jueves, 31 de marzo de 2011

La familia como práctica de dharma.












Éste es un texto que nos ha hecho llegar
hadania, escrito por un practicante budista y publicado en un blog de EEUU.


Algunas personas creen que tener hijos y una familia es un obstáculo para la práctica del dharma. Esta ciertamente no ha sido mi experiencia. Mis hijos y mi familia son mi práctica principal de dharma.

¿Qué significa practicar el dharma?
Significa entender claramente que no tenemos otros problemas que nuestras propias mentes negativas o delirios
y que la solución a todos nuestros problemas es reemplaz
ar las perturbaciones mentales por las mentes positivas o virtuosas.
Por eso, en todo momento debemos poner esfuerzo en entrenar nuestra mente para funcionar de una manera positiva, que produzca paz interior.

Un viejo maestro kadampa dijo una vez:

La esencia de la práctica del dharma es

destruir nuestros engaños tanto como sea posible
y ayudar a los demás tanto como sea posible.

Esto, para mí, es la clave para transf
ormar mi vida familiar en mi camino espiritual.


La familia como campo de cultivo de realizaciones.


Algunas personas piensan que las situaciones que provocan perturbaciones mentales (las que producen malestar y complicaciones, las que no queremos en nuestra vida)
son un obstáculo para nuestra práctica de dharma.

Es cierto que es (relativamente) fácil mantener nuestras mentes virtuosas cuando todo es agradable y fácil, pero es cuando estamos siendo empujados a nuestros propios límites
personales cuando realmente estamos obligados a practicar el dharma. No hay otra salida.
Excepto sufrir mucho más de lo necesario
y sin sentido.


Las exigencias de la vida familiar.









Desde cierta perspectiva, la vida familiar puede ser un infierno en la tierra:
despertarse innumerables veces en la noche, cambiar pañales sucios, el llanto constante del bebé, los niños metiendo sus dedos en los enchufes eléctricos o cualquier otra cosa peligrosa que puedan encontrar, el enfado constante
de una criatura,
la lucha imparable entre los hermanos, el luchar para conseguir que tus hijos coman algo más que comida basura, interrupciones constantes del trabajo o la vida personal, falta de tranquilidad, las exigencias sin fin (pero todos mis amigos ya tienen un teléfono celular a los 8 años), el ocasional "te odio" y "estás arruinando mi vida"...
Por no hablar de la llegada de la adolescencia!
O la economía que se lleva conseguir que un hijo o hija concluya sus estudios en la universidad!

Sin embargo, para un practicante del dharma estas experiencias no tienen precio.
Cada una de estas situaciones, y muchas otras, generan en nuestra mente toda clase de ciclones mentales, como la avaricia, la estimación propia, la frustración, la ira, los celos, el deseo de gratitud y consideracion (hacia mí, por todo lo que te doy), el apego a nuestros propios deseos, etc.
Cuando estas experiencias delirantes
surgen, nos dan una valiosa oportunidad para la práctica de los oponentes a estos delirios.
Como la generosidad, igualarnos y cambiarnos para estimar más y mejor a los demás, la paciencia, la renuncia...
y, en última instancia, la sabiduría de la vacuidad.

Día tras día, podemos trabajar en la superación de las perturbaciones mentales en algu
nas de las situaciones más difíciles de nuestra vida.
Si podemos aprender a ser madre o padre con ilusión, a pesar (o gracias a) todas las batallas cotidianas, es seguro que podemos hacer casi cualquier c
osa!


Comprender a nuestra madre nos ayuda a ser madres
y padres.




La crianza de los hijos también nos da innumerables oportunidades para ayudar a los demás tanto como sea posible.

En casi todos sus libros, el venerable Gueshe-la describe las diferentes maneras en que una madre nos aparece a lo largo de nuesta vida.
"Todos los seres son nuestras madres", repite una y otra vez.
Por supuesto que lo hace para tratar de ayudarnos a
generar gratitud hacia nuestra propia madre, pero también nos está diciendo todo lo que nosotros necesitamos hacer para ser una madre o un padre bueno y amable con nuestros propios hijos e hijas.
Y, a menudo, lo mejor que podemos hacer para ayudar a nuestros hijos (además de criarles, cuidarles, educarles y ofrecerles toda la ayuda material que necesiten) es ser un buen ejemplo para ellos.


El ejemplo educa.



Una cosa que he aprendido es que casi nunca importa lo que digo. Es como cháchara, un puro bla bla sin fin para mis hijos. Pero el ejemplo es el que muestra el tipo de persona q
ue soy, y es ahí donde se muestra la verdadera educación y donde tiene lugar la auténtica influencia.

Si muestro el ejemplo de alguien que da de corazón y sin quejarse, que se esfuerza por hacer uso de la disciplina, paciencia, dedicación, comprensión, compasión, alguien que perdona siempre, que sabe esforzarse cuando conviene y mantenerse tranquilo, juguetón, divertido y alegre, etc,
entonces es el ejemplo, más que cualquier otra cosa, lo que ayudará a
formar a nuestros hijos e hijas como personas felices y con una vida con significado.

El hecho de observar cómo enfrentamos los desafíos de nuestra propia vida, especialmente en el contexto de la familia, va a resultar determinante en cómo van a resolver ell@s los problemas en sus vidas.
Si constantemente culpamos a otros por nuestros problemas, por lo que sea, eso será lo que aprendan.
Si asumimos la responsabilidad de nuestra propia experiencia, van a hacer esto también.
Así que todo el tiempo estamos sembrando semillas en nuestra vida familiar, y no sólo para nuestro propio karma sino para el futuro potencial de nuestr@s hij@s.


No hay contradicción

entre la práctica del dharma
y la vida diaria.

Desde esta perspectiva, yo creo que la vida familiar es un terreno duro y difícil pero muy valioso para mi práctica espiritual.
No veo ninguna contradicción entre las dos.

Es cierto que, a veces, las responsabilidades familiares crean obstáculos para poder ir a todas las enseñanzas, pueden hacer difícil encontrar el tiempo para hacer mi práctica formal de todos los días,
pero lo que más cuenta, a mi manera de ver, es que durante todo el día, todos los días que estoy con mi familia,
puedo practicar lo que realmente significa ser un kadampa:
hacer daño a mis "venenos" tanto como sea posible y ayudar a los demás tanto como sea posible.


Cuando entiendo esto con claridad, en lugar de ver a mi familia como un obstáculo en mi camino, la veo como un regalo de todos los budas.

Cuando entiendo esto, yo soy capaz de seguir siendo feliz,
no importa todas las aparentes adversidades y obstáculos

que surjan
en mi camino.












miércoles, 16 de marzo de 2011

Todos tenemos derecho a nuestra pequeña parcela de dolor.
















Habíamos quedado para comer y hablar de estos tropiezos que a veces aparecen en el camino.
En el Camino.
Del último tropiezo que la mantenía bloqueada y con el corazón en un puño.
Quizás no te va a gustar, me dijo, pero le estoy siguiendo la pista a
la niña herida
...
Y caí en la cuenta, una vez más, cuán a menudo malinterpretamos las instrucciones budistas.
De hecho, lo hacemos continuamente, y está bien que así sea;
como Edison, fracasar en nuestro invento de la bombilla es la única manera de saber que ésa no es
y que hay que probar otra.
Hasta que demos en el clavo.
Lo sabremos por el eureka que se escapará de nuestros labios,
o el suspiro relajado (ahora sí...)
o la sonrisa en los labios:
ahora
sí.

Lo llaman realización
y aparece cuando aparece la Mente que No Busca. Porque ya está en casa.
Y siempre estuvo.


El dolor es un síntoma
lleno de información.


Ya se lo había dicho por email:
Así que aunque en Japón esté pasando lo que está pasando, y en Libia, y en el planeta entero, tú y yo también tenemos derecho a tener nuestros pequeños dolores personales. De hecho, es nuestra responsabilidad no ignorarlos y seguirles la pista para ver a dónde nos llevan y qué tienen para enseñarnos.

Yo creo que es nuestra responsabilidad
ser consciente de los propios dolores,
contemplarlos
(como cualquier otro síntoma, un dolor de cabeza, la acidez en el estómago)
y seguirles la pista.
Qué me están diciendo
de mis asignaturas pendientes,
probablemente por enésima vez.
No cejar hasta aprender la lección
de una vez por todas.
Porque detrás de cada dolor hay una lección.














Así que volví
a repetir para
mi amiga
el viejo mantra que últimamente
parece obligado repetir:
todos tenemos derecho a nuestra pequeña parcela de dolor.

Y negarlo no le ayuda en nada
a nadie.

Contemplarlo,
investigarlo,
aprender la lección
y tirar p'alante.

Las dos cosas a la vez:
tirar p'alante siempre;
mientras lo sufres,
lo contemplas,
lo investigas
y lo resuelves.

Sin que el dolor te impida ver a los demás.

El dolor como un puente, ya sabes,
que te conecta
con los demás,
pero también con tus propias y viejas
heridas,
te hace consciente
de tu confusión
y te anima a abandonar
la burbuja de ignorancia.

Todo a la vez.


Porque
todo
está
en el mismo
camino.









El dolor amigo.

Pero no ignores nunca tu propio dolor
ni lo minimices,
porque estarías desaprovechando la magnífica oportunidad que la vida te plantea,
tal vez por enésima vez.

.

lunes, 14 de marzo de 2011

Hoy toca no llorar por mí.

.


Hoy me ha costado salir de la piscina,
como un vientre cálido.
Hoy
habría deseado tener branquias para quedarme dentro, un poco más, sólo un poquito más.
Y he descubierto que es duro irse de esta manera, especialmente cuando es un capricho tonto e innecesario.

Primero ha sido el mar, con olas gigantes. Conforme avanzaba adentrándome veía las imágenes del tsunami en Japón.
Ten cuidado, me habían dicho, hoy las olas arrastran p'adentro.
Así que me quedé en la orilla bajo la lluvia, dejando que las olas me bañaran en terreno seguro,
mientras contemplaba los dos mil cadáveres que dicen haber encontrado hoy en las costas de Miyagi
y los mil cuatrocientos que aún consideran desaparecidos.
Y los 10.000 que estiman contabilizar.

Después del aire frío y la lluvia y el rugido amenazador del mar,
la piscina climatizada junto a la orilla es como un vientre cálido y seguro.
Desplazarse caminando con las manos por el fondo, jugar, es como volver a la infancia, a algún momento seguro de la infancia.
Regresar de espaldas, cara al aire húmedo, tan azul (o gris) como el propio agua que me envuelve, el viento azotando las palmeras y la espuma gigante mar adentro hasta la orilla,
me hacía imaginar el océano avanzando, tragándose la ciudad.

Aún ahora, que la lluvia sigue cayendo con fuerza detrás de mi ventana,
veo las olas arrastrando barcos, coches,
arrasando carreteras, autopistas, pueblos,
personas
y otros seres
vivos,
arrebatada la vida.

Aún veo las imágenes de las mujeres y hombres que se estremecen al recordar a todos los familiares y amigos que han perdido.


Mis grandes dramas
personales.



Y mientras tanto, tú y yo lloramos por el "amor" no correspondido;
por la pareja que no nos trata como nos debería tratar
(y ahí sigue, a nuestro lado, aguantando nuestro trato);
por las llaves que hemos extraviado;
por el cobro del mes, que otra vez se retrasa;
por el trabajo que estamos a punto de perder
o por el que no encontramos;
por el constipado del bebé que te mantiene atrapada en casa.
Segura
y a salvo, en casa.

Ya sé que todo el mundo tiene derecho a su pequeña parcela de dolor,
ya lo sé
(es algo que me oyes decir a menudo),
pero yo hoy, si me lo permites,
me niego a llorar mi gigantesco drama personal,
hoy, sin que sirva de precedente, sólo hoy,
elijo llorar por el sueño de Miyagi
y el de Libia
y todo el sufrimiento que envuelve el planeta,
este samsara
del que no es tan fácil escapar
de una manera definitiva.

Al menos, no
quedándote en el vientre cálido de una piscina climatizada.

Hoy resulta más claro que nunca
que
hay que hacer
algo
más.













Y no es
precisamente
quedarme
llorando
eternamente
por mis propios
gigantescos
dramas
personales.

.

jueves, 3 de marzo de 2011

Cosas de ancianas.












Es una de esas personas mayores con las que me cruzo en los vestuarios de la piscina o en el pasillo que conduce a la playa.
Da igual el día de la semana, del mes, del año,
llueva o haga sol,
ella disfruta siempre como una niña de su baño
en el mar.
Y no es la única.

Hasta la fecha, apenas solíamos cruzar un par de frases cuando nos encontrábamos:
Qué tal el mar hoy?
Limpio y transparente, un auténtico placer. Disfrútalo.
Esta vez, nos vimos cuando yo salía de la ducha y ella se dirigía vestida hacia la playa.
Qué tal el mar hoy?
Limpio y bello pero demasiadas olas para mi gusto, ¿ahora vas tú?
Hoy no, hoy sólo voy a caminar por la orilla, me dijo, es que vengo del dentista,
me ha sacado siete dientes.
Ni uno ni dos
-enfatizó, ante mi expresión de sorpresa-: siete.
Me enseña el interior de su boca, vacía de dientes.
Y duele. Causa impresión, eh?...
Me ha dicho el médico que me esté una semana sin meterme
en el mar.
Pero no es por los dientes, es que tengo una lesión aquí atrás
y he de andarme con cuidado.
Es que el otro día me caí.
Por lo visto me desmayé en la cama y me desperté en el suelo, había vomitado...
Es que yo ya hace tiempo que paso de los 90 años, eh?

Me costaba creerlo.

¿Vives sola?, le pregunté.
Vivía sola.
No tenía miedo.
La gente me dice que soy muy valiente yo pero, mira, cada cual es como es.

No se quejaba del dolor del cuerpo, tras la caída.
Ni del dolor de boca.
Ni de la soledad.

¿Sabes lo que pasa?, me dijo: que yo no pienso en mí.
Pienso en todas esas viejitas que viven solas.
Yo tengo suerte, porque soy fuerte,
pero todas esas viejitas y viejitos que viven solos,
eso sí que me da pena.

Eso sí que me duele.

.