jueves, 23 de agosto de 2018

El juego del escondite.







Este cuerpo no soy yo.
No estoy limitado por este cuerpo.
Soy Vida sin límites.
Nunca he nacido
y nunca he muerto.

Contempla el inmenso océano o el cielo lleno de estrellas,
manifestaciones de mi verdadera 

mente-corazón 
maravillosa.

Desde antes de la existencia del tiempo he sido libre.
El nacer y el morir son sólo puertas por las que pasamos,
umbrales sagrados en nuestro viaje.
Nacer y morir son un juego,
el juego del escondite.


Por eso, ríe conmigo,
dame tu mano,
digamos adiós, digamos adiós
para volvernos a encontrar pronto.


Nos encontramos hoy.
Nos encontraremos de nuevo mañana.
Nos encontraremos en el origen de cada momento.
Nos encontraremos en todas las formas de Vida.




Thich Nhat Hanh





domingo, 19 de agosto de 2018

Después de la tormenta.







Lo observa como una inspiración.
El perfecto compañero de meditación.
Su caminar pausado.
El silencio.
La quietud contemplativa.
La concentración.
En los sonidos, la luz, lo que aparece.

Debajo del balcón hay otro balcón.
Debajo de este balcón mudo, quieto, solitario,
hay una cena tranquila
y un agradable compartir en voz baja.

Cleofás y ella contemplan la luz y se dejan bañar por un aire suave,
con la canción de cuna de sus voces, como susurros,
en el balcón de abajo.

Al otro lado del patio de vecinas hay una reunión algo más ruidosa
que a veces estalla en risas, lejanas.
Se dejan abanicar por las risas sin aversión ni deseo.

Abajo, en el mosaico de patios desiertos, un vecino aparece
como en una meditación caminando, sin prisa.
Nada que hacer, ningún lugar a donde ir.
Hoy no hay que regar las plantas, después de la tormenta de verano
que inundó las casas bajas y tiendas del barrio del Raval.

A su paso al Eixample, encontraba a las vecinas vaciando la inundación de sus viviendas
con cubos de agua que volcaban en la calle.

Hoy no hay que regar las plantas.

Un coro de grillos canta el atardecer.
Unas tórtolas cruzan el marco de cielo y terrados.
Suena el aleteo pero no su canto.
Cleofás no se inmuta.
Su largo cuerpo de largo pelo blanco y café con leche
desparramado sobre la mesa,
a su lado.

No hace falta nada más.
No hace falta nada.
No hace falta.

Todo es perfecto.
Tal como es.






viernes, 17 de agosto de 2018

El dolor puede ser una forma de encontrar a Dios








Qué queda cuando el sexo desaparece de tu vida,
y aquella copa de buen vino, embriagador, se convierte en tu enemiga,
y la comida también?
Tus mejores aliados tántricos para la inspiración y la plenitud
son ahora una amenaza.
Qué queda, entonces?, le preguntaba la amiga.

El silencio -pensó ella.
El silencio nunca podría hacer daño,
el silencio interior.

La quietud.
La entrega,
esa experiencia que, ya sabes, me gusta tanto.
Parece una decisión
cuando siempre ha sido un destino.
Como si la decisión tuviera algo que ver
con la entrega.

Qué queda?
Queda más. Mucho más.
Quizás aún puedes respirar sin problemas,
esa enorme riqueza.
Una experiencia cotidiana de interser.





Qué queda cuando la vida te retira tus mejores aliados tántricos,
con lo que te costó reconocerlos
(el sexo, la copa de vino, el plato en la mesa)?
Dónde encontrar la inspiración,
la mecha que encienda la pequeña llama que podría explosionar
en un fuego purificador,
bajo el cual todos los fotogramas
se carbonizan
para siempre.






Se dieron un espacio para la reflexión:

La intensa práctica tántrica me ofrece la oportunidad, entre otras cosas
de disolver el pequeño yo con el que me identifico,
morir para pasar a ser
simplemente
Plenitud,
Gozo,
Amor.
El Gran Gozo de la Vacuidad.
Lo que más se ha acercado a esa experiencia que puedo describir, tal como la describo,
ha sido a través del sexo,
implicando el cuerpo en la experiencia de la meditación
-le contaba la amiga.

Pero qué pasa cuando el sexo vuelve a desaparecer (madura el desinterés)?
Aún tienes la comida para esa experiencia de fusión, amor, desaparición,
interser.
Y quizás una copa de vino
haciéndolo aún más fácil.

Pero entonces llega la Vida y te quita la copa de vino
(otra vez el desinterés, un organismo que ya no la desea)
y el disfrute del comer.

Pero lo cierto es que nunca es del todo así
-continuó ella, siguiendo el hilo de la amiga.
Puedes dejar de comer por un tiempo cosas que en otro tiempo te conectaban con el cuerpo de Dios.
Pero aún te queda quizás el agua,
como un río que navega por los ríos de este cuerpo.
La sopa como un caldo de diosas.
O los campos de arroz conteniendo todo el sol y el agua.
O el puré de hojas verdes
como un néctar de las entrañas de la tierra,
ofrecido a las entrañas de este organismo, entregado.
El interser.

Qué queda?
Seguir intersiendo.

En cada respiración tienes la oportunidad de realizar la misma experiencia sorprendente (en su día)
de la muerte y el renacer inmortal que experimentabas en el sexo.






Quizás la Vida te va desvelando caminos rompedores e insospechados desde el nivel más fácil
para quitártelos luego y obligarte a descubrir otros.
Y cada vez, cuando te parece que te ha arrebatado todos los caminos,
todas las herramientas,
descubres que aún te quedan otras, más sutiles
pero no menos poderosas.


Siempre nos quedará el silencio, dijo ella.
La quietud.
La contemplación.
La respiración, quizás.
La piel interactuando con la brisa suave,
o la no brisa.
Los poros de la piel abriéndose,
en ríos de yo misma,
o cerrándose.
Los aromas.
Quizás un baño de mar,
o un baño de bosque.
Las personas con las que interactuar
y materializar el amor profundo.
Los animales, las plantas, las situaciones.
Cleofás.
La luz del atardecer.
La oscuridad de la noche.





Conforme la Vida me los vaya arrebatando,
sé que tendré la oportunidad
de descubrir otros caminos
para el despertar.
Hasta que ya no precise ninguno.


La misma sensación de empacho pesado,
el estómago cerrado.
Incluso el dolor.
(Una vez escuchó:
"El dolor puede ser una forma de encontrar a Dios").
Todos son caminos.

Hasta que ya no precises ninguno.