jueves, 4 de octubre de 2018

Samsara y nirvana, la misma hipnosis.







Largo paseo por la montaña, cuesta abajo, y cuesta arriba,
y parecía imposible que el camino condujera de vuelta al templo, en la cima,
pero así era.

Su zona de retiro está aislada de las actividades del templo, pero ahí estaba.

Y de repente, sonidos de voces, conversaciones,
niñas subiendo las escaleras,"Aquí no fuméis, eh?"

 No le molestan los grupos de turistas de visita.
"Yo, es que eso de la fe no va conmigo".
Le suena como su propia voz en el pasado.
Conmigo, que la fe no cuente, dijo una vez,
y el maestro le respondió: Pero si tú tienes más fe que nadie!
Fe?, respondió ella, eso no es fe, es pura experimentación,
yo sólo creo en lo que funciona.
¿Y qué es eso sino fe?, concluyó el maestro.
Descolocada, ya no dijo nada.

Se paró en un banco a descansar, a contemplar.
No era el mejor trono, con una mullida alfombra verde bajo los pies,
ni un magnífico paisaje natural ante sus ojos.
Pero sus pulmones y su piel disfrutaban de la sombra fresca de tres árboles frondosos,
como una bóveda por encima de su cabeza.
A través de las ramas más bajas, al fondo, podía entrever y adivinar el valle,
las montañas y el pequeño pueblo de casas de piedra y teja,
como una nube marrón iluminada sobre la falda verde.

A su espalda, las voces de una familia que se dirige al templo.
"Aquí hay que descalzarse, eh?"
"Madre mía!..."






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