibilizada.
Así que en las reuniones de los lunes hablan, se manifiestan, y lo publican en el twitter de @Placido_Mo.
Se hacen visibles.

En la última reunión alguien propuso hablar sobre los recuerdos felices, o tristes, significativos o no, los recuerdos que conforman el relato de tu vida.
Davide empezó diciendo que no tenía recuerdos felices.
No tuvo una infancia normal, como cualquier niño.
No jugaba con cochecitos y camiones, dijo.
Él, cuando tenía 8 años, ya se iba con su abuelo a trabajar en el campo.
Se subía en el tractor...

Se detuvo por un momento, porque su recuerdo amargo se estaba convirtiendo en otra cosa.
Yo, con 8 años, ya llevaba el tractor, dijo.

El resto del grupo lo miraba fascinado.
Así que tú no jugabas con cochecitos chiquititos, tú jugabas a conducir un tractor de verdad, directamente.
Se rió.
Empezó a contar historias del campo, y de su abuelo.
Cuando tenía 15 años ya pasaba por los puntos de encuentro para recoger a las chicas y los chicos de la vendimia y demás, y se los llevaba al lugar de trabajo.
Una vez le paró la policía, porque aún era un niño y hasta los 21 años no tenía acceso al carnet de conducir. Pero él ya conducía muy bien desde hacía mucho tiempo.
El policía le dijo:
Vale, yo no he visto nada, tira p'alante.

Se partía el pecho de risa contando anécdotas de la época.

Y así fue como su recuerdo triste se convirtió en otra cosa.
Su convicción de "no tener recuerdos felices" se hizo añicos en un instante.
De repente, su infancia estaba llena de momentos felices.
Y no, no había sido un niño pobre, solitario y marginado,
como siempre se había contado,
sino una persona importante en su entorno.
Y además, ligaba mucho, confesó.






El poder de los recuerdos.
Si te cuentas un relato triste, tu vida es triste.
Incluso con los mismos recuerdos o acontecimientos el relato puede cambiar,
si lo miras desde otro enfoque.
Y es sorprendente cuando de repente ves un poco más, en los mismos recuerdos.
La historia se transforma.
El amor de aquella vez que nos escucharon, la atención, los cuidados.
Ese trajecito, vestido para la foto de estudio (las únicas que se hacían entonces),
que tu madre se encargó de hacer con sus propias manos, planchar y vestirte.
Por detrás de la foto, alguien se cuidó de ti.

Y la historia se transforma.






Entonces, alguien planteó:
Y qué tal nuestros recuerdos del presente?
Las cosas de la vida presente, que un día serán recuerdos.
Cómo son?

Y el barullo se hizo tan grande que lo dejamos para la próxima reunión.
El tiempo se nos había echado encima.
Pero si algo quedó en evidencia es que, a pesar de la dureza de la vida, incluso en las situaciones más difíciles, los días están llenos de instantes y rostros que nos aportan calor, humor y hasta alegría.
Sólo hay que prestar la debida atención.







lunes, 11 de noviembre de 2019

Hoy es una nueva oportunidad.





Cada día, una oportunidad.
Una oportunidad para qué?
(Abres la ventana y ves que no son buenos tiempos para la lírica).

Para vivir -dice esa voz.
Aún la hoja en el árbol,
bailando al viento, sintiendo el aire en la piel,
perfumando, nutriendo el tronco.
Aún verde en el árbol.

Un día más, otra oportunidad.
Para vivir el aire en la piel.
El agua fría.
Para sumergirse en el hielo líquido
(que algo se rompa y despierte dentro, esa catarsis).
Y luego, en el agua climatizada,
el cuerpo sin peso reta a la ley de la gravedad.
Y luego, el agua caliente bajo la ducha, como un abrazo cálido, reconfortante,
y luego frío.
Que algo se rompa dentro,
como la cáscara del huevo cuando nace el polluelo,
como el capullo de seda.

El agua, esa amiga con la que jugar,
a aparecer y a esconderse.






Un día más para jugar.
Para ser cuerpo humano, pulmones e intestinos
y corazón.
Para ser mar 
y aire
y hojas verdes
y marrones,
frescas y secas,
todas ellas.

Para ser los múltiples yos que la habitan,
incluido el yo-Dios,
el Yo-grande,
el Despertar mismo sin yo.
Tan olvidado,
tan dormido.
Tanto tiempo dormido.

Un día más.
Una nueva oportunidad.