lunes, 30 de diciembre de 2019

Feliz año nuevo.







El calor del sol la ayuda,
la acoge, la reconforta,
en la recta final de este capítulo.
El calor del sol, la brisa suave
del abanico de las montañas,
el canto de las golondrinas,
la red social que la ayudará a limar sus asperezas
y dar vida al amor que constituirá los ladrillos de su nuevo mundo.
Nadie dice que será fácil.

El canto de la tórtola la acompaña, tenaz.
Amanece un nuevo día, el primero del resto de su vida.
Ligera de equipaje, con las manos vacías,
se pone a construir el nuevo mundo donde quiere habitar el resto de sus días,
de este sueño lúcido.
Ya no quiere ser más una víctima pasiva.
Y se pone manos a la obra.






Como ante Sidharta, sentado bajo el árbol Bodhi, aparecen los maras:
el taladro de las obras de la casa vecina;
"Yo es que soy más pesimista";
"Este sistema es el único que ha demostrado que funciona".
Los maras de su propia mente reteniéndola en el dolor "inevitable",
en el infierno inevitable.
No te vayas del mundo conocido.

Pero ella nunca se creyó los diagnósticos de enfermedades crónicas
con las que la han ido condenando a lo largo de su vida.
A cada diagnóstico-condena respondía con un salto de autocuración.
Ahora lo mismo.






Una bandada de gaviotas cruza su cielo
y el coro le pone banda sonora al instante,
sentada sin prisa en una piedra del camino.
Sobre una de las chimeneas del terrado, una gaviota irrumpe con un solo
en medio del coro que planea bajo el cielo cubierto.

En dirección contraria, una bandada de nubes
se desplaza mientras el sol juega al escondite.
Juega al escondite,
a veces cuesta identificar su luz
pero ahí está.
Siempre está ahí.

Las gaviotas cantan.








miércoles, 25 de diciembre de 2019

Navidad.







A veces, lo peor de las navidades no son las navidades mismas
(trabajo, comprar, cocinar, preparar la mesa,
ser testigo de las viejas pautas, las tensiones,
recoger las montañas de platos, fregar,
organizar la comida sobrante
y aborrecer la sobreabundancia y el despilfarro).
Lo peor viene después.
Los resentimientos activados, los complejos e inseguridades,
la competitividad, el desprecio, las acusaciones, los insultos.

Parece ser que hay familias bien estructuradas que disfrutan de la celebración y el encuentro.
Pero para otras es como una bomba de relojería.
Caminar por un campo plagado de minas antipersona.
Sobre un cementerio de cadáveres, o de zombis.

El maestro dijo: "Ponte tu armadura de amor".
Te la pones.
"Si surgen ideologías, tú sonríes y ya.
Da igual lo que aparezca, tú sonríes
y ya."
Y lo pones en práctica
y el amor abraza a cada personaje con su mochila llena de relatos,
cicatrices y heridas aún abiertas.
Y cuando todo ha pasado piensas que la navegación esta vez ha encontrado un mar en calma.

Pero no es tan fácil librarse de los viejos fantasmas.
Y el abrazo de la despedida de anoche
por la mañana se convierte en una retahíla de acusaciones,
una lluvia de flechas envenenadas.
Porque no intervienes y no pones a cada cual en su lugar.

El karma es insistente y tenaz.






Hubo un tiempo en que le pareció ver el hilo conductor que la conectaba con sus ancestros,
el vínculo herido que se transmitía inexorablemente a las generaciones en vías de manifestarse.
Que todo acabe aquí, rezó.
Abrió su pecho como si cupiera en él todo el dolor del mundo,
empezando por sus propios vínculos familiares.
Sentía que lo absorbía todo, tomar y dar.
Tomaba todo el sufrimiento de sus ancestros,
el cansancio de las batallas libradas,
el dolor de no haber sabido amar, ni amarse (es lo mismo),
las heridas infligidas a los seres queridos, la culpa.
Se imaginó que lo tomaba todo
y las ramas del árbol familiar, frágiles y podridas,
se nutrían con su amor y sus lágrimas,
y era como una lluvia sanadora, por fuera y por dentro, la savia vigorizada,
y las veía fortalecerse y reverdecer
y dar hojas y flores y frutos.
Las viejas ramas y las nuevas
y las que aún estaban por nacer.







Que aquí se pare todo,
que aquí se sane todo, rezó,
y abrió el pecho para tomar todo el dolor.
Para liberar a las generaciones futuras del dolor por llegar
y a las generaciones pasadas
del dolor de las heridas no cicatrizadas.

Y entonces oyó esa voz:
Así no funciona.

¿Así no funciona?

Optó por entregarse.
Se entregó a los designios de la Vida.
Qué sabía ella de lo que cada cual tenía que experimentar?

Ofreció su disponibilidad
y su amor impermeable.

Tenía todo el tiempo del mundo.

Y supo que se podía ser feliz incluso en el dolor.

La confianza (hay quien la llama la fe)
ayuda mucho.







sábado, 14 de diciembre de 2019

El relato.









La amiga le contaba que su madre se quejaba mucho,
y se alargaba en la narrativa, descontenta, molesta, por tantas cosas que su madre hacía mal.
Cambio de tema
y un rato más tarde escuchaba sobre las quejas de la cuidadora de su madre,
su forma de ser, no le gustaba nada.
Luego le tocó el turno a la hija de su amiga, que se quejaba mucho de la madre.
Y luego al tío, que cada vez se parecía más a su hermana (la madre de la amiga), y se quejaba por todo.
Esta vez sí, la interrumpió:
Y por qué lo haces tú, si te molesta tanto que las personas se quejen?
La amiga se calló un instante. Y luego le dio la vuelta a la pregunta.
Me molesta porque yo lo hago. Me molesta mucho hacerlo tanto.

No hay nada como escucharse a una misma.






El amigo le contaba que aquellos fuertes dolores de ciática que se habían instalado en las últimas semanas en realidad eran una molestia refleja de su problema abdominal y su dificultad para vaciar los intestinos. Ahora estaba entrando en contacto con el origen emocional y con el recuerdo de que su madre se enfadaba cuando él se ensuciaba, donde ha ubicado el origen de su estreñimiento.
Estaba entusiasmado y muy esperanzado en el proceso de sanación que estaba atravesando.
Y un día quizás se cambiará el relato y el círculo se cerrará -comentó ella, como si pensara en voz alta.
El amigo se enfadó mucho, sintiendo cuestionada la realidad de su vida, y ella entendió que había sido inoportuna.







Lucía siempre había presumido de ser una mujer independiente que se había hecho a sí misma.
Cuando murió su padre ella aún no tenía los 10 años.
Abrumada por las pérdidas sucesivas y la dureza de la vida, la madre entró en una depresión.
Ella siempre había sentido que en aquel momento se quedó huérfana de padre y madre y tuvo que remontar el vuelo sola.
Hasta aquel día, varias décadas después, que encontró la imagen de su madre, viejita y débil, llorando, cansada, a la puerta de una tienda donde se había quedado esperando mientras su familia había entrado a comprar algo.
Vio a su madre cansada y abandonada
y el relato de su propia vida cambió automática y radicalmente.
De repente vio la carga de sufrimiento de la madre, la dureza, la tristeza, el abandono, que había arrastrado desde hacía tanto tiempo.
En realidad, la madre siempre había estado a su lado, aun sin compartir las rompedoras decisiones de la hija en la adolescencia, la juventud y la vida adulta.
Ella sí que había sido abandonada.
Y la historia de su vida cambió.
Todo su pasado cambió.






El presente y el futuro se pueden transformar, eso poca gente lo pone en duda.
¿Pero el pasado?
El pasado también.
Sólo hace falta abrir el gran angular.
Salir de la visión egocéntrica.
Ver un poco más.
Y el pasado se transforma.

Escuchar nuestra propia voz,
que nos da tantas pistas de quiénes somos y dónde estamos (no tanto sobre los demás).
Y ver a los demás seres en profundidad.

Y mientras tanto, hasta que podamos hacerlo sin esfuerzo, desde el corazón,
"Sé amable con quien quiera que te cruces
porque está librando una gran batalla".
(Platón)






miércoles, 11 de diciembre de 2019

Su primer retiro.








La mujer contaba que su primer retiro había sido uno de Alto Yoga Tantra.
Muy poco habitual.

Con escaso interés en ese tipo de "vacaciones significativas", hace algo más de 20 años,
aquello le había llegado por sorpresa y casi regalado.
La maestra la había llamado para ofrecerle unos billetes de avión y estancia en el monasterio,
de alguien que al final no podría asistir.
Ella lo habló con la familia, hizo algunos cambios en la agenda de actividades veraniegas y dijo que sí.
Le daba algo de miedo, la "encerrona" que podría ser el retiro, en el peor de los casos.
Pero peor sería quedarse con la duda de la experiencia perdida.

Al hacer la inscripción, la maestra le preguntó: ¿Sutra o Tantra?
Ella sabía que el Sutra se refería al budismo que estaba empezando a conocer en las enseñanzas (la mejor ciencia de comprensión de la mente que había conocido nunca), pero el Tantra...
Qué es eso del Tantra?, preguntó.
El camino rápido, dijo la monja.
Ah, no, pues entonces lo otro -respondió ella-. Me gusta disfrutar del camino.
La monja la miró un momento y escribió: Tantra.

Ella no lo cuestionó.
No estaba persiguiendo nada, ni sabía nada de todo esto,
así que dejaba a la Vida hacer.






Un salto en la narrativa y cuenta que a la sorpresa del principio del retiro (ante las narraciones disparatadas de budas, yoguis y yoguinis en una extravagante Tierra Pura) se desencadenó ya en los primeros días un estado de estupefacción y risa casi permanente.
Visualizaciones extrañas y estrambóticas de una Tierra Pura, deidades de rostros y cuerpos ciertamente singulares; sadhanas sorprendentes en las que cortabas tu cuerpo a cachitos (como quemar los barcos para no regresar) para ofrecerlo a los seres de los seis mundos, transformado en un néctar sagrado; autogeneración como un nuevo ser de cuerpo rojo y largos colmillos, adornado con collares de calaveras...
Era un despropósito tal que no podía parar de reír con ternura ante la imaginación desbordante y el juego de misteriosos nuevos mundos en construcción.







Y entonces fue cuando se dio cuenta de que el mundo del que venía, ése que había dejado en otro lugar, quizás también era un despropósito que la costumbre y la familiaridad habían normalizado.
Quizás no era tan real y "normal" como siempre le había parecido.
Quizás era otra construcción de la mente.
Si analizabas ese mundo y sus reglas, desde los ojos de un ser exterior, también resultaría un tanto extraño, absurdo, poco funcional.
Tanto esfuerzo para tan poco.
La vida corriendo detrás de una zanahoria tras otra
y el hambre insatisfecha,
como espíritus hambrientos.
El miedo
que vendía la vida tan barata.
El absurdo de las prioridades,
que amenazaban constantemente la paz, el bienestar y el vivir mismo.


"¿Qué es lo que nos impulsa a vender nuestro tiempo,
energía, sudor y hasta nuestra propia vida
a cambio de un poco de dinero,
algunas posesiones
y una buena reputación de por sí efímera?
Esclavizados bajo la hipnosis".

(Una vida con significado, una muerte gozosa".
Gueshe Kelssang Gyatso)






Después de la contemplación de un mundo tan disparatado (en el AYT)
ya no podía dejar de ver el disparate de su propio mundo.

Y ya nunca volvió a ser lo mismo, de vuelta a él.
Ya nunca más se lo creyó.







Había muchos mundos en este mundo y ella tenía que elegir el suyo propio.
Uno que funcionara y le sentara bien.
Con las prioridades acomodadas a su medida.

Y así anda, por los mundos que aparezcan a su paso
(la Vida manifestando lo que precisa en cada momento),
pero sin abandonar el suyo propio,
un oasis perfecto,
instalado en el centro de su corazón.





lunes, 25 de noviembre de 2019

Vivir despierta.








De repente, un aire fresco abanica su cara, al calor del sol.
Y no es solo el aire del Montjuic en el terrado,
es un leve frío en la playa de Almería, en medio de un viaje,
apoyada en la ventana con vistas al futuro por llegar.
Aires de futuro, esa aventura.
Todo está aquí mismo.

El aire ligero abanica su pelo
y su piel se estremece dentro del jersey de abrigo y las cómodas mallas negras de estar por casa.
Su cuerpo se estremece.

Su abuelo también buscaba el sol y la luz en sus últimos años.
Sacaba la silla a la calle y se sentaba a la puerta de casa
a ver pasar la vida de la gente.
Los niños jugando al fútbol en una calle donde aún no pasaban coches;
las niñas saltando a la comba
o a hacer teatro, con las niñas en el papel de público sentadas en el bordillo de la acera.
Las vecinas, de la compra a casa
y las visitas de rigor.

Y contemplaba el desenlace de las historias
y los cuerpos crecer.

Era la vida de la tribu.






Pasados los años, ella también busca el sol y la luz natural, en el terrado,
con vistas a un paisaje de cielo cambiante
y canto de pájaros.
Pero el aire fresco en la cara viene cargado de pasado
y de futuro.
Y el estremecimiento.
Todo está aquí mismo.






No quiere dejarse engañar por la sensación de cansancio
y el pensamiento de que no hay nada nuevo por vivir,
si acaso más de lo mismo, reducido en intensidad.
Esa afirmación solo es válida si te quedas en el cuarto oscuro,
si te apalancas en la zona de confort de la cueva conocida.
Pero cómo ir más allá.
Las puertas y ventanas están abiertas, lo sabe bien.
Pero ahí sigue, sentada al sol,
buscando dentro/fuera el fuego que la catapulte.

Respira.
Y respira.
Como para avivar un fuego que no acaba de prender.

O quizás no lo ve.
Y la felicidad era esto.





Y entonces le llegó ese texto de Arnau de Tera.

"Con el tiempo, uno va perdiendo mundanos apegos;
todo lo que necesita son riachuelos, montañas y silencios.
Con el tiempo, uno pierde la necesidad de llegar lejos;
los pájaros ya son felices cantando en una rama, quietos.
Con el tiempo, uno deja de pensar en un futuro hipotético;
lo que quiere es vivir 
y estar presente en cualquier momento.
Con el tiempo, uno ama la primavera tanto como el invierno;
deja de importarte si te acompaña el sol o el calor de un fuego.
Mientras te acompañe el espíritu que habita dentro."







martes, 19 de noviembre de 2019

El poder de los recuerdos.







Uno de sus pocos compromisos es la reunión de los lunes, con personas sin hogar.
No trabaja en la sección de las duchas, o en la organización de ropa limpia, o el asesoramiento para conseguir plaza en comedores o albergues, o hacerse un hueco en las listas para conseguir un piso o una habitación en un piso compartido.
Lo suyo es más etéreo.
Se reúnen simplemente para conversar, para exponer el punto de vista y las vivencias de cualquier situación que se da en la ciudad, desde la experiencia de una persona sin hogar.
Una vez alguien contó que lo más duro (más que el frío o el calor, o la dureza del suelo, a la que te acostumbras), es la soledad, pasarse los días sin hablar, y sin ser vista, invisibilizada.
Así que en las reuniones de los lunes hablan, se manifiestan, y lo publican en el twitter de @Placido_Mo.
Se hacen visibles.

En la última reunión alguien propuso hablar sobre los recuerdos felices, o tristes, significativos o no, los recuerdos que conforman el relato de tu vida.
Davide empezó diciendo que no tenía recuerdos felices.
No tuvo una infancia normal, como cualquier niño.
No jugaba con cochecitos y camiones, dijo.
Él, cuando tenía 8 años, ya se iba con su abuelo a trabajar en el campo.
Se subía en el tractor...

Se detuvo por un momento, porque su recuerdo amargo se estaba convirtiendo en otra cosa.
Yo, con 8 años, ya llevaba el tractor, dijo.

El resto del grupo lo miraba fascinado.
Así que tú no jugabas con cochecitos chiquititos, tú jugabas a conducir un tractor de verdad, directamente.
Se rió.
Empezó a contar historias del campo, y de su abuelo.
Cuando tenía 15 años ya pasaba por los puntos de encuentro para recoger a las chicas y los chicos de la vendimia y demás, y se los llevaba al lugar de trabajo.
Una vez le paró la policía, porque aún era un niño y hasta los 21 años no tenía acceso al carnet de conducir. Pero él ya conducía muy bien desde hacía mucho tiempo.
El policía le dijo:
Vale, yo no he visto nada, tira p'alante.

Se partía el pecho de risa contando anécdotas de la época.

Y así fue como su recuerdo triste se convirtió en otra cosa.
Su convicción de "no tener recuerdos felices" se hizo añicos en un instante.
De repente, su infancia estaba llena de momentos felices.
Y no, no había sido un niño pobre, solitario y marginado,
como siempre se había contado,
sino una persona importante en su entorno.
Y además, ligaba mucho, confesó.






El poder de los recuerdos.
Si te cuentas un relato triste, tu vida es triste.
Incluso con los mismos recuerdos o acontecimientos el relato puede cambiar,
si lo miras desde otro enfoque.
Y es sorprendente cuando de repente ves un poco más, en los mismos recuerdos.
La historia se transforma.
El amor de aquella vez que nos escucharon, la atención, los cuidados.
Ese trajecito, vestido para la foto de estudio (las únicas que se hacían entonces),
que tu madre se encargó de hacer con sus propias manos, planchar y vestirte.
Por detrás de la foto, alguien se cuidó de ti.

Y la historia se transforma.






Entonces, alguien planteó:
Y qué tal nuestros recuerdos del presente?
Las cosas de la vida presente, que un día serán recuerdos.
Cómo son?

Y el barullo se hizo tan grande que lo dejamos para la próxima reunión.
El tiempo se nos había echado encima.
Pero si algo quedó en evidencia es que, a pesar de la dureza de la vida, incluso en las situaciones más difíciles, los días están llenos de instantes y rostros que nos aportan calor, humor y hasta alegría.
Sólo hay que prestar la debida atención.







lunes, 11 de noviembre de 2019

Hoy es una nueva oportunidad.





Cada día, una oportunidad.
Una oportunidad para qué?
(Abres la ventana y ves que no son buenos tiempos para la lírica).

Para vivir -dice esa voz.
Aún la hoja en el árbol,
bailando al viento, sintiendo el aire en la piel,
perfumando, nutriendo el tronco.
Aún verde en el árbol.

Un día más, otra oportunidad.
Para vivir el aire en la piel.
El agua fría.
Para sumergirse en el hielo líquido
(que algo se rompa y despierte dentro, esa catarsis).
Y luego, en el agua climatizada,
el cuerpo sin peso reta a la ley de la gravedad.
Y luego, el agua caliente bajo la ducha, como un abrazo cálido, reconfortante,
y luego frío.
Que algo se rompa dentro,
como la cáscara del huevo cuando nace el polluelo,
como el capullo de seda.

El agua, esa amiga con la que jugar,
a aparecer y a esconderse.






Un día más para jugar.
Para ser cuerpo humano, pulmones e intestinos
y corazón.
Para ser mar 
y aire
y hojas verdes
y marrones,
frescas y secas,
todas ellas.

Para ser los múltiples yos que la habitan,
incluido el yo-Dios,
el Yo-grande,
el Despertar mismo sin yo.
Tan olvidado,
tan dormido.
Tanto tiempo dormido.

Un día más.
Una nueva oportunidad.






martes, 29 de octubre de 2019

Todo está dentro.







Quizás te puede llegar a molestar escuchar que "todo está en ti",
y en mí.
También las cargas salvajes indiscriminadas y el abuso de poder
y las manipulaciones y la mentira
y el relato falso.
Qué tiene todo eso que ver conmigo, una persona tan correcta,
amorosa y espiritual?

Y puedes pensar que "hay personas con diferentes niveles de vibración",
mejores y peores.
¿Es que no lo veo?
Y tu maestra es un foco de luz, profundamente despierta.
Y Nisargadatta. Y Krishnamurti.
Como un chute de verdad directamente a las venas.
Y fuera de eso, todo es oscuridad y bajas vibraciones.
Y de ahí el secreto de que depende quién manifieste la Verdad
podrá oírse o no,
y solo tiene poder
y efectos
si procede de la Fuente.

Y yo digo que desde esa dualidad discriminatoria es difícil a llegar a Dios.
Podré entretener el camino jugando con personajes
buenos y malos,
sabios y necios,
almas con baja vibración y otras con alta vibración.
Pero desde el ser limitado y separado no voy a llegar a la Unidad.
Y solo desde Dios puedo llegar a Dios.







Puede que te moleste si te digo que toda esa guerra externa está también dentro de ti, y de mí.
Quizás crees que nunca podrías hacer nada parecido.
Y sin embargo, en otro contexto reconoces que sufres el dolor y la culpa de viejas actitudes,
el dolor provocado, las tendencias aún vivas que reprimes dolorosamente
porque "no quieres ser así".
Arrasando la paz en tu interior, como un campo de batalla
devastado después de la guerra
y durante la guerra.

Sí, hermano querido:
el opresor y la víctima también están en ti.
Y en mí.







Un amigo me cuenta que una gran amiga, por quien daría la vida,
y ella habría hecho lo mismo por él en otro tiempo,
ahora ha estado saboteando un proyecto importante.
Lo comenta sin odio ni resentimiento,
y volcado en recuperar su amistad.

Él sabe bien que lo que podría llamar "traición"
es natural cuando alguien se siente enfadado,
que es lo mismo que decir herido.
Como una fuerza profunda desde el corazón que le lleva a atacar,
en la ilusión de supervivencia.

Cuando reconocemos que el monstruo también está dentro
(de ti, de mí, de tu amiga, de tu compañero más amado)
todo está comprendido
y no hay nada que perdonar.
Y el concepto
y la experiencia de traición
ya no existen.






El perfeccionismo y la máscara de amor universal impoluto
que insistimos en imponernos
cuando aún somos un ser humano completo
(de heridas y celebraciones, de luces y sombras),
esas exigencias y expectativas
solo nos convierten en impostores traicionándonos a nosotros mismos.
Y arrasando nuestro propio campo de batalla interior.

Reconocer dentro la dualidad que aparece fuera
es liberador
y nos permite disfrutar la aventura en su plenitud.

Sustituir el juicio por el humor ayuda.
Acoger y abrazar a estos yos más heridos,
en vez de negarlos e invisibilizarlos,
también.


Todo está dentro.
Comprender esto es amar. Sin condiciones.
Es liberarse de la ilusión de amenaza.
Es prepararse para el campo de batalla
tanto como para la paz.
No hay una gran diferencia.





viernes, 25 de octubre de 2019

El campo de batalla.







A veces la vida te da un respiro y se manifiesta la perfección,
la plenitud.
El sol cálido, quietud en el cuerpo, la mente contemplativa, receptiva.
El canto de la tórtola ha vuelto y el de las golondrinas aún no se ha ido.

Aún siente en las piernas el masaje de las olas del mar, ayer,
agua y tierra bajo los pies, en los muslos, en el vientre,
activando la circulación de retorno.

Luego, el grupo de estudio apareció otra vez como un campo de batalla,
removiendo profundidades.
Como el mar con su fuerza,
sacudiéndola.

Surgió el tema del hoponopono, cómo creamos la realidad que se manifiesta
y cómo el campo de batalla externo refleja el campo de batalla interno.
Tan obvio para todo el mundo en el grupo.

Pero el debate se acalora.
Alguien comparte sus meditaciones tántricas de proyección de amor y paz
y la visualización de un mundo que se transforma en amor y paz.
Otro alguien cuestiona la validez de la experiencia meramente contemplativa
y evoca a los maestros y maestras que dirigen a otro estado de conciencia a los seres de este mundo,
que nunca va a cambiar.
Otro alguien considera que esas maestras y maestros sólo son una proyección del propio maestro interior,
todo es una manifestación del Yo-grande.
Reconozco lo que dices y cómo lo dices, y cómo lo vives, te reconozco
porque estás dentro de mí.
Y también el amor que tú proyectas,
porque está dentro de mí.

¿No era eso lo que parecía tan obvio hace unos instantes,
como una bella teoría de la Verdad?






Más tarde, en torno a la mesa, en el compartir más informal,
alguien explica cómo las grandes resoluciones y condenas internacionales de las actuaciones genocidas y criminales de algunos gobiernos,
en realidad no tienen ninguna consecuencia práctica.
Este mundo no va a cambiar.

Hablamos de política exterior y no nos damos cuenta de que estamos describiendo la realidad interior.

Afirmamos teorías liberadoras, como un alarde de comprensión, de realización
(como las grandes declaraciones internacionales de paz y condena de los actos genocidas y contra los derechos humanos),
pero no siempre con efectos prácticos,
y seguimos arrasando en nuestro interior,
creando destrucción,
haciéndonos daño en todas direcciones.

Es muy peligrosa tu equidistancia, dice alguien.
¿Equidistancia?
Tomo partido fuera
y dentro.
Actúo como Arjuna,
en el campo de batalla externo
y también en el interno.

Tomo partido y actúo.

Pero no olvido ni por un instante que
todo
lo que parece que aparece fuera
está en mí.

Que todo está en mí.






lunes, 14 de octubre de 2019

La felicidad era esto.








Lo puede recordar ya mismo: "la felicidad era esto".
Ya está aquí el momento futuro en el que recordará que
la felicidad era esto.
Es consciente.
De su mandala.
El escenario cambiante del cielo, siempre sorprendente,
desplegando vestidos de luces de colores, día y noche.
Las montañas verdes acogiendo los terrados urbanos.
El murmullo del mar
y las gaviotas planeando sobre su cabeza.
Este atardecer,
la música árabe, que se desprende como aromas
de un patio vecino.
El tiempo detenido.
La consciencia del instante eterno.

También hay nudos, claro,
y deseos que brotan de su experiencia dual.
Ese lugar en el mundo,
donde el templo iluminado, que una vez reconoció como
"su lugar en el mundo",
y sueña con habitar.
Aún hay llamadas.
Pero no perturban su paz.
Las reconoce (deseos, aversiones,
indiferencia a veces)
y espera a que la vida revele sus planes.
Sin más.
Consciente de que la felicidad es esto.

No va a esperar a que el sueño se disuelva para reconocerla.






viernes, 11 de octubre de 2019

En el padecer, deleite.








Juntó las palmas de las manos a la altura del corazón
y era la señal para anunciar el compartir, permiso para hablar, desde el corazón,
cuando el grupo activaba la escucha profunda,
desde el silencio interior.

"¡Ah, que no puede faltar en el padecer deleite!"
Leía a Teresa de Ávila cuando, en medio del poema, apareció esta exclamación que me inundó el corazón y el cuerpo entero.
Ni de lejos habría podido yo describir con tanta precisión esa experiencia
que aparece como una lluvia de bendiciones inesperada,
que me coge tan por sorpresa.






A veces, la vida se hace pesada, o difícil,
o conflictiva, o dolorosa,
como atravesando tierras hostiles.
Y de repente, contra todo pronóstico, salgo de mí
(este personaje en el que, en el sueño, designo "yo")
y contemplo la película,
la aventura que me toca atravesar en este "pilgrimage", en este viaje.
Y automáticamente aflora un sentimiento de alegría, de plenitud.
Por qué?
Por el viaje en sí, quizás,
por la vida.
Por la oportunidad.

Aparece un profundo deleite.
Aun en medio del dolor, la enfermedad,
el rechazo o la pérdida.
En medio del padecer del sueño, el deleite de la vida.
De formar parte del cuerpo de Dios.


No habría sabido explicarlo mejor
y ahí está la sorpresa
más oculta:
Que no puede faltar
en el padecer
deleite.







miércoles, 9 de octubre de 2019

La atención apropiada.







No es nuevo, que no se siente cómoda regodeándose en la queja,
en "la vida es sufrimiento"
("lo dijo Buda"),
"el mundo es un valle de lágrimas"
y cosas así.


Era prácticamente adolescente cuando,
en una entrevista para una publicación local
a un psicólogo muy mediático, le preguntó, ya off the record:
Por qué esa tendencia a focalizar nuestra atención en los conflictos,
en lo que no nos gusta,
hasta convertirlos en traumas?
Y qué pasa con todo el amor que hemos recibido,
las miles de veces que nos han salvado la vida en la infancia, desde que llegamos a este mundo,
los abrazos, los cuidados,
la comida con que nos alimentaron, la ropa con la que nos vistieron,
todo lo que nos enseñaron?
Llegamos aquí sin nada con lo que pagar los favores y nos los proporcionaron gratis
y a menudo con amor.
Por qué no recordamos cada uno de estos gestos cada día,
igual que recordamos aquella vez que mamá no estaba presente
o alguien nos miró mal?
El psicólogo le respondió:
Porque lo que está bien no cuenta,
es la carencia lo que produce los nudos y conflictos
y heridas emocionales.
Pues a lo mejor es que equivocamos el foco de atención ("atención inapropiada").
Imagina qué diferente sería la vida si tuviéramos presente cada gesto de amor
y cuidados y atenciones que nos han sido regaladas.
Sentiríamos una gratitud infinita
y el privilegio infinito
de vivir la vida que nos ha tocado vivir.






Y ahí sigue,
haciendo un esfuerzo cotidiano
(cuando hace falta, y otras veces sin esfuerzo)
para visibilizar la energía sagrada que aún corre por sus venas,
lo mismo que en cualquier otra apariencia que se manifiesta.

Visibilizando la cara de Dios en cada ser, en cada objeto, en cada situación.
En el canto de los pájaros al atardecer,
o al amanecer, sacándola del sueño de la noche.
En las nubes sonrosadas y grises.
En su propio cuerpo,
que a veces le disgusta tanto,
cuando se olvida de que es también el rostro de Dios.








Corregía los textos para la edición del próximo ebook cuando encontró aquella comida,
cuando el amigo repentinamente la miró con sorpresa y dijo:
"¡Eres una Valkiria!"
Ella no entendió pero percibió que el amigo había transcendido por un momento su pequeño yo (de ella)
y eso le gustó porque ella hacía lo mismo con él, y con todo lo demás,
cuando aparecía,
a menudo.

Y apareció una cena una noche de San Juan, en una terraza,
los fuegos artificiales por detrás de la silueta del amigo,
que por aquella época decía no entender la vacuidad.
Hablaron del Libro Tibetano de los Muertos
y del acompañamiento que recuerda al ser que acaba de dejar este mundo
que todo lo que encuentra en su viaje es meramente un sueño.
Demonios, amenazas, vértigos, monstruos en el camino, infiernos...
No te lo creas, es una mera proyección de la mente.
Pues imagínate que en la vida de vigilia
te acompañan emanaciones de Buda que te recuerdan
que lo que está ocurriendo y tanto te afecta
es solo un sueño, proyecciones de la mente.
Ese sueño lúcido tiene que ver con la vacuidad.

El amigo la miró como si la acabara de ver por primera vez y dijo:
"¡Eres una emanación de Buda!"
Y ella no dijo que no ni jugó el juego de la humildad
y el ocultamiento.
Pensó:
Claro. Y tú también.
Porque para ella él siempre había sido una emanación de Buda,
un yídam que había salido de la esfera última, del dharmakaya,
para manifestarse en el mundo de la forma.
Como todo lo demás.







Y ahí sigue,
porque ya hace tiempo se cansó de marear la perdiz
y del monotema de la miseria humana.

En otra entrevista a un sociólogo especializado en las relaciones de género,
él le aseguraba que hombres y mujeres eran planetas separados e incompatibles,
destinados a no entenderse nunca.
Su narrativa era de guerra y conflicto imparable,
como la propia historia de sus relaciones personales.
Ante la condena perpetua e inevitable que él desplegaba,
ella le preguntó:
¿Pero no nos vamos a cansar nunca de sufrir?
Y otra vez esa mirada sorpresa del especialista en la materia:
¿Tú te has cansado de sufrir?
Ella respondió:
En ello estoy.







lunes, 7 de octubre de 2019

La visión de la impermanencia.







El proceso es lento y por eso la paciencia es fundamental
y una gran riqueza.
¿Te imaginas sentarte a contemplar el crecimiento y transformación de la semilla que acabas de sembrar,
cómo echa raíces en la tierra
y busca la luz y el aire convertida en tallo
y luego hojas y flor
y fruto?
El proceso es tan lento que podrías pensar que no está pasando nada.

Lo mismo con la maduración de las situaciones.

Las ves venir.
A veces sientes acercarse la sombra de algo, indescifrable,
y a veces un dolor precursor en los intestinos,
o las piernas pesadas,
o una torcedura de tobillo que duele como un parto difícil
y largo,
solo que no sabes qué está pariendo la vida para ti, que duele tanto.
O quizás sí lo sabes.
Y acaba por llegar, esa pesadilla que nunca habrías previsto en tu guión.

Y luego pasa.





Y a veces sientes que algo cambia dentro,
como si empezara a disolverse un dolor, un resentimiento,
un odio enquistado.
Y es lenta la maduración de una nueva relación que está a punto de nacer.
Y la ves venir, con toda claridad,
en este presente, aquí y ahora,
la nueva aventura en proceso de maduración.

A veces dolorosa y a veces liberadora, perfumada de aires de plenitud.

"Y eventualmente nos damos cuenta de que el sufrimiento y la felicidad no son dos cosas separadas".

(Thich Nhat Hanh)