domingo, 28 de julio de 2019

Verano del 2019








Hay dos formas de vivir la vida:
con miedo o con ilusión.
Hay muchas formas de vivir la vida pero ésta es una clasificación tan válida como cualquier otra, especialmente en este contexto.

Subió al terrado con la bandeja del desayuno, como cada mañana,
y se instaló en su rincón de sombra.
Esta vez bajo un cielo nublado y el aire algo más fresco de lo habitual.
Cuando empezaba a verter el café en la taza, unas gotas minúsculas cayeron sobre sus piernas y en los brazos.
Al canto de las gaviotas se le unían voces de truenos, constantes, como aviones que no acaban de pasar.
Tenía la opción de recoger sus cosas y regresar a casa, a cubierto.
Pero sabía que no lo haría.
La otra opción era disfrutar del aire algo más fresco de la mañana
y algunas gotas sobre la piel.
Y el paisaje de nubarrones en rápido movimiento.
Ya tendría tiempo de recoger cuando las condiciones urgieran a hacerlo.
No se iba a anticipar.
Y allí se quedó,
degustando sin prisa y sin empujones
su bol de avena con semillas y frutos secos
y la pequeña fuente de frutas
y su cafetera caliente de café recién molido.
Sin prisa.
La voz de los truenos haciéndole coro al canto de las gaviotas en vuelo.
La coreografía de gaviotas y nubes en movimiento.
El fresco en la piel,
a veces algunas gotas de lluvia ligera.
Anticipadora.
Sin prisa las nubes.
Y ella.





Domingo soleado y fresco.
Julio se acerca a su fin.
Y agosto cruzará en un suspiro.
Y el otoño de nuevo, precioso e inspirador.
Pero pasará como un suspiro.
Y otro invierno.
Qué vértigo!

De momento, es un magnífico día soleado, luminoso y fresco, de verano,
después de la tormenta.
Las golondrinas cantan como locas, en coro,
y alguna tórtola solitaria a lo lejos.

Hay dos maneras de vivir la vida: con miedo o con fascinación.





Un retiro de verano en un valle fresco de Navarra.
La inspiración.
Desaparecer como agua vertida en agua.

Qué pereza el viaje, el equipaje, dejar la zona de confort!

Qué dulce la anticipación, cuando, al mismo tiempo,
todo está aquí.

Hay dos maneras de vivir la vida:
con miedo o con devoción.
Y cada instante tienes la oportunidad de elegir.







Pasa del mediodía y aún en casa.
Lentamente.
La cocina recogida.
Próxima movida: entrar las plantas del balcón,
que celebraron el fresco de la noche pero no resistirían el calor del día.
Practicar un rato el Preludio de Bach.
Hacer la mochila para la visita al mar.
Unos minutos más al piano, los dedos recuperados.
Y así va avanzando el día.
Lentamente.
Y sin prisa.
La ofrenda, la celebración.
Quizás el paso por la filmoteca a la tarde,
cuando el calor del sol invade su estudio.
O puede que la tarde transcurra contemplando la película
de la luz del día y de la noche,
la banda sonora del coro de pájaros.
El mejor cine.

Quietud y silencio.
Seducida por la maravilla del silencio y la quietud de un domingo de verano.

Las hojas bailan en sus ramas en la terraza de enfrente
y una gaviota planea perezosamente por el cuadro de la puerta del balcón.
Toma tierra y canta en el terrado, como una llamada.
Ahí estoy.
También.





La eternidad del instante también se olvida.

Pasará el verano de 2019 quizás con escasas marcas para el recuerdo.
La eternidad del instante resulta de fácil olvido, en la agenda del tiempo lineal.

La eternitud del momento es de fácil olvido, quizás.
Nada que contar, si te preguntan.
Nada para hacer.
Nadie para ser.

Pero al final, eres (un poco más)
lo que practicas.
También el instante eterno e infinito.






sábado, 13 de julio de 2019

La contemplación.






A veces va bien parar.
Darse una tregua;
nada que hacer, ningún lugar a donde ir.
De retiro.
En un monasterio o en una caseta en el bosque,
o en la casa de cada día, da igual.
Aquí me quedo.
Como Buda debajo del árbol, recibiendo impasible a las visitas.
Quizás la visita del aburrimiento,
el vacío, el sinsentido,
la Duda.
Las dudas.
Como la mejor anfitriona, sin prisa para que se vayan
o se queden.
Sin presión.
Sin interferir.

¡Caray, cuántas nubes en este universo!
Ser alguien, dejar huella, gustar, ser elegida,
la apreciación, como un certificado académico que da sentido
al sentido ausente.

Cuántas nubes de paso!
El miedo a desaparecer, el miedo al sufrimiento,
el miedo al dolor, el miedo a la pérdida, el miedo al rechazo,
el miedo a la vulnerabilidad, a sucumbir bajo los efectos de la hipnosis.
El miedo a no ver a Dios. A perdértelo.
A viajar sin su compañía.
En especial, el último viaje,
como si fuera aún más importante que éste, aquí
y ahora.
El Miedo.
Cuántas nubes en este universo!





A veces viene bien parar,
como una buena anfitriona que detiene sus quehaceres para asegurarse de que todas sus visitas se encuentran confortablemente acogidas.
Ver sus caras relajadas al fin
y sentir su presencia
como nubes
en disolución.



Hasta el aire se detiene.
Ni una brizna de brisa en la ropa tendida,
ni en su cabello
ni en la piel.
Ni en el cuaderno sobre sus piernas.

Qué dulce, parar!
El fotograma congelado,
el paisaje nítido,
el sueño tan claro!






martes, 9 de julio de 2019

El trasiego de la quietud.






Los sonidos del silencio del mediodía
de verano.
Quietud.
El karma se detiene por un momento,
el guión hace un punto y aparte.
Parece.
El fotograma se congela
Parece.
El viento zarandea las plantas,
a veces como un abanico suave y refrescante.
Silencio y quietud.

La respiración aún circula por este cuerpo,
como los ríos de nutrientes.
Todavía como una hoja verde en las ramas,
las frágiles ramas.

Inspira el cosmos.
Y se derrama en el cosmos.
Ese aparente ir y venir.
Verano del 2019.

Las sábanas bailan en las cuerdas,
al sol y al viento y al canto de los pájaros.

Los sonidos del silencio.
El trasiego de la quietud.

A veces coge una pequeña piedra, preciosa, en sus manos,
y la lanza sobre la superficie del mar en calma.
Y contempla las suaves ondas expansivas.
Parece que el karma se activa por un instante.
Pero todo queda contenido en este sueño.

Qué dulce este viaje en su compañía!
Qué suerte, que sus ojos pudieran reconocerle!
Qué duelo,
cuando pierde la visión!







viernes, 5 de julio de 2019

Sobre la reencarnación.







Cada etapa en la vida es eso,
una nueva vida.
Un nuevo yo en un nuevo mundo.
En general, hemos comprado la creencia de que la vida humana es la juventud,
y quizás una parte de lo que llamamos la "madurez".
La vida adulta.

Antes de eso, la infancia es considerada como una mera formación,
la preparación para la supuesta vida.
La adolescencia, la puerta de entrada al mundo adulto,
la antesala,
la prueba de fuego, el rito de paso.
Pero aún no es considerada propiamente "la vida humana".
Todo lo que se nos pide que hagamos tiene la mirada puesta en el objetivo
de la vida adulta.
La Vida.
Y entonces es cuando llegamos a nuestro reinado,
el referente de la "vida",
la vida misma.

Puede ser un reinado difícil, despojado o abundante,
conflictivo, lleno de sorpresas o previsible,
largo o corto,
pero ahí se considera que está nuestro zénit,
la cumbre,
la vida humana por definición.

Y a partir de ahí, la decadencia,
las derrotas,
lo que consideramos las pérdidas
(del cuerpo, de la mente, del poder),
las dependencias,
la añoranza,
la nostalgia de la vida pasada.





Y sin embargo, la vida es vida en todo momento.
Y la vida humana es vida humana en todo momento.
La vida del bebé es la vida del bebé,
como antes de nacer es la vida del embrión
o la del feto.
Otras condiciones, otro yo,
otro cuerpo,
otros retos, otros disfrutes.
Un yo en su mundo.
Muere uno y nace otro.


La pregunta es: Cuál es mi yo en estos momentos?
Cuál es mi mundo?
Cuáles son las condiciones, aquí y ahora?
Qué vida es la que me toca vivir
en este sueño
kármico?

Sin expectativas ni puertos futuros.
Sin nostalgias
ni duelos que me impidan percibir la nueva realidad, aquí y ahora,
las nuevas posibilidades
y oportunidades.

Qué ocupa mi mundo hoy, en esta nueva vida que nace?





Ella dijo:
Tiempo.
Preciado tiempo libre sin culpa.
Tiempo para contemplar.
Quietud y silencio.
Algunas amistades, compañeras de viaje.
Nada que demostrar, esa libertad.
También hay nudos y conflictos pendientes, pero el drama tan reducido,
la paciencia tan crecida.
El respeto al ritmo de las cosas.
El cuerpo frágil.
La conquista al fin de la lentitud.

El aire de la montaña en la piel, sin culpa.
El canto de los búhos
y las golondrinas, los nuevos pájaros del verano sobrevolando mi cielo.
La sombra acogedora de mi hogar
con vistas a la luz cambiante del día y de la noche.
Mi santuario personal.

Una sangha y una sala mágica en la que meditar.

Unas compañeras de viaje con las que celebrar y compartir sueños y aventuras,
y tristes pesadillas de abuso (este escenario aparentemente externo)
como un espejo
reflejando los nudos sin resolver.


No existe una vida específica
sino una sucesión de vidas encadenadas
para una sucesión de yos.
Y aferrarse al referente de un solo yo
en un solo mundo
viviendo una sola vida
no dejará de ser una fuente de sufrimiento
porque se basa en el error
de no reconocer la impermanencia
y la diversidad.

La multiplicidad que hay en la singularidad.
Y la singularidad que hay en la multiplicidad.