sábado, 13 de julio de 2019

La contemplación.






A veces va bien parar.
Darse una tregua;
nada que hacer, ningún lugar a donde ir.
De retiro.
En un monasterio o en una caseta en el bosque,
o en la casa de cada día, da igual.
Aquí me quedo.
Como Buda debajo del árbol, recibiendo impasible a las visitas.
Quizás la visita del aburrimiento,
el vacío, el sinsentido,
la Duda.
Las dudas.
Como la mejor anfitriona, sin prisa para que se vayan
o se queden.
Sin presión.
Sin interferir.

¡Caray, cuántas nubes en este universo!
Ser alguien, dejar huella, gustar, ser elegida,
la apreciación, como un certificado académico que da sentido
al sentido ausente.

Cuántas nubes de paso!
El miedo a desaparecer, el miedo al sufrimiento,
el miedo al dolor, el miedo a la pérdida, el miedo al rechazo,
el miedo a la vulnerabilidad, a sucumbir bajo los efectos de la hipnosis.
El miedo a no ver a Dios. A perdértelo.
A viajar sin su compañía.
En especial, el último viaje,
como si fuera aún más importante que éste, aquí
y ahora.
El Miedo.
Cuántas nubes en este universo!





A veces viene bien parar,
como una buena anfitriona que detiene sus quehaceres para asegurarse de que todas sus visitas se encuentran confortablemente acogidas.
Ver sus caras relajadas al fin
y sentir su presencia
como nubes
en disolución.



Hasta el aire se detiene.
Ni una brizna de brisa en la ropa tendida,
ni en su cabello
ni en la piel.
Ni en el cuaderno sobre sus piernas.

Qué dulce, parar!
El fotograma congelado,
el paisaje nítido,
el sueño tan claro!






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