martes, 15 de mayo de 2018

Las pequeñas cosas.







A veces se siente tan fuerte, tan libre,
que despliega situaciones que naturalmente (kármicamente)
alterarían su paz.
Las despliega ante sí
y se observa.
Se pone a prueba en los retos más difíciles,
los que parecen más sencillos.
Los duros, cuando parece que no hay opción, resultan muy fáciles de afrontar.
Con la entrega basta. Y no hay ningún mérito.

Si tienes que afrontar un cáncer, una enfermedad terminal,
la muerte de alguien amado o la tuya propia,
resulta fácil entregarse.
Qué otra cosa podrías hacer?

Pero las situaciones cotidianas que pasan inadvertidas,
las situaciones que te alteran como un día de viento,
las personas que retan tu ego de la forma más sutil,
ésa es la prueba del algodón.

Los pequeños apegos y aversiones.

Esas pequeñas cosas.






sábado, 12 de mayo de 2018

Lo malo del relato de tu vida es cuando te crees que es la vida misma.






Normalmente, en los encuentros sociales, y en los particulares,
nos contamos historias.
Incluso puedo creer que practico la escucha atenta
y la palabra sincera, desde el corazón.
Pero cuántas veces no estoy estabilizando mi hipnosis
y la de los demás,
otrgándole energía y credibilidad.

Me hipnotizo a mí misma con el relato de mi vida
y participo de la hipnosis colectiva afianzando los relatos ajenos.

Puedo incluso pensar que me mueve la compasión
(la empatía, la solidaridad, el amor)
y el acompañamiento, el abrazo.
Pero en realidad estamos dando credibilidad a la hipnosis y estabilizándola,
arraigándola, haciéndola crecer,
perfilando detalles, nutriéndola,
inyectándole vida y realidad.

Aunque no deje de ser una fantasía
(proyecciones del sueño, proyecciones kármicas),
duele como si existiera.
Y cuando parece que te da felicidad, acabará doliendo,
porque el engaño siempre acaba decepcionando
y causando dolor.






Conecto el televisor y es como una entrega voluntaria a la hipnosis,
el relato cobra fuerza y echa a andar,
la palabra se hace vida.

Busco grupos de afinidades ideológicas
y hasta espirituales,
y alimentamos nuestra hipnosis colectiva
y personal.

Y sin embargo, qué riqueza cuando alguien
o algo
a tu lado
hace estallar la burbuja de jabón.
Tal vez un comentario aparentemente absurdo o jocoso.
Tal vez una mirada. O el silencio.
Pero estalla el encantamiento como una pompa de jabón.
Y qué liberación.





No tengo nada en contra de los relatos -le dijo la amiga.
En algunas tradiciones, el "compartir" tu relato personal y escuchar los demás
forma parte importante de la práctica
(la escucha atenta y la palabra amorosa).
Pero, como en todos los métodos,
en todas las prácticas,
siempre puede encerrar también una trampa.

No creo que el relato en sí sea el peligro -continuó.
Pero sí cuando llegamos a creérnoslo,
cuando confundimos el sueño kármico (la hipnosis, el encantamiento)
con la realidad.
Si olvidamos que son meras proyecciones kármicas.

Como dijo Consuelo Martín,
Lo malo del pensamiento es cuando te identificas con él.

Lo malo del relato de tu vida es cuando te crees que es la vida misma.






miércoles, 9 de mayo de 2018

La vida como un espejo.






Le gustan los retiros.
Se siente muy bien en los retiros espirituales, de meditación, de silencio.
Cuando alguien le habla del malestar, de las crisis catárticas
que emergen
en el aislamiento y el silencio,
ella escucha con admiración, esa oportunidad de comprensión.
Pero nunca ha sido su experiencia.
En la quietud y el silencio de los retiros, ella se siente en paz, como en casa.
Y brota una alegría especial.
Naturalmente.

La única diferencia es que antes, de regreso del retiro a la realidad cotidiana,
(eso que llamamos la "realidad" diaria),
a menudo le producía cansancio.
Como volver de las vacaciones a un trabajo que no acabas de disfrutar.

Entonces fue cuando se dio cuenta de que algo no encajaba en su práctica
(eso que llamaba la "práctica espiritual").
Esa separación. Esa dualidad.





Ahora, se siente igualmente bien en los retiros.
De hecho, ha instalado retiros cotidianos en su vida diaria,
esos ratos eternos de no-hacer, no-pensar,
contemplación lo llama, a veces, cuando hay que llamarlo de alguna manera.
Pero luego vuelven a aparecer las apariencias
y las recibe como un regalo de la vida.

Qué haría ella sin toda esa información sobre sí misma,
sin ese espejo exterior?

Después del silencio, nutritivo y reparador,
ese descanso profundo,
después, el retorno de la vida cotidiana
es como uno de aquellos cursos y talleres que llamábamos
el "Programa Fundamental", o el "Programa General", o el "Programa de Maestr@s".
Tantos en los que se involucraba,
para estudiar, analizar, contemplar, profundizar
e integrar
los textos sagrados.

Ahora acoge las apariencias de la vida diaria como el mejor texto del Dharma,
el espejo que le refleja su interior, aquí y ahora.





Tan torpe, que aún necesita esa dualidad para comprender.
Tan separada,
que aún necesita que el mundo exterior, esa proyección,
le explique lo que está pasando dentro.


Así que ¡qué bien se está en los retiros de silencio,
ese descanso de desapego, entrega y plenitud!
Y qué bien en la vida diaria
que aparece como un relato de peregrinación externa
reflejando el instante interno.

Aún en esa dualidad.

Apreciando las apariencias.

Postrándose ante ellas,
desbordada
de gratitud.






domingo, 6 de mayo de 2018

Un instante eterno.







A veces la vida te besa en la mejilla.

Corre un aire suave en el terrado
y refresca la cara al sol y te transporta a otro lugar y otro tiempo.
A la experiencia de amor
(ningún objeto identificable, amor sin objeto).
Al mar, quizás, un mar nuevo, de visita.
Un ligero escalofrío. Se ha levantado viento, vamos a comer.

No es un sueño lúcido, es un sueño que brota en la vigilia.
El amor, el viaje de la vida.
Compartiendo el viaje de la vida.
Como un beso en la mejilla, y recuerdas que la vida es una hermosa experiencia.

Entras en el refugio del calor,
pides algo de comer y beber
y dejas espacio al silencio.
Un instante eterno.
Y luego miras a los ojos que tienes enfrente, en silencio, y sonríes.

La vida es una preciosa experiencia, a veces.





jueves, 3 de mayo de 2018

El relato.







Te das cuenta de que conforme vas comprendiendo (lo que a ti te parece "comprender"),
vas transformándote.
Y conforme vas transformándote, vas cambiando el relato.
El relato de tu vida,
el relato de la vida,
el relato del mundo,
de lo que llamamos sociedad, cultura, etc.
El relato del amor, de la lealtad,
las expectativas...
Vas cambiando el relato que te cuentas.

No puedes contar la historia de tu infancia igual que cuando lo hacías desde el egocentrismo,
la importancia personal (el "yo primero") y la separación.
No puedes repetir discursos aprendidos desde la creencia materialista.


A veces, justificamos nuestra propia adicción al sufrimiento hablando de situaciones ajenas,
como la pobreza de los demás
("Cuando eres pobre no tienes la oportunidad de conectar con la espiritualidad,
bastante tienes con ganarte la vida" y otros despropósitos mil veces escuchados),
la dureza de las guerras
o los campos de concentración.





Pero si ninguna de ésas es una experiencia personal, aquí y ahora,
de poco nos sirve.
Excepto para distraernos, para dispersarnos,
para escapar
o creer que nos autojustificamos (nuestra adicción al sufrimiento)
con teorías o creencias aprendidas.

Una de las señales de la liberación
es que vas soltando creencias inmovilistas
y te vas haciendo más flexible.
Y empiezas a contar las cosas de otra manera,
desde otra perspectiva.
Y cambias el relato.





Si de verdad nos interesa comprender cómo son las cosas,
no vamos a dar por buena cualquier creencia aprendida
y no la vamos a repetir mecánicamente.
Porque veremos que
si nuestra comprensión de la vida va cambiando,
muchos de los relatos (explicaciones, creencias)
que repetimos por inercia
pueden resultar incoherentes ahora
y perder su validez.

Por eso el lenguaje cambia
conforme la persona se va transformando.
Y el relato cambia.

Y lo que antes asumías ciegamente, ahora lo relativizas.
A veces ni siquiera tienes que cuestionarlo o investigarlo
porque sencillamente
ya no aparece,
ha perdido su validez.

Y si no es así, si la comprensión no llega a iluminar todas las esferas de la vida,
es que aún estamos, al menos, en dos niveles separados:
un nivel teórico espiritual
y otro nivel cotidiano, que sigue siendo el mismo de siempre.





Si de verdad hay transformación, el relato cambia
conforme una se va transformando.

El relato cambia de acuerdo a la transformación.
Hasta que ya no hay relato.
Cuando ya no hay un yo para relatar.