sábado, 22 de junio de 2013

El hogar de la ola es el agua.








El hogar de la ola es el agua;
no necesita viajar miles de millas
para llegar.


Una ola no necesita morir para convertirse en agua,
dice TNH.
Ya es agua en este mismo momento.
Nosotros tampoco necesitamos morir para entrar en la tierra pura o el reino de Dios.
La tierra pura es nuestra misma base en este mismo momento -como el agua es la base de la ola, la naturaleza de la ola.

Nuestra práctica más profunda consiste en ver y sentir esta dimensión última en nuestro interior cada día, la realidad del no-nacimiento y de la no-muerte.
Sólo esta práctica eliminará totalmente nuestro miedo y sufrimiento.









No hay que hacer multitud de peregrinaciones ni esperar el paso de innumerables vidas futuras para alcanzar la liberación.


"He llegado, estoy en casa".
El hogar de la ola es el agua, está aquí mismo.
Para llegar a su verdadero hogar no necesita viajar miles de millas.

(TNH)






No dejaba de pensarlo, estaba convencida, sabía que era exactamente así.
Intentaba contemplar cada instante de su vida desde la mirada de esta
"dimensión última",
desde la experiencia del agua.

Contemplaba las apariencias como sueños que se manifestaban cuando se daban las condiciones
y las condiciones mismas como efectos de otras condiciones. Como la historia interminable. Como un guión sin principio ni fin.

La única manera de que no resultara agotador era entregarse.

Aceptarlo, entregarse.
Soltar intereses personales.
Entregarse -como disolverse.

Disolverse.






















sábado, 15 de junio de 2013

Compartir.











Esta semana ha sido reveladora -quiso explicar en el espacio para "compartir",
en el último tramo del encuentro para la meditación de los viernes.
Sin dejar mis gotas de haikus (El haiku como camino espiritual y Aware, de Vicente Haya), cada poemita un instante de presencia, un fotograma de este sueño maravilloso detenido, inmortalizado en el instante eterno.
Sin abandonar esta lluvia suave de milagros cotidianos en verso en el papel, que transforman la mirada convirtiendo cada imagen ante los ojos en un nuevo haiku, en un nuevo milagro cotidiano; sin abandonarlo, digo, han aparecido al lado de mi cama dos nuevos libros de cabecera: La muerte es una ilusión, de Thich Nhat Hanh y Mis viajes con Epicuro, de Daniel Klein.


De hecho, La muerte es una ilusión (La superación definitiva del miedo a morir) es un viaje que me viene acompañando ya en las últimas semanas. La muerte sólo existe si te aferras a esta apariencia cambiante, dice TNH, como si lloraras la "muerte" de la forma de la nube de hace unos instantes.






O el llanto por la nube que ya no ves te impide ver la lluvia (la nube convertida en lluvia) que refresca y acaricia tu piel. O no te deja ver el río que fluye al mar. O el mar que fluye a la nube.

Como llorar por
la pérdida del gusano
sin querer ver la mariposa que tenemos delante.

Sólo sufrirás la muerte si te apegas a un estado que ya no existe, porque el instante al que te aferras ya ha pasado. Sólo sufrirás  la muerte si continúas designando "yo" en la ola, identificándote con la ola e ignorando el océano que eres.
La superación definitiva del miedo a morir, la entrega definitiva, para dejar que se manifieste tu auténtica naturaleza.





Mientras TNH habla de la muerte, esa ilusión, Daniel Klein me habla de la vejez.
Cansado de luchar contra la entropía de la naturaleza humana, la batalla perdida por la "eterna juventud", en la que él también se ha visto arrastrado en la misma corriente que sus congéneres (cremas, operaciones estéticas, gimnasios...), el filosofo septuagenario decide contemplar en qué consiste ese proceso, en él mismo y en los demás. Y es entonces cuando reconoce el paso lento al caminar, el movimiento calmo al levantarse, como la conciencia del taichí o la meditación caminando (aquí estoy, ya he llegado); la comida pausada (a causa de los empastes y postizos), la degustación; la libertad del tiempo ocioso...








Si te concentras en las causas, puedes vivir la vejez como un tormento, como una cadena perpetua, una condena de final trágico, pero en realidad son las mismas causas que te obligan a vivir la vida que siempre quisiste llevar y nunca lo conseguías. Ahora sí, ahora puedes disfrutar del ritmo lento, la cadencia, la libertad de ser dueñ@ de tu tiempo, la degustación de los pequeños placeres de los que hablaba Epicuro.

Cuando alguien te cuenta la vejez de esa manera, decides empezar a ser "viej@" ya mismo, para qué esperar? Celebras la agilidad que aún se manifiesta en tu cuerpo pero también celebras las torpezas -siempre hay "torpezas", a cualquier edad, y cuando lleguen para quedarse, bienvenidas serán.






Deseaba compartir todo esto con sus compañer@s de la sangha, pero prefirió el silencio que daba espacio al compartir de l@s demás. Prefirió escuchar la semana dura de A, que se disolvía como un globo desinflándose y liberando toda la tensión por el mero hecho de llegar al espacio de meditación;
o C, que atravesaba el otoño de la vida (según el almanaque y su DNI) y sin embargo confesaba vivir la primavera -si los demás lo advertían o no ya no era cosa suya, si los demás veían la forma de su cuerpo y no la experiencia de su ser interno en primavera,
no le preocupaba ni lo más mínimo.


Ella no habló porque estaba sedienta de escuchar  a l@s demás y porque, al fin y al cabo, l@s demás hablaban de lo mismo: de la liberación de soltar la pesadilla, cuando la reconoces como una ilusión; de abrazar la vejez  para vivir todas las etapas del viaje con la misma plenitud; de entregarse a la vida, en todo su recorrido.






jueves, 13 de junio de 2013

Envejecer en Corfú.











Cuando su hijo bromeó sobre el sueño de la vida futura ociosa,
("Cuando me canse del teatro,
me pondré a escribir novela negra para envejecer como Donna Leon, en Venecia."),
ella recordó haber tenido ese mismo sueño; en su caso, sobre, tal vez, soltar anclas en Corfú, "donde Miller escribió El coloso de Marusi -su mejor libro de lejos, a mi entender".
Entonces recordó que le había pasado lo mismo cuando leía una de sus primeras novelas de Patricia Highsmith. Cuál era?... Alguna de la saga de Ripley, probablemente.
Y lo que pasó fue empezar a leer la narración de un escritor (o algo parecido) que vive retirado en alguna casa de la costa de Túnez... Era Túnez? Lo único que recuerda
(en la lectura de Miller, de Highsmith) es la alegría de la vida retirada de todo lo conocido. No, es más. La alegría de la vida fluyendo en la rutina que siempre había evitado.








Toda su vida huyendo de la vida "previsible", de la rutina de los horarios, el mundo laboral, seguros y pensiones.
Toda su vida surfeando la incertidumbre de la creatividad,
la filosofía, el arte y la cultura. Y mientras tanto soñaba con soltar un día todo eso para acabar sumergiéndose en el mundo...
no en el mundo "real", en el otro mundo, en el corazón del motor en marcha, donde no eres nadie, para empezar a escuchar a los filósofos y sabias de la vida cotidiana.
Como Daniel Klein cuando regresa a la isla griega de Hidra para que le desvele algo "auténtico" sobre la vida y una manera sincera de envejecer.










Empezar a callar para escuchar a los pescadores que saben de la dureza del mar, de las largas travesías de retiro solitario (eso sí que -también- era un retiro de silencio), de la vida y la muerte cuando son la misma cosa.
Empezar a callar, para escuchar la sabiduría de las matriarcas, amas de casa y de familia, cuidadoras, proveedoras, administradoras,
creadoras de vida, expertas en acoger y soltar.

Callar
para empezar a escuchar.

Ése era el sueño de su juventud: envejecer con serenidad en la inmersión en el mundo que siempre había evitado. Su hijo, que aún era joven, soñaba con seguir creando; retirarse para seguir creando. Ella soñaba con retirarse para dejar de crear, al fin; simplemente contemplar, descubrir, comprender y amar el mundo que siempre había evitado. Volver a las raíces de las que huyó cuando apenas era una niña.

Cerrar el círculo.

En el camino, había soñado con anocheceres místicos en monasterios y retiros solitarios.
Pero, finalmente, nada tenía más sentido que conocer más y amar más a los seres corrientes, como ella misma. Y para eso no había que "retirarse" más, a ningún otro lugar.
Porque, a fin de cuentas, Venecia, Corfú, Túnez, Hidra, Almería o Barcelona ("que tampoco se envejece nada mal en Barcelona, doy fe yo que ya estoy en ello", le había confesado al hijo), da igual, si no dejan de ser manifestaciones diferentes (o parecidas) de lo mismo.











Al fin y al cabo, la tierra pura está en todas partes, también en el lugar del que huiste en tu juventud, cuando necesitabas conocer el mundo antes de dejarlo.

Necesitabas agotarte explorando los cinco continentes para descubrir que todo estaba ya
en la cuna que te acogió al nacer.


Pero para comprenderlo había que perderse tantas veces....
Y hacer tanto daño, tantas veces,
a una misma
y a los demás.



































viernes, 7 de junio de 2013

Por dónde empezar...










Una lectora del blog me escribe para explicarme que está entrando en contacto con el budismo y no sabe muy bien por dónde empezar a explorar. Lo que tiene claro es que quiere desarrollar la paz interior y soltar apegos. Cómo empecé a incursionar yo en el budismo, me pregunta, tal vez mi testimonio pueda serle de gran ayuda.

Aunque mi experiencia personal no es relevante en absoluto, sí puede ser un botón de muestra,
una ilustración más. Así que le explico...


Querida amiga:

Yo entré en contacto con el budismo a través de las artes marciales. En la práctica, me di cuenta de que la concentración, la atención plena, desaparecer (el "yo", todas las concepciones mentales) y fundirse con lo que "sucede", me ayudaba a mejorar mi técnica y a disfrutar más, en el dojo y en la vida. Sin darme cuenta me había metido en el zen. (Además, con mi maestro, solíamos meditar un poquito antes de empezar la clase y al acabar).

El zen es un tipo de budismo adaptado a la cultura en Japón.











Luego descubrí el budismo tibetano
(el budismo adaptado a la cultura en el Tíbet),
las instrucciones del lamrim (el sutra), que enseguida reconocí como una "ciencia de comprensión de la mente" muy especial. Y el tantra, que es su faceta más mística:
la conexión con el buda que ya llevas dentro, dejarle respirar; quitarte de en medio y dejar que funcione el ser perfecto que ya eres.










Se dice que Buda impartió 84.000 ensañanzas y a veces pueden parecer diferentes y hasta contradictorias, pero yo veo todo esto como la medicina
(las diferentes instrucciones o formas de budismo)
 que tiene que responder a la "enfermedad", al momento y estado concreto de cada persona.
Así que tú puedes abrirte a lo que más te "resuene", lo que más comprendes, lo que te resulta más útil y práctico para usar e integrar en tu vida, en este momento dado.



Un abrazo y seguimos en contacto.


















miércoles, 5 de junio de 2013

La nube no muere; se transforma en otra cosa.







En un bello día soleado levantas la cabeza para contemplar el cielo y ves una bonita y algodonosa nube flotando en él.
Admiras su forma, cómo la luz cae sobre sus numerosos pliegues y la sombra que proyecta en los verdes campos. Te enamoras de esta nube. Deseas que no se separe de ti para seguir siendo feliz. Pero entonces la nube cambia de forma y de color. Se le unen más nubes, el cielo se encapota y empieza a llover. Ya no puedes ver la nube. Se ha convertido en lluvia. Empiezas a llorar anhelando el retorno de tu amada nube.
Si supieras que al observar a fondo la lluvia seguirías viendo a la nube, dejarías de llorar.

En el budismo hay la enseñanza de lo "sin marca" (animitta). "Marca" significa la forma o el aspecto exterior de las cosas. La práctica de lo sin marca es la práctica de no dejarse engañar por las formas o el aspecto exterior de las cosas.
Cuando comprendemos animitta, comprendemos que el aspecto no constituye en absoluto la realidad.












Cuando una nube se transforma en lluvia puedes observar a fondo la lluvia y ver que la nube sigue ahí, riendo y sonriéndote. Esto te hará muy feliz y dejarás de llorar porque ya no seguirás apegado al aspecto de la nube.

Si te acucia el dolor y sigues llorando durante mucho tiempo es porque te has quedado atrás, porque estás atrapado en la forma o la marca de la nube, en un aspecto del pasado, y no eres capaz de ver la nueva forma que ha adquirido.
No has podido seguir la nube mientras se transformaba en lluvia o en nieve.








Es maravilloso ser una nube, pero también lo es ser lluvia. Así como ser nieve o agua fluyendo en el río.
Si la nube recuerda esto cuando está a punto de transformarse y de proseguir su existencia en forma de lluvia,
no estará tan asustada.
Recordará que ser una nube es maravilloso, pero ser la lluvia cayendo (sobre los campos, los huertos, las montañas, los ríos o abasteciendo las necesidades de otros seres) también lo es.


A esta enseñanza de Buda se la conoce como la naturaleza del no-nacimiento, de la
no-muerte, del no-llegar y del no-partir. La verdadera naturaleza de las cosas.


("La muerte es una ilusión. 
La superación definitiva del miedo a morir"
Thich Nhat Hanh.)


sábado, 1 de junio de 2013

Lazos de amor.










Dijo que era su hermana grande y aún lo cree.

Ella cree que hay lazos que ya nunca pueden romperse.
Se lo contó Olga Menéndez,
que venimos a esta vida a sanar las heridas, los viejos lazos enfermos, deteriorados,
por eso buscamos a las personas con quienes tenemos cuentas pendientes,
o las resolvemos con otras, da igual.
Venimos a sanar las heridas (o las perturbaciones mentales, llámalo como quieras)
y las relaciones enfermas (el karma);
los lazos de odio, resentimiento, celos, etc.
Y qué pasa con los lazos de amor?, le preguntó ella.
Esos son irrompibles, respondió Olga. Los lazos de amor duran toda la vida, todas las vidas.
Lo reconoces cuando te encuentras a alguien (con quien estableciste lazos de amor).
Aunque no lo comprendas, está en tu experiencia.

Ella también lo cree.

Se lo dijo a su amigo, incrédulo él:
Qué pasa cuando sanas una experiencia de odio, victimismo, resentimiento, envidia, etc.?
Que llegas al final, asignatura aprobada -dijo él.
Y qué queda, al final? Qué te encuentras cuando has sanado cualquier dolor (de enfado, decepción, etc.)?
Él lo pensó unos segundos, pocos: el amor -dijo.
Sí, coincidió ella: el final del camino siempre es el amor.
Siempre lo encuentras, como un telón de fondo,
cuando se han disuelto todas las nubes.
Y entonces comprendes que siempre había estado ahí.

Todo lo demás es impermanente, en transición (como nubes), hasta que lo resuelves.
El amor, no; el amor es estable.
Hablamos del amor-amor, no de cualquier cosa que llamemos amor
-aclaró, para no dar lugar a malentendidos.
Cuando llegas al amor ya no hay marcha atrás.

Así que, en otra vida, eones atrás, dijo de ella que era su hermana grande y aún lo es.
Y ya nunca puede dejar de serlo.
En esta vida o en cualquier vida.
La verá y la reconocerá.
Aunque no lo comprenda.
Y su corazón sonreirá como en una fiesta, igual que ahora.
Sólo porque existe.
Porque sabe que existe, en algún lugar, da igual cómo.
Da igual que esté a su lado o a mil años luz.
Existe -da igual de qué manera.
Y eso es motivo suficiente para la fiesta.
Porque el amor siempre es una fiesta.