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Si tuviera que elegir un instante, una imagen, para detenerla, eternizarla (como si ya hubiera llegado a puerto, no más cambios ni viajes ni búsqueda), no sería meditando en mi futón con los aromas y las bendiciones impregnando mi santuario privado, ni entrando en el mar como un espejo de hielo, ni paseando cuesta arriba el camino del templo frente a la montaña que dicen sagrada. Sería el abrazo. Que me abraces por detrás, que me abraces por fuera y por dentro, quietos, como en una profunda meditación.
Esa foto.
Esa disolución.
A veces me parece que todo lo demás es pura agitación sin sentido. Si ya hemos llegado.
Pero aquí estoy, en la agitación.
Esta tarde habrá mucha agitación en la casa, con colas de gente que llega de toda España a asistir a la inauguración del templo.
Yo estaré en el registro, con J.
Intentaré pasar por todo el proceso sin perturbarme, como un sueño, cuando en realidad estoy ahí, tan apacible, en el abrazo.
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