lunes, 29 de junio de 2015

Apariencias cargadas de significado.




(De "La mente más allá de la muerte".
Dzogchen Ponlop.
Ed. Kairós).




Se dice que las apariencias son de dos tipos: puras e impuras.
"Apariencia pura" se refiere a la percepción de los seres realizados que han reconocido plenamente la naturaleza de la mente como vacuidad clara y luminosa.
Cuando tales seres miran el mundo, no ven fenómenos sólidamente existentes, separados de la naturaleza de su mente.
Ven y aprecian la danza de las apariencias como el despliegue luminoso del darse cuenta puro.
Por lo tanto, no se obsesionan con las apariencias ni se aferran a ellas como si fueran reales, y sus interacciones con ellas están libres de cualquier asomo de apego.

"Apariencia impura" se refiere a la percepción de los seres ordinarios que erróneamente ven las apariencias relativas como si existieran de una manera que está, sin lugar a dudas, separada de la mente.
Por lo tanto, debido a sus tendencias habituales, su experiencia de las apariencias es confusa y sus interacciones con los fenómenos dualistas están ligadas a la fijación y el aferramiento.

Así, hay dos tipos de experiencias del bardo (o transición) de esta vida:
Una para aquellas personas que perciben de manera directa la verdadera naturaleza de la mente y de la realidad
y otra para aquéllas que perciben de forma errónea un mundo "externo" sólidamente existente.


Cuando nos equivocamos sobre la naturaleza de la realidad, resulta difícil descubrir cómo ver más allá de nuestra perspectiva dualista normal.
Nuestras experiencias cotidianas refuerzan nuestra percepción convencional.
En esencia, tenemos la sensación de que existimos como un yo singular, continuo y permanente, y desarrollamos de modo natural un gran apego a esta idea.
Esto se denomina el desarrollo del ego y el aferramiento al ego.
Además, creamos un nivel secundario de aferramiento cuando empezamos a atribuir cualidades adicionales a este yo.
No sólo somos el "yo", sino el "yo" que es inteligente, guapo y divertido.
O podríamos usar otras etiquetas, como rico o pobre, artístico o atlético.
Luego necesitamos recordarnos que somos un budista, un republicano o un científico de la NASA.
La historia sólo se hace más interesante y más sólida.
Nos identificamos usando etiquetas sociales, filosóficas, espirituales, científicas y políticas, y cada una de ellas conlleva elaboraciones adicionales.

Hay un proceso interminable de imputación.
Nos etiquetamos a nosotros mismos y luego etiquetamos al mundo entero que nos rodea.
Sobre esa base, nuestro apego al yo se profundiza y nuestra relación con los demás se hace muy interesante. Hacemos amigos y enemigos. Creamos sistemas de valores y creencias, y nos constituimos en facciones separadas.

Podríamos sentir la necesidad de mejorar este yo, con base en toda la competencia. (Lo otro, separado).
Necesitamos encontrar un mejor trabajo y tener más éxito.
Cuando hemos logrado eso, queremos tener más poder, más fama y, desde luego, más dinero.
Si tenemos un millón de euros pronto necesitaremos un billón.
Es interminable.


Subyacente a toda nuestra experiencia en el bardo de esta vida, hay un nivel fundamental de ignorancia que simplemente no ve las cosas como son.
El aspecto ignorante de la mente básica percibe de manera errónea el yo y los fenómenos externos como si fueran reales, como si existieran inherentemente, cuando no es así.
A esto también se le llama "imaginación falsa".
Debido a ello, surgen las apariencias de samsara y actuamos según la dualidad entre sujeto y objeto.
Algunas cosas se adoptan o aceptan y experimentamos apego hacia ellas; otras cosas se abandonan o se rechazan y experimentamos aversión hacia ellas.

Ésta es la naturaleza de la existencia samsárica, que es simplemente una manera de decir que el mundo sensorial alrededor de nosotros, así como nuestro mundo emocional y nuestro mundo intelectual, todos ellos se ven, se experimentan y se piensan de manera superficial.
No vemos su realidad más honda, su naturaleza profunda, que es el vacío.
No reconocemos que la verdadera naturaleza de todas las apariencias -todos los fenómenos- está vacía de una existencia inherente en el nivel último, mientras sigue apareciendo en el nivel relativo.
No reconocemos la unión, o inseparabilidad, de la apariencia y el vacío.


Como resultado de estas interpretaciones erróneas de las apariencias, damos pie y estamos sujetos a estados intensos de sufrimiento llamados Kleshas.
Klesha se traduce como "mente afligida" o "mente perturbadora" o "perturbación mental" y, en general, este término se refiere a nuestra experiencia ordinaria y confusa de las emociones.
No obstante, Klesha no sólo incluye las emociones, sino también la causa fundamental del sufrimiento, que es la ignorancia.
En la literatura budista, hay tres Kleshas raíz: la pasión, la agresión y la ignorancia
(también conocidas como el apego, odio o aversión y la ignorancia).
Se las considera "los tres venenos mentales" o las tres raíces de la mente afligida.
Las Kleshas también incluyen las emociones de los celos y el orgullo, así como cualquier otra emoción o combinación de ellas que pudiéramos experimentar.
Desde la perspectiva del camino espiritual, estos estados mentales se consideran destructivos.
Oscurecen la claridad natural de la mente y son la causa de muchas acciones poco hábiles.
Así, cuando las emociones están desatendidas por la atención plena y la capacidad de darnos cuenta, producen sufrimiento y se consideran Kleshas, estados mentales impuros o contaminados que siempre aumentan nuestro sufrimiento y traen más dolor y desolación a nuestras vidas.


Sin embargo, esencialmente no hay diferencia entre las apariencias puras y las impuras, ya que la naturaleza de todas las apariencias es la misma: vacuidad clara y luminosa.
Las etiquetas no afectan a la naturaleza absoluta de la mente.
No obstante, desde una perspectiva relativa, la percepción de la diferencia (entre puro e impuro) es desastrosa.
Es el comienzo de nuestra pérdida de la cordura.
Puesto que creemos que las apariencias que surgen ante nosotros están separadas, nos relacionamos con ellas desde la perspectiva de la ganancia y la pérdida, o de la esperanza o el miedo.
Nuestra experiencia del mundo empieza a estar caracterizada por la lucha y la duda.
Al final, este estado de sufrimiento persistente se convierte en nuestra condición normal.
Éste es el estado de las cosas para los seres ordinarios en el bardo natural de esta vida.
Sin embargo, tenemos la oportunidad de transformar nuestra confusión en torno a las apariencias, trayendo al experimentador (la mente) al camino de la iluminación.
Cuando vemos directamente nuestra confusión con atención plena y conciencia, empezamos a ver la naturaleza despierta y primordialmente pura de la mente a través de esa misma confusión.






martes, 16 de junio de 2015

Mira cómo aparece el sueño...





Por la mañana, al amanecer, aún dormía y soñaba.
A veces, se daba cuenta.
Podía ver cómo su mente iniciaba el despegue de un sueño;
cómo se activaban las emociones y daban a luz un guión de situaciones que se desarrollaban en una dirección.
Se activaba una emoción y daba a luz el comienzo de una historia.
Y al observar lo que estaba creando, se disolvía.
Y no se llegaba a completar.

Luego otra vez, y otra.

Observaba nacer los sueños de una emoción,
cómo empezaban a surgir (los sueños) producto de su mente.
Y al darse cuenta se deshacían.
Tras haber sido comprendidos (su origen, su proceso), no tenían fuerza para seguir creciendo.
Al no creérselos (objetivos, externos, independientes)
sino como una mera manifestación de su mente.





Se preguntó si podría hacer lo mismo con las situaciones de la vigilia.
Observarlas al nacer, darse cuenta.
Y a ver qué pasa.



jueves, 4 de junio de 2015

Hola, casa!




Cuando abre la puerta y entra, saluda "Hola, casa!".

Cuando su hija era pequeña y regresaban a casa después de la escuela, las actividades extraescolares, el juego en el parque, la interacción, cuando metía la llave en la cerradura y abría la puerta, solía saludar en voz alta al entrar: "Hola, casa!". Y su hija también.
Si le preguntabas por qué, no sabía responder. Le salía del corazón, espontáneamente.
Entraba en su refugio personal y lo saludaba, como si estuviera lleno de vida.
Una vida diferente en un mundo diferente, más personal.
"Hola, casa".




Pasado el tiempo, la niña tenía su propia casa.
Y cuando ella regresa al mismo escenario, su gompa, su santuario particular, aún suele saludar.
Hola, casa.
El saludo respetuoso y alegre, como una postración, como un gesto en gasho.
Hola. Te reconozco. Soy consciente
de entrar en el templo, en la tierra pura.
En mi mandala.
Lleno de vida.




Cuando asistía a las clases de su viejo maestro, a veces él solía plantear:
Imagina que entras en tu casa y te abre la puerta el mismísimo Buda; cómo te sentirías?
Ella le miraba asombrada, como si hubiera descubierto su secreto.
Porque ella convivía a diario con Vajrayoguini y Prajnaparamita, y Tara, de todos los colores.

Por no hablar de los libros.
Cada uno de ellos como un mandala lleno de Budas y bodisatvas y seres sagrados,
instrucciones reveladoras, aventuras y experiencias místicas.

Cómo sentirse sola?




A veces, en el descanso entre sesiones de algún curso urbano de fin de semana, ella salía y se instalaba en una mesa en el patio de una cafetería cercana, repasaba sus apuntes y meditaba (analítica) en las instrucciones recién recibidas, y las contemplaba (emplazamiento), observando cómo las raíces profundizaban y se integraban en su mente/corazón.
Un día, mientras estaba en profunda contemplación, apareció un grupo de las asistentes al curso: Nos sentamos contigo para que no estés sola.
El maestro la miró atentamente y dijo:
Ella no está sola. Verdad?
Ella le devolvió la mirada, cómplice, sonriente, feliz, y le respondió con un mero gesto, en silencio.
Ella nunca estaba sola. Pero no lo dijo.
Especialmente cuando parecía que estaba sola.
No lo estaba.




Recibió una llamada de su amiga, de vuelta de un retiro lejano, en plena naturaleza, en otro continente.
Había sido precioso, se lo había pasado muy bien y había conocido a mucha gente interesante.
El problema era volver a casa.

Qué te has traído de tu viaje, qué te ha aportado, con qué cuentas ahora, que antes no contabas?, solía preguntarse ella a sí misma después de cada retiro, curso, año, estación, al final del día, para observar qué cambios se habían dado, si había un antes y un después.
Me lo he pasado muy bien y he conocido a mucha gente interesante, dijo la amiga.
Pero cuando vuelvo a casa todo está igual.
Me siento sola.
He quedado con unas amigas para comer y sé que me lo pasaré muy bien, pero cuando regrese a casa volveré a estar sola.




Por qué el problema reaparece cuando vuelves a casa, después de ver a gente o hacer cosas?, le había preguntado la monja, en una de sus estancias en el monasterio.
Porque no has resuelto el problema de la soledad.
Porque sigues sola cuando estás sola.
El "problema" de la soledad sólo se puede resolver en soledad, porque en realidad no es un problema sino una oportunidad.
No hay ningún problema en la soledad
cuando te encuentras en buena compañía cuando estás sola.
En compañía de Dios, de tu yídam, en tu mandala sagrado.
¿Tienes algún problema cuando estás en la Tierra Pura o en el paraíso, en la mejor compañía de seres sagrados y felices?
El problema de la soledad es cuando no vemos a Dios, ni le oímos.
Pero Dios (Vajrayoguini, Prajnaparamita, Tara), nunca deja de estar aquí mismo.






lunes, 1 de junio de 2015

Vacía tu taza.






La monja preguntó:
Qué es el silencio? Qué sentido tiene el silencio?
Por qué buscar el silencio?
En silencio, las visitantes esperaron su respuesta.
Para escuchar la voz de Dios, dijo la monja, finalmente.
No es para sumirse en la nada.
Es para escuchar más atentamente,
para comprender más profundamente.
Es como la soledad -continuó.
La soledad no es para aislarse del mundo, no es para estar a solas.
Es para estar más íntimamente
con Dios.




El silencio no es mera ausencia de sonido.
Es como escuchar.
Una no debería escuchar preparando la respuesta.
Ni mucho menos, esperando tu turno para soltar una respuesta previamente elaborada.
Escuchar con ruido mental no es escuchar.
Para escuchar hay que hacer silencio.
De la misma manera, no hay silencio con ruido mental.
Para que haya silencio no puede haber pensamientos,
sólo escucha
atenta.

Porque para comprender hay que permanecer en escucha atenta.
No se puede comprender algo nuevo cuando lo sabes casi todo.
Como no cabe más té en una taza llena.
Hay que vaciar la taza, como enseña el cuento zen.