miércoles, 7 de noviembre de 2018

He llegado, estoy en casa.








Pasan de las 12
y precioso paisaje celeste.
Concierto de aves: gorriones, tórtolas, gaviotas,
al que se unen los motores del barrio trabajador,
las actividades domésticas
y algún perro.

Aún hay algo de ella caminando los caminos de Collserola montaña arriba
y degustando los madroños a su paso.
Lo mejor, cuando los cogía de la mano de su amigo,
porque los había cogido para ella.

Camina sobre las hojas secas, después de la noche de lluvia y rocío;
a veces, sobre la tierra húmeda.
El aire limpio y fresco en los pulmones y en la piel
y en el pelo suelto.

Al llegar la noche, ella leyó algunas páginas del libro del que habían hablado.
"No se trata de entregar amor a quien pueda corresponderme.
El amor ni lo doy ni lo recibo, lo soy".
"El amor no pasa desapercibido a quien está en ese mismo lugar;
quien es amor nota cuando una persona es amor".

Ella escribió su anotación personal:
Yo diría que aunque no estés ahí en ese momento,
si alguna vez has estado, lo reconoces
y te nutre por inspiración,
por transmisión directa.

Consuelo Martín hablaba de "expansión" como ella de "explosión".







Desde el futón, la lectura y la contemplación,
ella presenciaba, estable, el templo iluminado en la cima del Tibidabo.
El templo como un sol dorado y la noria de luces de colores.
Samsara y nirvana, la misma hipnosis.
La perfecta ilustración.

Avanzaba la noche y le costaba cerrar los ojos o bajar la persiana,
para no perderse ni un instante de esa contemplación
nítida en la oscuridad de la noche.

Despertó un nuevo día y ella seguía caminando los caminos montaña arriba
y degustando madroños.

Cuando le preguntan "a qué se dedica", a qué dedica las horas del día,
ella no sabe muy bien cómo explicarlo.
"Tanto los deseos como las ambiciones son consecuencia de las carencias".
"Nuestro ser no necesita nada para disfrutar de esa expansión",
subrayaba anoche en el libro.
Que a qué me dedico?, reflexionaba.
La contemplación de una gaviota inmóvil, confiada, erguida, blanca,
en la barandilla del terrado,
a pocos metros de ella.
La contemplación de una gaviota, ¿vale como respuesta?
Si no hay deseo, ni ambición,
ni necesidad de un sitio a donde ir,
ni siquiera la llamada,
¿hay que preocuparse?
Por qué abandonar esta plenitud, cuando ya está todo completo?






"He llegado. Estoy en casa", dice Thich Nhat Hanh.
"El mejor lugar del mundo es aquí mismo", coincide su taza blanca.
"Todo está aquí", descubrió ella un día,
como una realización,
en este mismo terrado,
bajo un cielo nocturno.






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