sábado, 13 de diciembre de 2008

La experiencia, ¿suma frustraciones o las resta?


Hace unos días alguien me comentaba que, con el paso del tiempo, conforme nos hacemos mayores, las personas vamos acumulando frustraciones y eso, venía a decir, nos hace más desconfiadas y conocedoras de la naturaleza humana.
Es una manera de verlo, una manera de “crecer” en “conocimiento”.

Sin embargo, yo creo que, con el paso del tiempo, con la experiencia, una persona puede ir adquiriendo sabiduría y, desde mi punto de vista, la sabiduría acaba siendo prácticamente incompatible con las frustraciones.
Porque la sabiduría que nace de la experiencia comprende que las demás personas tienen derecho a tomar sus propias opciones, que las expectativas personales no siempre tienen que ser cumplidas por los demás. Y deja de esperar que así sea. La sabiduría que da la experiencia te enseña que todo el mundo tiene sus limitaciones, sus propias perturbaciones mentales, tú también. Yo también. Yo creo que la experiencia te puede enseñar a amar a las personas tal como son, con sus limitaciones y heridas, sin esperar que cumplan siempre todos tus planes. La experiencia puede enseñarte que el resto del mundo no son satélites a tu alrededor.
Y sin expectativas imposibles, se reducen las frustraciones.

¿Acumular frustraciones, con el paso del tiempo? ¿Y por qué no todo lo contrario?
Yo creo que la experiencia te puede enseñar a dejar de experimentar frustraciones o, como mínimo, que cada vez sean menos, menos intensas y menos duraderas.
Y también te enseña a curar las frustraciones del pasado. A comprenderlas, sanarlas, eliminarlas.
Creo que el paso del tiempo no ha de sumar necesariamente frustraciones, sino que puede restarlas.

viernes, 12 de diciembre de 2008

Imágenes para la inspiración.












Imágenes para la inspiración:

La Gran Compasión de Avalokiteshvara;
la unión del Gran Gozo y la Vacuidad
de Vajrayogini;
la Perfección de la Sabiduría de
Prajnaparamita;
la Tara Verde,
madre de tod@s l@s Budas,
con una pierna fuera de la posición de loto,
dispuesta para la acción.
La combinación perfecta de la
meditación
y
la
acción.

jueves, 11 de diciembre de 2008

La sombra de la Luz

Defiéndeme de las fuerzas contrarias
en el sueño nocturno, cuando no soy consciente,
cuando mi sendero se hace incierto.
Y no me dejes nunca más.
No me dejes nunca más.

Devuélveme a las zonas más altas,
a uno de tus reinos de calma.
Es tiempo de escapar de este ciclo de vida.
Y no me dejes nunca más.

Porque los gozos del más profundo afecto
o del anhelo más sutil
sólo son la sombra de la luz.

Recuérdame lo infeliz que me siento
lejos de todas tus leyes.
¿Cómo no malgastar el tiempo que me queda?

No me dejes nunca más.

Porque la paz de ciertos monasterios
o la armonía vibrante de todos mis sentidos
sólo son la sombra de la Luz.


"La sombra de la Luz", de Franco Battiato.

Vivir con ecuanimidad.




Difícil meditación sobre la ecuanimidad, y más difícil aún incorporarla a la vida cotidiana. Un sentimiento de afecto y amistad indiscriminado, hacia todos los seres, lejos de los permanentes altos y bajos emocionales del apego, la aversión y la indiferencia habituales.
Rabjor propone ver a todos los seres como “nuestras madres”:
Si el continuo mental ha existido siempre y hemos vivido innumerables vidas, esto quiere decir que hemos nacido innumerables veces de innumerables madres y que todos los seres del planeta han sido mi madre (tu madre) en alguna ocasión. Verlo de esta manera te ayuda a concentrarte en la inmensa generosidad de cada ser. Y cómo no sentir simpatía y afecto por un ser generoso, alguien que ama y da prioridad a aquellos de quienes cuida por encima de sí mismo.

Doy fe de que funciona. Aun sin recurrir a otras vidas, en esta vida, cualquier persona que te rodea (te caiga bien o no) ama o ha amado a alguien o algo; cuida o ha cuidado de alguien o de algo. Porque todos los seres estamos conectados y en dependencia.
Cuando he sentido que alguien me estaba haciendo la vida difícil (en el trabajo, en cualquier área de la vida), sólo caer en la cuenta de cuánto echa de menos pasar más tiempo con su hija pequeña, o saber que cuida de su abuela, de su madre o de su marido enfermo, tan sólo el hecho de recordar que esa persona ama a alguien, que cuida de alguien, diluye el dolor de mi rabia o el odio. Todo el mundo cuida de alguien o algo; todo el mundo ama a alguien o algo. Y, como dice Lochani, no hay duda de que el amor -tan sólo el hecho de contemplar el amor- abre el corazón.
La aversión, la rabia, el resentimiento, el odio, cierran el corazón y lo endurecen (y el cuerpo y la mente se resienten y enferman, como si no llegaran los nutrientes con la fluidez y abundancia que deberían). El amor y la generosidad abren el corazón y todo fluye mejor y más ligero.

La ecuanimidad te sirve para que tu vida emocional no se vea desestabilizada todo el tiempo por arrebatos de apego (esto me gusta, esta persona es genial, cómo la echo de menos, tengo que caerle bien), aversión (éste es un plasta; no soporto tenerle a mi lado, todo el tiempo quejándose) o indiferencia (qué aburrimiento, no hay nadie interesante, vámonos de aquí). La ecuanimidad te propone el sentimiento de afecto y amistad indiscriminado, hacia todos los seres.
Olvídate de las anécdotas sin importancia y de tus negativas apreciaciones personales -subjetivas, producto casi siempre de situaciones coyunturales- y concéntrate en la experiencia de amor de esa persona (da igual el objeto). Te ayudará a sentir simpatía hacia ella.

Tu aversión o disgusto es la prueba de que algo no funciona en esa relación (abandona la costumbre de echarle la culpa a la otra persona o a la situación) y, como dice Xavier Guix, cuando tú cambias, la relación cambia.
Ya lo dice Rabjor: no podemos esperar a que el mundo cambie para empezar a cambiar; por el contrario, si empiezas a cambiar tú para mejor, el mundo ya estará cambiando para mejor.

Medita en la ecuanimidad. Puede ser el principio de un gran cambio en tu vida.

lunes, 8 de diciembre de 2008

Inspiro y espiro.


Inspiro, y el aire penetra mis fosas nasales y los poros de mi piel y entra en mi organismo interior, en los tejidos, en los órganos, los músculos voluntarios y los involuntarios, los canales y ríos de sangre y linfa, en cada célula, en los átomos de cada célula, en las partículas y ondas vibrando en el espacio de este cuerpo
vacío.
Inspiro y el aire/vacío de fuera penetra en el aire/vacío
de dentro, aparente.
Inspiro y siento que hay más que aire vacío en el espacio, más que oxígeno y carbono. Mucho más.
Hay partículas y ondas en vibración que mis ojos no ven.
Hay cuerpos que mis ojos no ven.
El cuerpo de la verdad de los seres sagrados que se niegan a seguir creando samsara.
Inspiro y el cuerpo de la verdad de los budas en el espacio vacío se mezcla inseparablemente con el espacio vacío de este cuerpo que percibo mío.
Inspiro y el espacio de luz que penetra mi espacio
ilumina mi espacio, inseparablemente uno con el cuerpo de la verdad de los budas.
Inspiro y la mente de la verdad de buda bendice mi mente, esa mente sagrada de buda que reside en algún lugar de lo que percibo como “yo”.
Inspiro y mi cuerpo se ilumina de espacio iluminado.
De luz fresca,
curativa.
Curativa, qué paz
en la salud y la armonía y la paz.

Inspiro más y más,
porque tengo un hambre y una sed
que no es de pan ni vino ni agua ni fruta fresca.
Inspiro para saciar mi hambre y mi sed de
¿oxígeno?
¿vida?
¿energía?
¿ser sagrado?
Inspiro y en cada bocanada de aire/espacio/vacío/buda
me acerco un poco más
al gran gozo
del abrazo
de Kinkara.
Como si en la vida nunca pudiera encontrar la experiencia última
(y muero porque no muero).

Espiro
y en cada espiración
dejo ir un poco de este “yo” con el que ya no me identifico.
En cada espiración un poco menos M.
y en cada inspiración
un poco más espacio sagrado y luz
iluminada.
El cuerpo de la verdad.
Mi cuerpo
realizado
al fin.