miércoles, 10 de octubre de 2018

El Buda humano.





Luz de otoño.
las 8 de la tarde.
Y ya siente la presencia de la luna, aún no visible.
Y podría verla desde su almohada pero saldrá al camino
a recibirla.


Aún hay tiempo.
Se sentó en el cajón de meditación, frente al Buda
y la vela encendida.
Inspirador.
Ni aún así.

Inspirador el atardecer;
cae la noche otoñal ahí fuera,
la sala en penumbra,
el Buda
y la vela encendida.
Ni aún así.

Empezó a sentir dolor de espalda.
Por un momento, sintió una conexión con el Buda
(esa imagen de madera),
sentado, como ella misma,
a la espera de comprender,
hasta que pudiera ver con claridad lo ilusorio de todos los cuerpos.
De todos los fenómenos.
De todos los relatos.





Aún no la ha abatido esa revelación,
de esa forma que ya no hay marcha atrás
ni reconstrucción alguna.
De esa forma que dejas de odiar para siempre,
superados todos los resentimientos,
todas las culpas,
sanadas todas las heridas.

Ocurrió una vez.
Parecía que para siempre,
toda una vida.
Y luego se esfumó.

Cómo no añorarlo.
Que se estabilice para siempre.
Para todas las vidas.
Esta vez para siempre.


Se sintió hermanada con el Buda,
sentado frente a ella,
esperando
la revelación
definitiva.








2 comentarios: