miércoles, 29 de septiembre de 2010

La felicidad.







El apego es un tema que levanta ampollas.
En los debates de curso
(el repaso que hacemos en parejas al final de las clases), suele ser un tema recurrente, ese reto difícil.


El apego es el engaño más difícil de identificar porque casi siempre aparece con su cara más amable (se disfraza de bienestar),
al contrario que el odio y el enfado, que ya entran por la puerta haciendo daño, con la cara al descubierto.
Pero, al final, el apego y el odio son dos caras de la misma moneda.


El apego de los demás es tan obvio;
el propio, no tanto.


Es relativamente fácil observar a los demás y contemplar su fragilidad, su vulnerabilidad, el sufrimiento (manifiesto o subyacente, incluso el que aparenta bienestar), y sentir esa empatía que genera ternura, proximidad, la compasión que desea liberarles, si pudiera.
Es relativamente fácil contemplar a los demás y comprender que en samsara no existe felicidad, que la única forma de felicidad que conocemos es superficial, manipulada, con trampa dentro, como una bomba que acabará estallando en las manos (o en el corazón) antes o después.

Pero no resulta tan fácil ser consciente de ello en la propia vida.

El apego de los demás puede resultar tan obvio.
Y sin embargo cuando es propio
nos parece sublime;
a veces, incluso llegamos a considerarlo como el sentido de nuestra vida.


Migajas de felicidad.

En la propia vida nos aferramos a las migajas de felicidad que conocemos
y, como es la única forma de felicidad
que conocemos,
nos parece grandiosa
y la agarramos con fuerza.

En medio de una vida mediocre
(una vida egocentrada siempre es mediocre,
aunque, a ratos, aparente éxito personal, social o riqueza),
en esta vida limitada,
cuando nos llega alguna experiencia de "felicidad", nos secuestra
(en ese ego hinchado por haber sido elegidos, no alcanzamos a ver que es tan sólo una migaja,
ni aun "la sombra de la luz" de la que habla Battiato),
y nos abandonamos como tortolitos
en una entrega ciega.
Nos hacemos idiotas.
Si duele, que duela (decimos); si es el peaje que hay que pagar, se paga.
Peor sería no disfrutar ni siquiera de eso,
y seguir en la experiencia autocompasiva de no haber sido elegidos
por la fortuna.

Y nos creemos héroes y heroínas, fuertes y valientes, porque le abrimos las puertas al dolor;
pero el dolor sólo te avisa de que hay un ego
herido.
El dolor no es una muestra de amor o de sabiduría o de fortaleza,
sólo es un síntoma
de la yoitis (la inflamación del yo)
que nos gobierna.


No le llames amor a un ego dolido.









Pero, desengáñate: no le llames amor.
Donde hay dolor no hay amor,
sólo hay un ego
dolido.

El problema es que mientras que continuemos siendo socios de ese club,
mientras nos limitemos a ese tipo de experiencias, no podremos abrirnos a otras.
Porque hay que salir de un estado de conciencia para entrar en otro.
Como no te puedes llevar la oscuridad
a la luz.


A más ansiedad, más alivio;
a más alivio, más apego.

El problema con el apego es que se reafirma a sí mismo, por su propia dinámica. Exactamente igual que ocurre con cualquier otra adicción.

Cuando decides que algo te hace feliz, este deseo genera tanta ansiedad que te mantiene en vilo hasta que lo consigues.
Y cuando lo consigues se reduce la tensión y experimentas un alivio que llamamos "felicidad".
Lo cual parece que te demuestra que eso te hace feliz. Y te aferras más aún a ello.
Hasta que, con el tiempo, pasa a ser tan tuyo, tan familiar, que ya no genera ansiedad y, por lo tanto, no produce alivio y decimos que ya no nos hace felices.
El budismo lo explica como que esa "felicidad" que conocemos
no es más que una mera reducción
del sufrimiento anterior.

Los seres iluminados (o tú misma, con un poco de conciencia más evolucionada) se ríen (o lloran) ante las migajas de felicidad de las que nos hacemos esclavos.
Lo barato que nos vendemos.

Si sólo nos atreviéramos a soltar estas cadenas quizás empezaríamos a vislumbrar un tipo de felicidad diferente y mucho más libre
y mucho menos dolorosa,
que hace mucho menos daño a los demás.


Desmitificar el apego.

El dolor del apego no es una heroicidad sino el síntoma
de que algo va mal.

Yo intuyo que el primer paso está en empezar a no mitificar o sobrevalorar el apego,
sino desenmascararlo:
el apego no es ni más ni menos que una forma de egoísmo aplastante.
Una mente secuestrada
en la que ya no ejerces ningún control.
Una mente obsesiva que vuelve una y otra vez a su objeto
sin que puedas evitarlo,
a su casa de citas particular
y transitoria
(desengáñate: la mente de apego cambiará su objeto de apego antes o después
pero siempre hallará alguno al que fijarse).
Una mente enferma.

Y, a partir de ahí
(una vez desenmascarado el apego: no eres un amigo reconfortante
sino mi peor enemigo),
empezar a aprender a hacer uso de los objetos de disfrute,
aprender a disfrutar,
con respeto,
sin apego.
Convertirlos en rituales incluso, en ofrendas, por qué no?
Utilizarlos como herramientas valiosas
en el camino
de crecimiento
-la mayor aventura.

Y dar la oportunidad a que aparezcan otras experiencias
en una experiencia
de conciencia
superior.
Aún humana
pero superior.
Un poco más cerca de nuestra naturaleza profunda
de luz
y sabiduría.



(P.D.: Rabjor dice que no hay que ser amable con los engaños, sino contundente y firme, y yo le creo; de ahí este tono, quizás nada amable, con los apegos que nos secuestran).


lunes, 27 de septiembre de 2010

La polilla.

.

El chico sufría mucho.
Un amor loco había entrado en su vida como un vendaval, poniéndolo todo patas arriba;
luego se había apaciguado hasta desaparecer,
dejando sólo el desorden y el desconcierto de la ciudad arrasada.


Se sentía culpable, "qué tonto soy.
Estas cosas ya no te pasan a ti, ¿verdad?".
Para su sorpresa, oyó que la amiga decía que sí.
Sí me pasa, confesó.
Las aversiones, quizás menos -menos odios, enfados, críticas, rabietas...
Pero los apegos...
Cómo evitarlos?




A veces se cuelan en tu vida sin que te des ni cuenta,
como un objeto grato, amable, festivo,
"virtuoso"
incluso,
y eres como la polilla que, atraída por la luz,
no se contenta con
la luz
y acaba entrando en el fuego hasta quemarse.


Sí pasa, sí.

La cuestión es, entonces, cómo responder ante ese dolor
-el apego, antes o después acaba sacando su cara de dolor, siempre.
A quién pones primero en la lista de prioridades, qué pones primero.
Si tus "necesidades", tus exigencias, tus requerimientos,
tu herida
o la de los demás.
Todo el mundo guarda una herida -o muchas.

Soltar.

Sientes el apego igual (o parecido); lo importante son las decisiones que tomas ante ese apego,
a qué pensamiento le cedes la voz de mando;
básicamente:
al "yo primero"
o
al "yo después".

Poner por delante los intereses de la otra
o de las otras personas
es siempre una gran oportunidad
para la renuncia (esa intensa alegría),
para hacerte un poco más fuerte
y un poco
más libre.

Si aprendes a soltar.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

No conozco otra forma de desarrollar músculo que ejercitar músculo.



Meditar en la muerte tiene muchos beneficios.
Es una de mis meditaciones preferidas.

Quizás puedes pensar: cómo sois la gente budista, siempre dándole vueltas a la muerte y al sufrimiento; un poco masocas, no?
Lo comenta Rabjor a veces, en las clases del PG, abiertas a todo el mundo, llenas de personas de paso y no necesariamente budistas.
Y lo comenta riendo. Él siempre se ríe. No es el tipo clásico de un masoca.
Él no considera que aceptar las cosas como son sea propio de masoquistas. De hecho, ver las dificultades te ayuda a prevenirlas y a prepararte para ellas. Y así, cuando te toque vivirlas, puedes tener las herramientas necesarias para afrontar de una forma airosa la situación.

A mí me gusta meditar en la muerte. Y en las situaciones límite
que he/habré de afrontar.
Experimentarlas, de hecho, (en la medida que pueda), en cada ser
que ya las afronta, en estos mismos momentos.
A eso se le llama empatía.
A querer absorber, para liberarles de su sufrimiento,
se le llama compasión.
Y la compasión es la fuerza que mueve montañas
y te mueve a ti para cambiar.
Se dice que es la puerta de la budeidad.


1ª parte: Admitirlo y prepararte
te hace fuerte.

Pero a mí me gusta meditar en la muerte y en las situaciones límite
también por otros motivos:
para empezar, porque me hace fuerte.
Me prepara.
Cuando anticipas una "catástrofe" que está por venir es como si pagaras una parte de la factura emocional que pagarás.
Ya has estado ahí; cuando llegues, de alguna manera te parecerá
que no es para tanto. Ya sabes de qué va la cosa (como un déjà vu)
y cuando tenemos una cierta familiaridad, duele menos.

Y, por supuesto, te preparas activamente.
De una manera natural una revisa prioridades y prepara las cosas para ese momento, para que duela menos.
Hace lo que tenga que hacer para favorecer las circunstancias futuras
y lo hace sin un gran esfuerzo, sin pensarlo, de forma natural.
Respondiendo a las nuevas prioridades.
Meditar (experimentar, viajar por un momento a ese momento
de tu viaje)
restablece las prioridades
y te anima a vivir una vida con significado.


2ª parte: Contemplar el sueño.





Cuando siento que me estoy yendo de esta vida, qué es lo que más me importa en ese momento?
No creerme las apariencias que surgen en mi sueño (dolor físico, pesadillas, miedos, angustia, resistencia, apegos...), no dejarme arrastrar por la sensación de realidad,
por los temores que puedan aparecer
en mi experiencia,
en mi mente.
Y cómo hacerlo?
No conozco otra forma de desarrollar músculo que ejercitar músculo.

Y esto me lleva a observar las apariencias que surgen en mi vigilia
(dolor físico, conclictos, dificultades, miedos, angustia, resistencias, apegos...)
sin acabar de creérmelas,
a no dejarme arrastrar por la sensación de realidad.
Practicar la mirada del sueño, ser el testigo del sueño
hasta que acabe convirtiéndose en una primera piel.

Y, entonces, meditar en la vacuidad.
Volver al silencio.


3ª parte: aprender a crear entornos
y experiencias de paz y disfrute.

¿Y si la mente, tozuda, se resiste a callar e insiste en crear, conforme a su naturaleza
creadora?
Si lo que deseo es un entorno de paz,
y dado que no conozco otra forma de desarrollar músculo que ejercitar músculo,
tendré que aprender a producir entornos y experiencias de paz
hasta que mi mente las produzca de forma natural,
espontáneamente y sin esfuerzo.
En budismo se les llama "objetos virtuosos" -que producen paz interior, profunda y duradera.
Tierras puras, seres puros
(una mirada pura).
Entornos y experiencias internas
de paz,
amor,
compasión,
de disfrute
en la paz, el amor, la compasión, la aceptación...

Fingirlo hasta conseguirlo
(tierras puras, seres puros: una mirada pura).
Hasta que mi mente las produzca de forma natural,
espontáneamente y sin esfuerzo.


domingo, 19 de septiembre de 2010

Ligereza.



Querido amigo:

Ayer, mientras hablaba contigo sobre la cena con mi hermana
(y cómo, en el transcurso de una conversación, había pasado de la tristeza profunda a la alegría), recordé aquel artículo-epitafio
(o elegía, si quieres)
en el que el autor recordaba a la esposa recién fallecida de un colega, escritor como él, como una persona "ligera",
que aportaba "ligereza" a la vida.
Qué inspiración, pensé. Así quiero ser yo.
Alguien cuya presencia te ayuda a desdramatizar los grandes "dramas" de tu vida.
A soltar.
Esa presencia capaz de ayudarte a transformar
el profundo pesar
en una sonrisa,
en ese sentido del humor de sabiduría
que hacía decir a Sariputra:
"el samsara me hacer reír".




Esa conexión
con la sabiduría que todo ser
lleva dentro;
ésa quiero ser yo
de mayor.

Meditación en la vida cotidiana.


Fuera de la meditación formal, podemos aprend
er a vivir nuestra vida diaria en un estado de paz interior permanente.

En el ejercicio de la meditación formal nos acostumbramos a parar nuestro cuerpo y nuestra mente por un momento y a familiarizarnos con la paz profunda que produce el silencio interior. Pero la meditación no sólo consiste en disfrutar del silencio.

En la paz del silencio interior descubrimos que son los pensamientos negativos obsesivos los que producen nuestro malestar continuo (enfado, ansiedad, crítica, apegos, etc.) y, por este motivo, cuando acallamos los pensamientos dejamos espacio para el descanso y el bienestar. El paso siguiente consiste en identificar los pensamientos positivos que producen la paz, el amor, la compasión y la sabiduría. Cuando nos concentramos en estos pensamientos positivos, primero, y, seguidamente, en el estado apacible y feliz que producen, estamos sembrando las semillas para poder aplicarlos en cualquiera de los acontecimientos de la vida cotidiana.

Cómo integrar la meditación en la vida diaria.

La meditación formal nos permite relajarnos y experimentar la paz interior, el amor, la compasión y la felicidad más profunda. Pero no le sacaríamos mucho provecho si no aprendiéramos a integrar estos sentimientos hasta el punto de que formen parte de nuestra personalidad como una segunda piel y fluyan natural y espontáneamente en cualquier situación de la vida diaria. De esta manera, cada vez que aprovechamos los acontecimientos difíciles de la vida cotidiana para generar paciencia, consideración por los otros, el amor que desea la felicidad de los demás, compasión y deseo de ayudar, de aliviar el sufrimiento de otros seres, etc.,
en cada una de estas oportunidades de la vida diaria que aprovechamos para transformar las adversidades en el camino de crecimiento personal y espiritual, estamos aplicando la meditación a la vida cotidiana.


Con la práctica, podremos vivir las 24 horas del día (tanto en la vigilia como en el sueño) en un estado de atención consciente
de paz
y felicidad profunda,
amor,
compasión y
sabiduría,
hasta llegar a experimentar la mente y el cuerpo de un ser iluminado.









(De un artículo para un periódico local de Olot, Girona).

viernes, 3 de septiembre de 2010

La serenidad.








Un rey (o reina) quería enseñarle algo a su hijo (o hija) antes de morir.
Su descendiente iba a ser un digno sucesor, lo sabía, un buen dirigente.
Se había adiestrado bien en todas las artes oficialmente necesarias para gobernar.
Pero sentía que había algo que quizás no había sabido transmitirle.

Un día le habló de la serenidad.

Pero resultaba difícil de explicar, como resulta difícil transmitir el sabor del chocolate a alguien que nunca ha sentido la experiencia del cacao dulce deshaciéndose en su boca.

Pensó que quizás el arte le ayudaría a hacerse comprender y, así, decidió convocar un concurso para encontrar la mejor pintura (dibujo, esbozo o acuarela) que expresara la serenidad.
Llegaron miles de pinturas y dibujos de todas partes del reino, algunas mejores (a juicio de las personas encargadas de la recopilación) y otras peores, que acababan siendo arrinconadas en algún lugar poco visible. La reina (o rey) había dejado bien claro que no quería que descartaran ni una sola obra porque deseaba contemplartas todas.
Y así, encontró preciosos paisajes marinos de una belleza y armonía inspiradora, oceanos de quietud, campos apacibles, montañas, parques y jardines que desprendían un aroma de naturaleza ordenada y serena. Pero algo faltaba.
Entonces descubrió, entre las obras visiblemente excluidas,
un dibujo de colores oscuros y trazos torpes, un mar agitado y tenebroso amenazando las calles desiertas del pueblo costero.
Éste es el cuadro, dijo.
Cómo?, preguntaron los expertos que se habían encargado de la recopilación de las obras. No sólo era un dibujo a todas luces imperfecto y de técnica pobre
sino que, a su juicio, transmitía inquietud, muy lejos de
la serenidad
que era el tema de la convocatoria.
Entonces la reina hizo que advirtieran un pequeño, minúsculo, detalle en el dibujo:
en medio de la tempestad, en uno de los árboles que bordeaban la costa, había un nido
y en él, dos pájaros:
una madre alimentaba a su cría dándole de comer con el pico,
ajena a las tormentas;
ajena a cualquier preocupación o temor, alimentaba a su cría,
que se sentía apacible, segura
y feliz.
Ésa era la mejor obra de arte capaz de transmitir el significado de
la serenidad.

http://www.youtube.com/watch?v=f_cxtm3AmaE&feature=related


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