miércoles, 25 de diciembre de 2019

Navidad.







A veces, lo peor de las navidades no son las navidades mismas
(trabajo, comprar, cocinar, preparar la mesa,
ser testigo de las viejas pautas, las tensiones,
recoger las montañas de platos, fregar,
organizar la comida sobrante
y aborrecer la sobreabundancia y el despilfarro).
Lo peor viene después.
Los resentimientos activados, los complejos e inseguridades,
la competitividad, el desprecio, las acusaciones, los insultos.

Parece ser que hay familias bien estructuradas que disfrutan de la celebración y el encuentro.
Pero para otras es como una bomba de relojería.
Caminar por un campo plagado de minas antipersona.
Sobre un cementerio de cadáveres, o de zombis.

El maestro dijo: "Ponte tu armadura de amor".
Te la pones.
"Si surgen ideologías, tú sonríes y ya.
Da igual lo que aparezca, tú sonríes
y ya."
Y lo pones en práctica
y el amor abraza a cada personaje con su mochila llena de relatos,
cicatrices y heridas aún abiertas.
Y cuando todo ha pasado piensas que la navegación esta vez ha encontrado un mar en calma.

Pero no es tan fácil librarse de los viejos fantasmas.
Y el abrazo de la despedida de anoche
por la mañana se convierte en una retahíla de acusaciones,
una lluvia de flechas envenenadas.
Porque no intervienes y no pones a cada cual en su lugar.

El karma es insistente y tenaz.






Hubo un tiempo en que le pareció ver el hilo conductor que la conectaba con sus ancestros,
el vínculo herido que se transmitía inexorablemente a las generaciones en vías de manifestarse.
Que todo acabe aquí, rezó.
Abrió su pecho como si cupiera en él todo el dolor del mundo,
empezando por sus propios vínculos familiares.
Sentía que lo absorbía todo, tomar y dar.
Tomaba todo el sufrimiento de sus ancestros,
el cansancio de las batallas libradas,
el dolor de no haber sabido amar, ni amarse (es lo mismo),
las heridas infligidas a los seres queridos, la culpa.
Se imaginó que lo tomaba todo
y las ramas del árbol familiar, frágiles y podridas,
se nutrían con su amor y sus lágrimas,
y era como una lluvia sanadora, por fuera y por dentro, la savia vigorizada,
y las veía fortalecerse y reverdecer
y dar hojas y flores y frutos.
Las viejas ramas y las nuevas
y las que aún estaban por nacer.







Que aquí se pare todo,
que aquí se sane todo, rezó,
y abrió el pecho para tomar todo el dolor.
Para liberar a las generaciones futuras del dolor por llegar
y a las generaciones pasadas
del dolor de las heridas no cicatrizadas.

Y entonces oyó esa voz:
Así no funciona.

¿Así no funciona?

Optó por entregarse.
Se entregó a los designios de la Vida.
Qué sabía ella de lo que cada cual tenía que experimentar?

Ofreció su disponibilidad
y su amor impermeable.

Tenía todo el tiempo del mundo.

Y supo que se podía ser feliz incluso en el dolor.

La confianza (hay quien la llama la fe)
ayuda mucho.







4 comentarios:

  1. Hola Marie, en que confías para soportar el dolor?
    Un abrazo
    Carolina

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  2. Para empezar, en la Vida, como una madre.
    (Hay quien la llama el Karma, o Dios).
    En que la Vida tiene sus razones.
    La Vida sabe.
    Y desde esa confianza es fácil la entrega.

    Un abrazo, Carolina.
    Y que sea una gran década.
    Estos locos 20s del S XXI. 😍
    Esta continuación.

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