domingo, 19 de agosto de 2018

Después de la tormenta.







Lo observa como una inspiración.
El perfecto compañero de meditación.
Su caminar pausado.
El silencio.
La quietud contemplativa.
La concentración.
En los sonidos, la luz, lo que aparece.

Debajo del balcón hay otro balcón.
Debajo de este balcón mudo, quieto, solitario,
hay una cena tranquila
y un agradable compartir en voz baja.

Cleofás y ella contemplan la luz y se dejan bañar por un aire suave,
con la canción de cuna de sus voces, como susurros,
en el balcón de abajo.

Al otro lado del patio de vecinas hay una reunión algo más ruidosa
que a veces estalla en risas, lejanas.
Se dejan abanicar por las risas sin aversión ni deseo.

Abajo, en el mosaico de patios desiertos, un vecino aparece
como en una meditación caminando, sin prisa.
Nada que hacer, ningún lugar a donde ir.
Hoy no hay que regar las plantas, después de la tormenta de verano
que inundó las casas bajas y tiendas del barrio del Raval.

A su paso al Eixample, encontraba a las vecinas vaciando la inundación de sus viviendas
con cubos de agua que volcaban en la calle.

Hoy no hay que regar las plantas.

Un coro de grillos canta el atardecer.
Unas tórtolas cruzan el marco de cielo y terrados.
Suena el aleteo pero no su canto.
Cleofás no se inmuta.
Su largo cuerpo de largo pelo blanco y café con leche
desparramado sobre la mesa,
a su lado.

No hace falta nada más.
No hace falta nada.
No hace falta.

Todo es perfecto.
Tal como es.






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