domingo, 30 de diciembre de 2018

La vida es un instante.








Le gusta tanto el día gris, la lluvia como un susurro,
el aire de haiku,
tanto,
que había olvidado el sol de invierno
en la piel.
El silencio en la arena,
el susurro de las olas al alcanzar la orilla.


Una paloma se acerca confiada,
picotea en la arena mientras da vueltas alrededor de ella, sentada.
Parece que la mirara con su ojo lateral.
Ella la sigue con una sonrisa, hermana.

La playa urbana, semidesierta de invierno.
El sol cálido.
El aire ligero.
El agua fría como alfileres en la piel,
plana y transparente como un espejo,
como el hielo líquido.
Algunas velas en el horizonte.
La vida es un instante.







Este preciso instante.
Nunca en otro lugar.


Sólo es posible aquí,
en este instante.



viernes, 21 de diciembre de 2018

Parar.







Como si un tren de acontecimientos le hubiera pasado por encima.
Lo siente en la pausa, en el silencio.
En la estación de parada.
Respira, toma aire.
Aquí, ahora, la vida, la libertad.

Volar con el huracán apagó la memoria.
Momentáneamente.
De repente, se hace el silencio, y la quietud.
Respira.
Aquí, y ahora, todo es perfecto.
Estás viva -celebra.
Recupera la libertad.
Y se esfuma, se hace humo, el miedo.

Como una montaña rusa, a veces la hipnosis se hace tan intensa
y el sueño tan vívido, tan real.
Y duele como si existiera.

Entonces, conviene hacer una parada.
Y respirar.
Degustar la quietud,
paladear la libertad,
la plenitud,
aquí y ahora.

Incluso en medio de la tormenta,
si puedes parar, un sólo instante,
ahí mismo,
entonces,
todo es perfecto.

Y nada puede evitar que respires la vida,
la libertad.

Y el miedo se esfuma.
Puro humo.







domingo, 2 de diciembre de 2018

Interser.







Silencio.
Los sonidos del silencio, fuera y dentro.
Como una ofrenda abundante, desde el silencio interior.
Silencio de pensamientos, contemplación.
Escucha atenta.
Entrega
atenta.



La despierta el canto de las tórtolas y los colores del amanecer.
Despide el día extasiada ante el despliegue de luces del atardecer
con la banda sonora del vuelo de las gaviotas.


El sol acaricia su piel
y el aire fresco,
que alborota ligeramente su pelo y, a ratos, las páginas del cuaderno.

Una gaviota aterriza en el ángulo de la barandilla
que la costumbre ha hecho suya.
Blanca y gris, limpísima, grande.
Indiferente a la presencia de un humano a una distancia de tres baldosas.
Quizás la costumbre ha convertido también al humano en parte de su casa, escenario familiar.






Cuando el canto de las tórtolas o la voz de las gaviotas la acompañan al despertar, o al despedir el día, ella (el humano) a veces les pregunta en silencio, como un ruego, como una oración:
"¿Estaréis ahí cuando me vaya?".
Será como alzar el vuelo con ellas, finalmente. Por fin.

Recuerda cuando le sobrevino aquella crisis de dolor mientras se hallaba en compañía en una terraza del paseo marítimo. Tan intensa y prolongada que por una vez accedió a ser conducida al servicio de urgencias del hospital más cercano.
"Espera", dijo.
En el transcurso, se había desplegado un paisaje celeste explosivo de luces y colores.
Lo contempló extasiada.
En un doloroso y profundo éxtasis.
Deteniendo el tiempo.
Imaginó que su cuerpo se tumbaba en uno de los bancos de piedra bajo el techo y el aire de colores.
Y se sintió completamente libre en esa plenitud.
En esta cuna podría irme feliz, si fuera el caso.
Lo supo.





Si "muero porque no muero", qué pasa cuando muero?,
le preguntó a su amigo cuando caminaban montaña abajo,
bañados sus cuerpos y los de los árboles por los colores de un atardecer
que devenía en oscuro anochecer.

- Si muero porque no muero, qué pasa cuando muero?
- Quizás, que empiezas a vivir.






martes, 20 de noviembre de 2018

Una oración.








"Que cada paso nos lleve a la Tierra Pura.
Que cada mirada nos revele el Dharmakaya.
Cuando los órganos sensoriales tocan su objeto,
ponemos toda la atención y cuidado para que la plena conciencia nos proteja."


(Thich Nhat Hanh.
Protección y transformación.
Cantos del Corazón)




Llovió suavemente sobre la ropa tendida.
Las nubes bañaron sus piezas en la cuerda al tiempo que el sol las iluminaba
y el viento las sacudía suavemente.
No corrió a recogerlas
y contempló cómo los elementos impregnaban su ropa,
se hacían uno con ella.

Que cada paso que dé sobre este suelo siembre semillas de entrega,
plenitud y consciencia -rezó.
Que cada mirada me revele el significado de las apariencias,
como un sueño lúcido.
Que las experiencias sensoriales
sean la vía hacia el despertar
y no la fuerza de la hipnosis.







viernes, 9 de noviembre de 2018

El amigo espiritual.







Lo mejor de estar con un amigo, o amiga, espiritual
es la estela que deja.
Estar con ella puede ser una celebración
serena, natural, como si no estuviera pasando nada especialmente importante.
Pero todo no acaba cuando te despides sino que empieza la segunda parte,
quizás más profunda y nutridora.
La estela.

No en todo momento es una estela limpia y clara,
quizás hay tonos densos de apego, al principio,
ya estás echando en falta el próximo encuentro.
Denso, eres consciente del riesgo.
Aún así lo asumes.
Sueltas.
Hace tiempo que asumiste todo tipo de dolor.
Crees.
Ya se verá.

Lo importante es que te centras en lo ecos. Reveladores.
Sigues todas las pistas porque sabes que todas están llenas de contenido.
Aquel libro del que hablaste, o escuchaste;
aquel capítulo de tu vida que apareció, sin saber por qué,
o de la suya.









Un amigo, o amiga, espiritual es un maestro;
mucho más que un alter-ego, es el Espejo,
cuando estás en su compañía la Presencia y la Consciencia toman cuerpo
y cara.
Y dejan su estela.
Presencia
y Consciencia.

En su compañía, te sientes en la Claridad, o al menos en sus aledaños.
Como si el mundo, las situaciones, las experiencias, fueran nítidas.
Y se revela la vacuidad del dolor, donde no hay nada,
vacío, sin cuerpo.
Las 8 preocupaciones mundanas, y mil más que hubiera,
desaparecen.
Contemplas la expansión de la libertad.
La libertad,
la confianza absoluta,
la entrega.

Un amigo, o amiga, espiritual
es el Espejo que te refleja
libre,
después (o al mismo tiempo) de reflejar todas las heridas
del pequeño yo hipnotizado.
Lo refleja todo, sin excepción.






Recuerda, en el pasado, como si fuera hoy mismo,
cuando alguien le hablaba de cómo echaba de menos una pareja,
ese proyecto de vida compartido.
Ella pensaba que si tenía que echar algo de menos en esta vida
sería una guía espiritual.
La estabilidad, el apoyo, el acompañamiento que otras personas imaginaban en la pareja,
ella ya no los buscaba ahí.
Pero una guía espiritual, no diría que no,
esa entrega a la protección de una madre sabia.
A su lado no habría nada que temer,
ni de la vida
ni de la muerte.

Pero la Vida, tan sabia, la había dejado huérfana.
Le había dado uno de esos empujones fuera del nido,
urgiéndola a volar.
En el más difícil todavía de avanzar sin caminos,
sin dedo que señale la luna,
sin referentes definitivos.
Se acabó buscar fuera.
No vas a encontrar la llave donde te resulta más cómodo buscar
o crees que hay más luz;
no si no está ahí.
Hay que buscarla donde la perdiste, aunque sea el sitio más oscuro o inaccesible.

Y fuera ya no había nada que buscar.
No esa guía que te muestre todos los caminos
y te dé todas las respuestas
y te resuelva todos los problemas.







Y entonces empezó a aparecer, ocasionalmente, algún amigo espiritual.
Como un espejo.
Tan humano como tú, y al mismo tiempo tan divino.
El Espejo.
Mucho, muchísimo más que una guía espiritual, para ella.
Y ya no hay refugio.
Has empezado a vivir la vida a la intemperie,
vulnerable y expuesta a las inclemencias del tiempo,
que ya no son tales.
Como por arte de magia, los encantamientos se disuelven
y las amenazas eran puro humo soñado.
Y ya no necesita refugio.

Pero qué dulce, aún, la mano,
la mirada,
la palabra,
la presencia
de un amigo, una amiga espiritual.

A veces cree que es todo lo que necesita.
Todavía.






miércoles, 7 de noviembre de 2018

He llegado, estoy en casa.








Pasan de las 12
y precioso paisaje celeste.
Concierto de aves: gorriones, tórtolas, gaviotas,
al que se unen los motores del barrio trabajador,
las actividades domésticas
y algún perro.

Aún hay algo de ella caminando los caminos de Collserola montaña arriba
y degustando los madroños a su paso.
Lo mejor, cuando los cogía de la mano de su amigo,
porque los había cogido para ella.

Camina sobre las hojas secas, después de la noche de lluvia y rocío;
a veces, sobre la tierra húmeda.
El aire limpio y fresco en los pulmones y en la piel
y en el pelo suelto.

Al llegar la noche, ella leyó algunas páginas del libro del que habían hablado.
"No se trata de entregar amor a quien pueda corresponderme.
El amor ni lo doy ni lo recibo, lo soy".
"El amor no pasa desapercibido a quien está en ese mismo lugar;
quien es amor nota cuando una persona es amor".

Ella escribió su anotación personal:
Yo diría que aunque no estés ahí en ese momento,
si alguna vez has estado, lo reconoces
y te nutre por inspiración,
por transmisión directa.

Consuelo Martín hablaba de "expansión" como ella de "explosión".







Desde el futón, la lectura y la contemplación,
ella presenciaba, estable, el templo iluminado en la cima del Tibidabo.
El templo como un sol dorado y la noria de luces de colores.
Samsara y nirvana, la misma hipnosis.
La perfecta ilustración.

Avanzaba la noche y le costaba cerrar los ojos o bajar la persiana,
para no perderse ni un instante de esa contemplación
nítida en la oscuridad de la noche.

Despertó un nuevo día y ella seguía caminando los caminos montaña arriba
y degustando madroños.

Cuando le preguntan "a qué se dedica", a qué dedica las horas del día,
ella no sabe muy bien cómo explicarlo.
"Tanto los deseos como las ambiciones son consecuencia de las carencias".
"Nuestro ser no necesita nada para disfrutar de esa expansión",
subrayaba anoche en el libro.
Que a qué me dedico?, reflexionaba.
La contemplación de una gaviota inmóvil, confiada, erguida, blanca,
en la barandilla del terrado,
a pocos metros de ella.
La contemplación de una gaviota, ¿vale como respuesta?
Si no hay deseo, ni ambición,
ni necesidad de un sitio a donde ir,
ni siquiera la llamada,
¿hay que preocuparse?
Por qué abandonar esta plenitud, cuando ya está todo completo?






"He llegado. Estoy en casa", dice Thich Nhat Hanh.
"El mejor lugar del mundo es aquí mismo", coincide su taza blanca.
"Todo está aquí", descubrió ella un día,
como una realización,
en este mismo terrado,
bajo un cielo nocturno.






domingo, 4 de noviembre de 2018

Vivir como una contemplación.







Domingo.
Las 11.
Día gris y silencio.
Aroma de invierno,
o de otoño, aún sin el frío en el cuerpo, como un sueño perfecto.

Silencio y quietud
y soledad de reclusión, en casa
y, si miras por las ventanas, en las calles
y hasta en los patios interiores.
Desierto.

Saldrá a coger la bicicleta y la acogerá una explosión de personas sin miedo por las calles,
en el puerto, en las ramblas, el barrio costero inundado de terrazas, la playa.
En el gimnasio, las máquinas ocupadas de gente, las pesas,
las piscinas exteriores, y las interiores.
El mundo sigue ahí, abierto a las personas sin miedo,
con energía, curiosidad y ganas de vivir.

Ella no diría que no tiene ganas de vivir, pero es otra vida.
Más contemplativa, quizás,
con la única banda sonora del tictac del reloj
y el prometedor graznido de alguna gaviota de paso.

Aun así, se pegará un empujón fuera de casa,
a coger la bicicleta,
al baño en el mar frío de invierno, de otoño,
cuando le empieza a doler el cuerpo de inmóvil contemplación en la orilla.
Como si viviera a empujones.

Se va con la alegría del regreso a casa, a su terrado,
a la contemplación en el terrado.
A su copa de cerveza quizás, amplificando
la contemplación en el terrado.
A contemplar el sueño como un mar en calma.
En calma.






martes, 30 de octubre de 2018

El pensamiento no es el que crea la realidad.









El pensamiento cree que controla lo que hago, sus resultados, dice Consuelo Martín.
El pensamiento cree que controla lo que sucede.
Por eso se sorprende tanto ante los acontecimientos.
Esto no estaba previsto.
De dónde sale?
Por qué?


Es habitual que establezcamos una relación de consecuencia entre lo que hacemos y lo que ocurre,
apoyándonos en la incuestionable ley de causa y efecto.
Pero, ¿y si la ley de causa y efecto no se refiriera a eso, exactamente?


En la reunión escolar, un padre se hacía responsable de que sus dos hijos fueran tan buenos en natación, porque cuando eran pequeños les regaló unas gafas de buceo para que disfrutaran del mundo subacuático.
Así de sencillo: causa y efecto.
Esto le reafirma e ilustra su convicción de que es un buen padre,
buen conocedor de la ley de causa y efecto.
Una madre coincidía en que ella también le regaló a su hija unas gafas de bucear, pero la pequeña no mostró mucha disposición a usarlas. Parece que le interesa mucho más la fotografía y el cine, y no sabe muy bien de dónde le viene esa afición, porque nunca le compraron una cámara de fotos.
Otra madre compartía que solían hacer talleres de natación para recién nacidos.
Su bebé se lo pasaba muy bien y reía mucho, incluso debajo del agua
cuando encontraba debajo del agua la cara de la madre sonriente.
Eso era entonces; pasado el tiempo dejó de interesarse por la natación y nunca ha sido un buen nadador, según explicaba.
Algo similar compartía otra madre, que tuvo el parto bajo el agua.
Desde luego, lo volvería a repetir: las contracciones eran más llevaderas, la dilatación más rápida, y su bebé pasó del líquido amniótico al agua, reduciendo el impacto de la gravedad, la luz y el sonido del mundo exterior.
Volvería a repetirlo, dijo; sin embargo, su hija nunca se inclinó demasiado por la afición a nadar,
y desde luego no se mueve como pez en el agua.






Ella cree que está bien seguir las llamadas del corazón,
pero no te aferres a los resultados.
Si haces algo por el resultado, más que por el hecho en sí,
es posible que te lleves muchas decepciones.

La vida es una gran maestra
y siempre te está desmontando lecciones aprendidas.

Lo mejor de la Vida no es que te enseña
sino que te ayuda a desaprender,
a soltar seguridades
y convicciones.







El pensamiento cree que controla lo que ocurre -dice Consuelo Martín.
Por eso se sorprende tanto con la Vida.
Pero, en realidad,el pensamiento
interpreta, analiza, etc.,
pero está muy lejos de crear o controlar.
No tiene ese poder.
No es su función.

El pensamiento no es el que crea la realidad.
Y no siempre te ayuda a comprenderla.
Puede servir para empezar
pero antes o después te das cuenta de que es una herramienta pequeña
o no válida.

Y llega un momento en que el pensamiento se convierte incluso en un obstáculo:
como una puerta bloqueada,
que te impide conectar con la Verdad.
Con la Visión clara
de la Vida.






domingo, 28 de octubre de 2018

Y muero porque no muero.







Se oscurece el día.
En pleno y luminoso día se corrió una tupida cortina en el techo del cielo.
Estalla una lluvia suave.
Las nubes grises amenazan un llanto catártico,
apertura
y sanación.

Algo se despierta dentro, en su contemplación del viento azotando los toldos,
las plantas y la ropa tendida en las terrazas.
Algo parece despertarse dentro, como en duermevela.

Suenan las sirenas.
Alguna ambulancia o un coche de policía.
Le hablan de riesgo,
dificultades,
el dolor
de las explosiones catárticas, los partos.
Aun así se ofrece, cree ella.
Abriendo pecho, suele decir.
Que brote todo, que duela todo,
lo que tenga que doler.

Pero sigue en duermevela, como desperezándose.




Su amigo le dijo:
Parece que te afecta mucho la muerte.
Quiero decir que es tu tema, dijo.
Ella lo escuchó con atención.
Pensó en ello.
Recordó durante cuántos años había sido como un mantra:
"Y muero porque no muero".
Como si la vida fuera sólo una espera,
de ese abrazo definitivo.

Mientras tanto, deseaba vivir con pasión los regalos de la muerte,
como una antelación.
Esa vida.
La muerte del gusano en la mariposa.
La muerte de la semilla en la planta.
La muerte de la flor en el fruto.
Esa vida explosiva que llaman muerte.


El cielo oscuro anuncia lluvias liberadoras
pero ella aún sigue en duermevela,
desperezándose.









jueves, 25 de octubre de 2018

El miedo.








"En esta vida,
nos guías con empoderamientos
e instrucciones claves.
En la siguiente vida, nos conduces por el camino de la liberación.
En el bardo entre ambas, nos liberas de los abismos del miedo..."

(Recitado en el prólogo de Alak Zenkar Rimpoché,
para "La mente más allá de la muerte", de Dzogchen Ponlop)



Querida amiga.

No he podido dejar de pensar en ti, y en mi, y en nuestra última conversación, cuando leía estas líneas.
Quizás lo que pasa es que estás viviendo como un bardo, como un puente, entre una vida pasada y otra nueva.
En los bardos, en las transiciones, se supone que la mente puede crear muchos monstruos amenazadores, miedos, preocupaciones, abismos y vértigo.
Creo que si lo ves así, como un bardo, un puente, una transición (y no un estado definitivo),
y que en este terreno no conocido es sólo la mente la que crea los fantasmas (preocupaciones, miedos),
quizás esa revelación, esa realización, podría ayudarte a no creer ninguna de las preocupaciones o miedos que puedan asaltarte.
Es propio del estado de transición pero es sólo eso,
creaciones de la mente egoica que necesita estabilidad y certezas.
Pero ni es real (el fantasma de los miedos) ni es definitivo.

Esto que te digo lo estoy contemplando para mí misma.
Cuando en las etapas de transición (el bardo del duelo, las pérdidas, los cambios)
siento "los abismos del miedo".
No es real,
es sólo el pequeño yo asustado, descolocado, en el camino de transición.
Y tampoco es definitivo (aunque lo parezca)
porque ya estamos llegando a otro mundo
y otra manera de vivir.







martes, 23 de octubre de 2018

El paisaje celeste.








Lo dijo un compañero del grupo de personas sin hogar, con el que se reúne los lunes.
Dijo:
"Yo, hasta hace poco, caminaba mirando al suelo, o al frente.
Y un día, no sé cómo ni por qué, alcé la mirada y me quedé fascinado.
No era consciente de que hay todo un mundo maravilloso ahí arriba.
No sólo estos edificios magníficos de la ciudad, los áticos, los terrados, las cúpulas
y esas maravillas arquitectónicas en general.
Más arriba, el cielo, un paisaje de nubes increíbles,
la luz cambiando a lo largo del día y de la noche,
los colores del amanecer y del atardecer.
Pasa el tiempo y sigo tan maravillado que me despierto varias veces en la noche
solo para salir a la calle y mirar las estrellas."






Luis está muy orgulloso de la cueva donde vive,
un espacio que se ha habilitado en un hueco de la montaña urbana.
Alguien le preguntó si se mudaría a un piso, en el caso de que le tocara la lotería.
Dijo que no. "Tú no has visto mi cueva".
Dijo que se gastaría el dinero en otras cosas, en viajar, por ejemplo.
Pero siempre volvería a su cueva.


Creo que era en la película Samsara donde el yogui Tiunhasi dejó su cueva después de varios años de meditación
y se internó en la ciudad dispuesto a integrarse.
Cuando buscaba trabajo y le preguntaban qué sabía hacer, él respondía:
"Sé meditar,
ayunar
y esperar."
No le fue nada mal.

Luis sabe vivir sin casa.
Puede viajar a cualquier parte del mundo y vivir y dormir sin casa,
porque su casa es allí donde están sus pies.
Él sabe ver los potenciales dormitorios
y mesas para comer, dibujar y escribir,
escondidas en las calles.

En este mundo hay muchos mundos.






Luis es un poeta enamorado del cielo.
Allí encuentra los mejores paisajes,
y eso que se conoce bastante bien
la calle, el mar y las montañas de la ciudad.
Pero en el cielo encuentra los mejores paisajes, los más inspiradores,
el misterio más insondable.


Ella escucha en silencio los relatos de Luis,
cómo se despierta varias veces en la noche para salir de la cueva
a mirar el cielo,
ese paisaje cambiante de estrellas y nubes y luna. Y luces.
Ella no dice nada pero sabe un poco lo que es eso.
Más perezosa, se contenta con abrir los ojos desde su futón
y mirar el cielo cambiante en el marco de la puerta del balcón.
Las luces cambiantes aun en la noche oscura.

Hay tantos mundos en este mundo.








sábado, 20 de octubre de 2018

En la recta final.






Querido amigo.

Por si te preguntas cómo me encuentro, te diré que esto es el paraíso. Nada me falta. Y nada me sobra -aunque tendré que cargar de vuelta con la mitad de la comida que traje, y eso que nos temíamos que no me llegaría para todo el retiro y tendría que recurrir al comedor del monasterio; pues no ha sido así. 

Mi primer retiro relativamente aislada, y me pregunto si me animaré a volver a hacer otro tipo de retiro con actividades programadas, en el futuro. 

Mientras te escribo, veo que los pájaros cada vez se acercan más, con pequeños vuelos de las ramas del pino que me cubre al tejado de mi caseta de madera. 

El tiempo ha refrescado desde que llegué así que hoy que ha amanecido un cielo claro no busco la sombra sino que me ofrezco al sol (eso sí, de espaldas) y hago acopio de su calor. 
No hay ni un solo instante del día que no sea consciente del interser, de mi "formar parte", de mi cuerpo grande. Cuerpo ilusorio también, ya lo sé, pero inmensamente grande, y maravilloso. Lo contemplo, lo vivo sin gratitud (no sé si esto te sonará bien). Simplemente es como es, cada cual haciendo su función.
Recientemente he podido entender el significado de la enigmática frase promocional de aquella popular película romántica de mi infancia: "Amor significa no tener que decir lo siento". Ni tampoco gracias. Es perfectamente natural que sea así. El amor es amor. Y no hay nada más que decir. 

Por la mañana me despierta la luz coloreada que anticipa la salida del sol, colándose por la ventana a los pies de mi cama. Se me regala y la recibo sin ningún esfuerzo, desde la almohada. 
Todo es así, todo el día y toda la noche, sin esfuerzo alguno, sin horarios, sin presión. 
Aunque tengo el cajón de meditar y el altar de Buda junto a la cama, no puedo dejar de contemplar la grandiosidad de la salida del sol, cada día nueva, diferente, primera vez. 
Solo cuando el sol ya empieza a estar alto puedo sentarme a saludar a Buda, con el que me ha costado unos días establecer una cierta intimidad (con la figura de madera, me refiero), tan atraída por la apabullante magnitud del Buda-Naturaleza. 







Tendré que resumir mi agenda del día para no aburrirte. 
Después del desayuno en mi porche, robado al bosque, en el corazón del bosque, y de poner orden en la cocina (la caseta de piedra) y en mi cuarto (la caseta de madera), durante los primeros días salía a descubrir caminos y aromas por la montaña, pero últimamente se me va la mañana en el estudio, contemplación y meditación. Tomando nota de experiencias reveladoras (pequeñas o grandes comprensiones), que sé que aún no son realizaciones estables, en las que me propongo indagar más. 
Las mañanas suelen ser tremendamente nutridoras. 
Cuando el organismo me lo requiere, entro en la cocina y le preparo algo de comer. Siempre es una maravillosa, inspiradora ofrenda, al sol o la sombra, variando el lugar donde sitúo la silla y la bandeja, dependiendo de las condiciones climatológicas. Pero hasta la fecha nunca he tenido que comer en el interior. 
Dado el sedentarismo de la mañana, por las tardes el cuerpo me lleva a caminar, caminos espontáneos, llenos de sorpresas siempre. 
Así hasta la puja de la tarde en el templo, a las 7, de donde salía para recibir la llegada de la luna por detrás de la montaña, junto al monasterio. 
(Hace días que ya ni siquiera asisto a la puja; la montaña me resulta más inspiradora, allá donde esté.)
Inspiradora semana de luna llena (pre y post) iluminando el camino oscuro de vuelta a casa. Día a día más tardía, anoche ya la esperé en el porche de casa, alto sobre el camino, como en un palco de privilegio. 

La meditación formal de la tarde-noche, en el zafu frente al Buda, en la penumbra del cuarto de madera y la luz de la vela, única ofrenda junto a las ramitas de romero. 
Anoche Buda y yo forjamos cierta intimidad (casi por primera vez en este retiro), tan apagado que se me presentaba en su figura y tan resplandeciente en la naturaleza. Fue una intimidad profunda, y fresca, luminosa. Diferente. 

Las noches solían ser entrecortadas al principio, porque me despertaba una y otra vez a seguir la trayectoria de la luna en el marco de la ventana junto a la cama. Tan cerca. Solo tenía que abrir los ojos. La encontraba y volvía a dormir, sin esfuerzo. Y luego volvía a abrir los ojos para encontrarla. Y así toda la noche. Hasta que la penumbra del cuarto de madera era invadida por la luz y los colores que anuncian el nuevo sol, como una bola de fuego, roja, reinando un día más. 

Y así un día tras otro. Ahora ya en la recta final. Respirando cada instante como si fuera el último, o el primero. No deseo que se acabe. Pero tampoco deseo lo contrario. En estos momentos no hay deseo. 

Excepto el deseo de verte (de vuelta al mundo de los deseos) sin tener que contártelo ya. Si acaso los pequeños detalles. 
Si puede ser montaña arriba, camino de un ágape privado en Can Cortés. 
Si puede ser.

Un fortísimo abrazo. 






miércoles, 17 de octubre de 2018

El cuerpo vacío.






Mediodía.
Se refugió del fuerte calor del sol de mediodía
y entró en el cuarto de madera.
Encendió la vela y se sentó en el cajón de meditación
frente al pequeño Buda.
Cerró los ojos y su cuerpo se hizo transparente,
como una figura de fino cristal,
vacía, transparente.
Como una pompa de jabón.

A la altura de su corazón flotaba una pequeña llama de fuego
roja, rodeada de un aura azul,
como la pequeña vela frente al Buda.
Su cuerpo vacío, transparente, frente al cuerpo vacío y transparente
del Buda frente a ella.
Y vio cómo la pequeña cabaña que la acogía se hacía transparente,
como una caja de cristal vacía, como una nube.
Los pinos y olivos del bosque transparentes y vacíos, como nubes.

Allá lejos, en su mundo de deseos y aversiones,
todo lo que tocaba, aunque sólo fuera con la mirada,
se convertía en frágil cristal vacío, como pompas de jabón.
Como una reina Midas de la vacuidad.
Todo lo que veía.
Las personas en conflicto, vacías,
como nubes transparentes.
Su propia hostilidad, sus celos, su rabia,
sus heridas,
nubes transparentes
y vacías.

Sus apegos, sus miedos, humo claro,
transparente, vacío.


Que así sea, deseó,
aún en el reino del no-deseo.
Que así siga siendo cuando salga de aquí.





domingo, 14 de octubre de 2018

Samsara en Nirvana; Nirvana en Samsara.







Apareció el bosque de otoño.
A través del marco de su ventana, una extensa gama de franjas de luces y colores
la despertó, anticipando la llegada del sol
y, más tarde, un cielo cubierto, poblado de nubes.
Como masas de algodón, a veces redondeadas, a veces estiradas.

Amaneció el día fresco y gris,
los árboles más verdes y aromáticos.

Al principio, le sorprendía que en este bosque, denso de árboles, en esta zona de retiro,
apenas se escucha la presencia de los pájaros,
tan manifiestos en su propio hogar urbano.
Allí, las gaviotas y las tórtolas mantienen largas y ruidosas conversaciones,
tan presentes a lo largo de todo el día.
Aquí, los pájaros son más discretos,
como si respetaran el silencio,
contagiados por el recogimiento.
Alguno pía como en un susurro, y luego calla.
Pero ella sabe que están porque a veces los ve volar, de árbol en árbol.

A ratos sale el sol, entre nubes, pero hoy ya no lo rehuye.
ni le da la espalda,
ni busca las sombras.





Ayer comprendió, como una realización, que su miedo al sufrimiento del futuro
(la muerte, el vértigo, la soledad, los ámbitos desconocidos),
en realidad, traslada todo lo temido al presente.
Lo trae, lo manifiesta
aquí, ahora.
Así que su oportunidad es ahora, para resolverlo
y disolverlo.

El infierno temido ya está aquí,
mientras lo temes.

De repente sintió la urgencia de resolver odios, resentimientos,
sanar heridas.
No hay tiempo para la pereza
ni la procrastinación.





En medio de su retiro, apacible, completo,
como una manifestación embriagadora de la plenitud,
se le había colado un mensaje del mundo que había dejado atrás.
Una imagen virtual,
como una sombra que esperaba su vuelta
al otro lado.
Y fue como abrir una fisura por donde se coló
uno de sus fantasmas (samsara).
Lo vio hacerse grande (el fantasma),
robarle la paz,
arrebatarle su oportunidad de retiro en la Tierra Pura.
Hasta que escuchó su propia voz:
Samsara, Nirvana, la misma hipnosis.

Su supuesta plenitud era como un castillo de naipes
si de regreso a su rutina cotidiana
tendría que afrontar los mismos fantasmas en el mismo lugar donde los dejó.

No tiene sentido delegar un poder fuera que nadie tiene.
Sólo depende de mí desmontar mis propias creaciones -recordó.
Desenmascararlas, descomponerlas, disolverlas.
Es ahora o nunca.

Aún no sabía cómo sucedería
pero sabía que tenía que suceder.
Ahora o nunca.


No pasarían unos minutos antes de darse cuenta de que ya
estaba
sucediendo.






miércoles, 10 de octubre de 2018

El Buda humano.





Luz de otoño.
las 8 de la tarde.
Y ya siente la presencia de la luna, aún no visible.
Y podría verla desde su almohada pero saldrá al camino
a recibirla.


Aún hay tiempo.
Se sentó en el cajón de meditación, frente al Buda
y la vela encendida.
Inspirador.
Ni aún así.

Inspirador el atardecer;
cae la noche otoñal ahí fuera,
la sala en penumbra,
el Buda
y la vela encendida.
Ni aún así.

Empezó a sentir dolor de espalda.
Por un momento, sintió una conexión con el Buda
(esa imagen de madera),
sentado, como ella misma,
a la espera de comprender,
hasta que pudiera ver con claridad lo ilusorio de todos los cuerpos.
De todos los fenómenos.
De todos los relatos.





Aún no la ha abatido esa revelación,
de esa forma que ya no hay marcha atrás
ni reconstrucción alguna.
De esa forma que dejas de odiar para siempre,
superados todos los resentimientos,
todas las culpas,
sanadas todas las heridas.

Ocurrió una vez.
Parecía que para siempre,
toda una vida.
Y luego se esfumó.

Cómo no añorarlo.
Que se estabilice para siempre.
Para todas las vidas.
Esta vez para siempre.


Se sintió hermanada con el Buda,
sentado frente a ella,
esperando
la revelación
definitiva.








domingo, 7 de octubre de 2018

Orgullo y humildad.







A veces surge la humildad,
porque es lo que necesitas para contrarrestar la confusión del ego separado.
El orgullo que te invade.

Y a veces surge el orgullo vajra.

El orgullo vajra sólo puede aparecer en la ausencia del ego,
desenmascarado el pequeño yo, disuelto.
Esa humildad.

En otras palabras:
Necesitas de la humildad (y aparece) cuando el ego se ha hecho grande,
cuando eres presa de ese orgullo.
Se manifiesta el orgullo sagrado
en el instante en que no hay un ego arrogante al que proteger.

Y es así como la humildad desenmascara el orgullo (del ego)
y el orgullo manifiesta la más extrema humildad
(la vivencia de no existencia separada).


Y he aquí la paradoja:
Que la humildad surge cuando nos mueve el orgullo,
y el orgullo sagrado se manifiesta cuando somos humildad.







jueves, 4 de octubre de 2018

Samsara y nirvana, la misma hipnosis.







Largo paseo por la montaña, cuesta abajo, y cuesta arriba,
y parecía imposible que el camino condujera de vuelta al templo, en la cima,
pero así era.

Su zona de retiro está aislada de las actividades del templo, pero ahí estaba.

Y de repente, sonidos de voces, conversaciones,
niñas subiendo las escaleras,"Aquí no fuméis, eh?"

 No le molestan los grupos de turistas de visita.
"Yo, es que eso de la fe no va conmigo".
Le suena como su propia voz en el pasado.
Conmigo, que la fe no cuente, dijo una vez,
y el maestro le respondió: Pero si tú tienes más fe que nadie!
Fe?, respondió ella, eso no es fe, es pura experimentación,
yo sólo creo en lo que funciona.
¿Y qué es eso sino fe?, concluyó el maestro.
Descolocada, ya no dijo nada.

Se paró en un banco a descansar, a contemplar.
No era el mejor trono, con una mullida alfombra verde bajo los pies,
ni un magnífico paisaje natural ante sus ojos.
Pero sus pulmones y su piel disfrutaban de la sombra fresca de tres árboles frondosos,
como una bóveda por encima de su cabeza.
A través de las ramas más bajas, al fondo, podía entrever y adivinar el valle,
las montañas y el pequeño pueblo de casas de piedra y teja,
como una nube marrón iluminada sobre la falda verde.

A su espalda, las voces de una familia que se dirige al templo.
"Aquí hay que descalzarse, eh?"
"Madre mía!..."