martes, 21 de enero de 2020

Contemplación y vacuidad.









Le gusta su santuario. La inspira.
Cada vez es más Hestia y menos Atenea.
Artemisa hace tiempo que quedó atrás, en los orígenes del camino.

En realidad, Artemisa y Atenea aún habitan dentro de ella
pero es Hestia quien ha extendido su presencia y cada vez gobierna con más fluidez su vida, sin oposición alguna.
Como por derecho propio.


Disfruta de su santuario allá donde va,
apareciendo en cada paso.
El escenario transformado, en cada paso.
Como el rey Midas, ella hace que surja el rostro sagrado
por el mero hecho de reconocerlo.
Pero es en su propio templo donde más fácilmente lo encuentra.






La melodía del silencio.
La intensidad del viento, su fortaleza
fortaleciendo los árboles de la montaña y las plantas en los terrados.
Su voz, a veces como un trueno, a veces un silbido.
Las puertas y ventanas tiemblan, o bailan, ligeramente, enérgicamente.
El crepitar del incienso.
La fascinación de los sonidos del silencio, como un coro de voces
sin dirección alguna, esa armonía.

Una sirena de paso,
este día de alerta naranja.
El ladrido lejano de un perro.
Las campanas de la iglesia del barrio anunciando la hora.
El planear intrépido de las gaviotas, algún graznido al vuelo.
Su propio aliento, su respiración.
el camino del bolígrafo sobre el papel,
las palpitaciones de la sangre en sus venas,
el bombear del corazón.

La melodía del silencio
desde el silencio
contemplativo.

El libro en el tatami.
El desplazar de las hojas del libro,
el tacto en las yemas.


"Al principio, realizamos la vacuidad con una mente conceptual, basándonos en razones correctas que hemos comprendido previamente con firmeza.
Cuando realizamos la vacuidad de este modo, tenemos la sensación de que nuestra mente está separada de ella. Parece que nuestra mente está en un lugar y su objeto, la vacuidad, en otro, sin llegar a unirse.
Para alcanzar una realización directa de la vacuidad, hemos de suprimir de manera gradual la distancia entre ésta y nuestra mente, eliminando la apariencia dual.
Éste es el camino de la visión".

(Corazón de sabiduría.
Gueshe Kelsang Gyatso)







domingo, 19 de enero de 2020

Yo absoluto, yo limitado: mismo, mismo.







Ha entrado en el mar cuando se ponía el sol,
caminando sobre una alfombra de arena.
Ha nadado en la piscina bajo el planear de las gaviotas,
una luna llena, ya decreciente, y un cielo de acuarela,
de trazos blancos y rosados
sobre un fondo azul claro.
A la salida, le costó arrancarse del paisaje de playa a la hora violeta,
de vuelta a casa.

Y qué decir de la vuelta a casa en bicicleta por el puerto
y las atracciones de la feria en deconstrucción,
bajo la mirada de la luna, poderosamente iluminada,
aún la larguísima estela de tonos rosados, naranjas y violetas.
Otro día regalado.
La vida es pura magia, pensó.






"Yo absoluto, yo limitado. Mismo, mismo",
le dijo el maestro a Leonard Cohen.


El día es plenamente apacible
La ropa tendida apenas se desplaza al impulso del aire de la montaña.
Y el aliento del bosque alivia levemente la herida del sol en la piel.
Una especie de refugio, activada la alerta por fuertes vientos y bajadas de la temperatura, según dicen.
No es el caso en su mundo.

Se proyecta a sí misma ante el paisaje de mar,
a 10 minutos cabalgando la bicicleta bordeando el puerto.
Efluvios de mar salado en su piel, en el pelo, en los pulmones, en las venas.
Contemplando la inmensidad del paisaje y del silencio.
Se desprenderá de la camiseta y caminará descalza a retornar al vientre de mar.
Catarsis.
¿Está fría el agua?, le preguntan mientras aún las piedras de la orilla muerden las plantas de los pies.
No lo dudes.

Yo absoluto, yo limitado: mismo mismo.
No hay separación.
Esa manía de despreciar el "personaje",
el escenario mundano, samsara, el sufrimiento
y hasta la alegría.






Yo absoluto, yo limitado: mismo mismo.

No va a esperar a despertar para pisar el nirvana.
Eso lo sabe hace mucho tiempo.
No recuerda que haya sido su objetivo acumular toneladas de karma positivo
en su cuenta corriente,
para que un millón de vidas más tarde, al pasar de los eones,
un día pueda alcanzar la iluminación.

Yo absoluto, yo limitado: mismo mismo.
El personaje sufriente y el Yo liberado, lo mismo.

Ya no menosprecia su cuerpo, ni sus emociones,
ni siquiera sus pensamientos
o sus creencias provisionales.
Como si todas fueran flores y frutos del mismo huerto.
Y lo que comúnmente se consideran "malas hierbas"
(magníficas hojas verdes que encontraba en su camino)
ella vio cómo las monjas vietnamitas de Plum Village las preparaban en ensalada
y en las grandes ollas al fuego,
suculentas,
y ellas las degustaba con fruición.






Yo absoluto, yo limitado: mismo mismo.

El sol en el terrado,
el aire del Montjuic en su pelo y en su piel,
el coro de los pájaros en las copas de los árboles de la montaña
y el canto solitario de la tórtola.
El aleteo de la gaviota al abandonar la barandilla.

El terrado y el mar.
El aire cálido y el agua fría.
El cuerpo de 20 años y el de 80.
La aparente materia y la energía invisible.
La vida y la muerte.
Mismo "mismo".