viernes, 11 de octubre de 2019

En el padecer, deleite.








Juntó las palmas de las manos a la altura del corazón
y era la señal para anunciar el compartir, permiso para hablar, desde el corazón,
cuando el grupo activaba la escucha profunda,
desde el silencio interior.

"¡Ah, que no puede faltar en el padecer deleite!"
Leía a Teresa de Ávila cuando, en medio del poema, apareció esta exclamación que me inundó el corazón y el cuerpo entero.
Ni de lejos habría podido yo describir con tanta precisión esa experiencia
que aparece como una lluvia de bendiciones inesperada,
que me coge tan por sorpresa.






A veces, la vida se hace pesada, o difícil,
o conflictiva, o dolorosa,
como atravesando tierras hostiles.
Y de repente, contra todo pronóstico, salgo de mí
(este personaje en el que, en el sueño, designo "yo")
y contemplo la película,
la aventura que me toca atravesar en este "pilgrimage", en este viaje.
Y automáticamente aflora un sentimiento de alegría, de plenitud.
Por qué?
Por el viaje en sí, quizás,
por la vida.
Por la oportunidad.

Aparece un profundo deleite.
Aun en medio del dolor, la enfermedad,
el rechazo o la pérdida.
En medio del padecer del sueño, el deleite de la vida.
De formar parte del cuerpo de Dios.


No habría sabido explicarlo mejor
y ahí está la sorpresa
más oculta:
Que no puede faltar
en el padecer
deleite.







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