miércoles, 7 de septiembre de 2016

Llamadme por mis verdaderos nombres.






La vida ha dejado en mi frente sus huellas,
pero de nuevo me he hecho un niño esta mañana.
La sonrisa que he visto en hojas y flores
ha vuelto a alisar las arrugas,
como borra la lluvia las huellas en la playa.
Comienza otra vez un ciclo de nacimientos y de muertes.

Camino sobre espinas, pero firmemente, como entre flores.
Y mantengo la cabeza alta.
Florecen las rimas entre el fragor de bombas y morteros,
y las lágrimas que vertí ayer se han transformado en lluvia.
Me siento en calma oyendo su murmullo sobre el tejado de paja.
La infancia, mi tierra natal, me llama,
y las lluvias disuelven mi desesperación.

Aún estoy aquí vivo,
capaz de sonreír en silencio.
¡Oh, dulce fruto ofrecido por el árbol del sufrimiento!
Llevando el cuerpo muerto de mi hermano,
atravieso en la oscuridad el arrozal.
La tierra te acogerá con fuerza entre sus brazos, amigo mío,
y mañana renacerás entre las flores,
esas flores que sonríen dulcemente en el campo al amanecer.
Ya no lloras, amigo mío, en este instante.
Hemos atravesado la profundidad de la noche.

Esta mañana,
me arrodillo en la hierba
cuando noto tu presencia.
Flores que llevan la maravillosa sonrisa de lo inefable
me hablan en silencio.

El mensaje,
el mensaje de amor y comprensión
nos ha llegado realmente.







(Del libro "Llamadme por mis verdaderos nombres", poemas de Thich Nhat Hanh.
Escrito en 1964 en Saigón.
Editado en 1966 por el Movimiento de Reconciliación, como tarjeta de navidad.)