jueves, 11 de enero de 2018

Recuerda, cuerpo.





Recuerda, cuerpo.
Tus caminatas por Collserola.
Recuerda el olor a tomillo y romero, que te nutría.
Recordad, piernas, la alegría, montaña arriba,
de vuestros músculos fortalecidos.
Pulmones, recordad el aire fresco y limpio con el que regabais todos los órganos de este cuerpo,
la sangre, la piel.
Recuerda, cuerpo.

Recuerda el ágape en Can Cortés, el amplio paisaje de valles y montañas a través de las paredes de cristal.
La carta inspiradora.
La guarnición sorpresa en el plato y, otra vez:
"Felicita a la cocinera y dile que es tan buena preparando las verduras que sin duda tendría un gran éxito añadir al menú algunas propuestas vegetarianas".   :)




Recuerda el silencio, al salir,
al regresar de nuevo a la montaña.
El sol luminoso y cálido en invierno,
las nubes protectoras en verano.
Recuerda el silencio, y el aire limpio, y las piernas fuertes.

El camino arriba, al templo del Tibidabo;
la parada al sol de invierno, para meditar, el aire fresco en el rostro,
el valle a tus pies, las montañas,
los sonidos del suave viento en las hojas de los árboles.
Recuerda, cuerpo.




La llegada al templo, coronando la montaña,
el aroma de mirra, el abrazo de calor.
El silencio interior.
Quizás la música sacra, sugerente.
Disolverse de nuevo.
Cuerpo, recuerda.

El océano de cielo de colores que te abraza al abandonar el vientre sagrado,
la puesta de sol envolvente.
Cuerpo, recuerdas?

Camino abajo, la ciudad a tus pies,
encendiendo sus velas conforme la oscuridad
se impone.
El camino pausado, sin prisa.
Cuerpo, recuerda.





Recuerda, cuerpo, la vida que viviste,
el amor que sentiste, la gratitud,
la unión en la que te disolvías.

Recuerda el mar, como un susurro.
Plano, claro, como un espejo.
Recuerda su voz de silencio, llamándote.
Recuerda el abrazo
frío en invierno,
las piedras que trajo la última tempestad
mordiendo tus pies.
Recuerda, cuerpo.





Recuerda pedalear la bicicleta en la noche, de vuelta a casa,
el puerto deportivo salpicado de luces, sobre el mar y bajo el mar, ese espejo,
y por encima del horizonte. La luna vigilante.
Y el susurro dormido del mar.
Recuerda.


Recuerda el amor, cuando el cuerpo era el camino.
Recuerda el amor, el éxtasis, la disolución.
La práctica de la vacuidad;
convertida en Vajrayoguini,
el gran gozo y la vacuidad.
Recuerda, cuerpo, que viviste.


Recuerda, cuando llegue el momento de la última exhalación,
el canto de las gaviotas, y las palomas, y los gorriones
en tu balcón.
Las tórtolas invisibles que te acompañaban en Plum Village,
Retamar
o el Poble Sec,
acunando tus sueños y meditaciones.





Recuerda que serviste a Dios, a Buda,
tan útil.
Recuerda, cuerpo, que has vivido.
Gracias por acompañarme en esta aventura.
Confío haberte cuidado, haberte amado,
haberte servido,
al menos tanto como me serviste tú a mí.

Cuando me dejes para unirte a otros cuerpos,
para nutrirlos,
para ser otros cuerpos (árbol, hierba, algas, mar...),
cuerpo,
seguiré amándote,
tanto
o más...


Cos meu, recorda.






sábado, 6 de enero de 2018

Después del éxtasis, la colada.






Lo que más le gusta de salir de casa
es el regreso.




A veces, la vida le parece que es como la escuela, literalmente.
Hay un momento en que explosiona un nuevo curso.
Olor nuevo de libros nuevos, materias desconocidas, caminos no andados.
Entonces, miraba los libros en sus manos, como lenguas extranjeras,
"Todo esto me resultará familiar dentro de unos meses,
y ya será parte de mí", pensaba.
Todo este terreno inédito ahora.

La ilusión, la pasión, el entusiasmo ante la aventura desconocida.
Una vez dentro del viaje, la emoción quizás disminuía.
Había que practicar, integrar, "picar piedra", dijo un día la amiga.
Pasado el tiempo, si la maestra lo consideraba adecuado, pasabas de curso.
Y de nuevo la emoción, la ilusión ante el nuevo viaje.
El olor de los libros nuevos, la materia desconocida, como una lengua extranjera.

Y si no era así, tocaba seguir con lo mismo, practicar, hasta acabar de entenderlo,
hasta acabar de integrarlo.




La mujer se quejaba de que había perdido la "conexión".
Como una travesía por el desierto, dijo,
o la noche oscura del alma.
Espera con paciencia, pero qué aburrido es todo!
Repitió la palabra "aburrimiento" varias veces.

La monja la escuchaba y asentía, como si la comprendiera.
A veces vivimos una experiencia como una revelación
y parece que le da la vuelta a nuestro mundo
y a nuestra vida.
Te deja impactada durante un tiempo,
tal vez minutos, quizás horas o días, o incluso meses o años.
Y de repente parece que desaparece la "gracia".
Y queremos otra.
Otra revelación, otra realización, otra lluvia de bendiciones
que llene tu vida de gracia,
la libere de penas
y la llene de amor y alegría.





Y mientras tanto, vivimos una especie de espera,
como si nada tuviera sentido hasta que explosione de nuevo otra realización,
otra revelación que impacte el océano de nuestra vida con sus ondas concéntricas.
Pero no aparece y qué aburrimiento!

Es una forma de vivirlo.






Pero también lo podemos interpretar de otra manera, dijo la monja.
Como cuando entras en un nuevo curso en la escuela, y te apasiona.
Llena tu vida de ilusión.
Y quieres pasar a otro que te induzca, como mínimo, el mismo estado de entusiasmo.
Pero quizás necesitas hacer muchas prácticas para acabar de comprender el tema anterior.
Y no pasamos a otro hasta que éste no esté auténticamente (o mínimamente) integrado y comprendido.

La mujer dijo: Creo que lo entiendo.
Que la vida no es sólo maravillosas experiencias de modificación de la conciencia.
Y ahora me toca "picar piedra".

Depende de lo que quieras decir con "picar piedra", dijo la monja.

Observar mi vida cotidiana, respondió la mujer,
ver si está impregnada por la "revelación".

De qué me sirve, si no, la magnífica experiencia de comprensión,
si no se manifiesta en mi vida diaria?

¿Y esto te resulta aburrido?, preguntó la monja.
A mí me parece apasionante.

Quizás tengas razón, dijo la mujer.

Quizás, coincidió la monja.