domingo, 30 de diciembre de 2018

La vida es un instante.








Le gusta tanto el día gris, la lluvia como un susurro,
el aire de haiku,
tanto,
que había olvidado el sol de invierno
en la piel.
El silencio en la arena,
el susurro de las olas al alcanzar la orilla.


Una paloma se acerca confiada,
picotea en la arena mientras da vueltas alrededor de ella, sentada.
Parece que la mirara con su ojo lateral.
Ella la sigue con una sonrisa, hermana.

La playa urbana, semidesierta de invierno.
El sol cálido.
El aire ligero.
El agua fría como alfileres en la piel,
plana y transparente como un espejo,
como el hielo líquido.
Algunas velas en el horizonte.
La vida es un instante.







Este preciso instante.
Nunca en otro lugar.


Sólo es posible aquí,
en este instante.



viernes, 21 de diciembre de 2018

Parar.







Como si un tren de acontecimientos le hubiera pasado por encima.
Lo siente en la pausa, en el silencio.
En la estación de parada.
Respira, toma aire.
Aquí, ahora, la vida, la libertad.

Volar con el huracán apagó la memoria.
Momentáneamente.
De repente, se hace el silencio, y la quietud.
Respira.
Aquí, y ahora, todo es perfecto.
Estás viva -celebra.
Recupera la libertad.
Y se esfuma, se hace humo, el miedo.

Como una montaña rusa, a veces la hipnosis se hace tan intensa
y el sueño tan vívido, tan real.
Y duele como si existiera.

Entonces, conviene hacer una parada.
Y respirar.
Degustar la quietud,
paladear la libertad,
la plenitud,
aquí y ahora.

Incluso en medio de la tormenta,
si puedes parar, un sólo instante,
ahí mismo,
entonces,
todo es perfecto.

Y nada puede evitar que respires la vida,
la libertad.

Y el miedo se esfuma.
Puro humo.







domingo, 2 de diciembre de 2018

Interser.







Silencio.
Los sonidos del silencio, fuera y dentro.
Como una ofrenda abundante, desde el silencio interior.
Silencio de pensamientos, contemplación.
Escucha atenta.
Entrega
atenta.



La despierta el canto de las tórtolas y los colores del amanecer.
Despide el día extasiada ante el despliegue de luces del atardecer
con la banda sonora del vuelo de las gaviotas.


El sol acaricia su piel
y el aire fresco,
que alborota ligeramente su pelo y, a ratos, las páginas del cuaderno.

Una gaviota aterriza en el ángulo de la barandilla
que la costumbre ha hecho suya.
Blanca y gris, limpísima, grande.
Indiferente a la presencia de un humano a una distancia de tres baldosas.
Quizás la costumbre ha convertido también al humano en parte de su casa, escenario familiar.






Cuando el canto de las tórtolas o la voz de las gaviotas la acompañan al despertar, o al despedir el día, ella (el humano) a veces les pregunta en silencio, como un ruego, como una oración:
"¿Estaréis ahí cuando me vaya?".
Será como alzar el vuelo con ellas, finalmente. Por fin.

Recuerda cuando le sobrevino aquella crisis de dolor mientras se hallaba en compañía en una terraza del paseo marítimo. Tan intensa y prolongada que por una vez accedió a ser conducida al servicio de urgencias del hospital más cercano.
"Espera", dijo.
En el transcurso, se había desplegado un paisaje celeste explosivo de luces y colores.
Lo contempló extasiada.
En un doloroso y profundo éxtasis.
Deteniendo el tiempo.
Imaginó que su cuerpo se tumbaba en uno de los bancos de piedra bajo el techo y el aire de colores.
Y se sintió completamente libre en esa plenitud.
En esta cuna podría irme feliz, si fuera el caso.
Lo supo.





Si "muero porque no muero", qué pasa cuando muero?,
le preguntó a su amigo cuando caminaban montaña abajo,
bañados sus cuerpos y los de los árboles por los colores de un atardecer
que devenía en oscuro anochecer.

- Si muero porque no muero, qué pasa cuando muero?
- Quizás, que empiezas a vivir.