martes, 19 de noviembre de 2019

El poder de los recuerdos.







Uno de sus pocos compromisos es la reunión de los lunes, con personas sin hogar.
No trabaja en la sección de las duchas, o en la organización de ropa limpia, o el asesoramiento para conseguir plaza en comedores o albergues, o hacerse un hueco en las listas para conseguir un piso o una habitación en un piso compartido.
Lo suyo es más etéreo.
Se reúnen simplemente para conversar, para exponer el punto de vista y las vivencias de cualquier situación que se da en la ciudad, desde la experiencia de una persona sin hogar.
Una vez alguien contó que lo más duro (más que el frío o el calor, o la dureza del suelo, a la que te acostumbras), es la soledad, pasarse los días sin hablar, y sin ser vista, invisibilizada.
Así que en las reuniones de los lunes hablan, se manifiestan, y lo publican en el twitter de @Placido_Mo.
Se hacen visibles.

En la última reunión alguien propuso hablar sobre los recuerdos felices, o tristes, significativos o no, los recuerdos que conforman el relato de tu vida.
Davide empezó diciendo que no tenía recuerdos felices.
No tuvo una infancia normal, como cualquier niño.
No jugaba con cochecitos y camiones, dijo.
Él, cuando tenía 8 años, ya se iba con su abuelo a trabajar en el campo.
Se subía en el tractor...

Se detuvo por un momento, porque su recuerdo amargo se estaba convirtiendo en otra cosa.
Yo, con 8 años, ya llevaba el tractor, dijo.

El resto del grupo lo miraba fascinado.
Así que tú no jugabas con cochecitos chiquititos, tú jugabas a conducir un tractor de verdad, directamente.
Se rió.
Empezó a contar historias del campo, y de su abuelo.
Cuando tenía 15 años ya pasaba por los puntos de encuentro para recoger a las chicas y los chicos de la vendimia y demás, y se los llevaba al lugar de trabajo.
Una vez le paró la policía, porque aún era un niño y hasta los 21 años no tenía acceso al carnet de conducir. Pero él ya conducía muy bien desde hacía mucho tiempo.
El policía le dijo:
Vale, yo no he visto nada, tira p'alante.

Se partía el pecho de risa contando anécdotas de la época.

Y así fue como su recuerdo triste se convirtió en otra cosa.
Su convicción de "no tener recuerdos felices" se hizo añicos en un instante.
De repente, su infancia estaba llena de momentos felices.
Y no, no había sido un niño pobre, solitario y marginado,
como siempre se había contado,
sino una persona importante en su entorno.
Y además, ligaba mucho, confesó.






El poder de los recuerdos.
Si te cuentas un relato triste, tu vida es triste.
Incluso con los mismos recuerdos o acontecimientos el relato puede cambiar,
si lo miras desde otro enfoque.
Y es sorprendente cuando de repente ves un poco más, en los mismos recuerdos.
La historia se transforma.
El amor de aquella vez que nos escucharon, la atención, los cuidados.
Ese trajecito, vestido para la foto de estudio (las únicas que se hacían entonces),
que tu madre se encargó de hacer con sus propias manos, planchar y vestirte.
Por detrás de la foto, alguien se cuidó de ti.

Y la historia se transforma.






Entonces, alguien planteó:
Y qué tal nuestros recuerdos del presente?
Las cosas de la vida presente, que un día serán recuerdos.
Cómo son?

Y el barullo se hizo tan grande que lo dejamos para la próxima reunión.
El tiempo se nos había echado encima.
Pero si algo quedó en evidencia es que, a pesar de la dureza de la vida, incluso en las situaciones más difíciles, los días están llenos de instantes y rostros que nos aportan calor, humor y hasta alegría.
Sólo hay que prestar la debida atención.







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