miércoles, 9 de octubre de 2019

La atención apropiada.







No es nuevo, que no se siente cómoda regodeándose en la queja,
en "la vida es sufrimiento"
("lo dijo Buda"),
"el mundo es un valle de lágrimas"
y cosas así.


Era prácticamente adolescente cuando,
en una entrevista para una publicación local
a un psicólogo muy mediático, le preguntó, ya off the record:
Por qué esa tendencia a focalizar nuestra atención en los conflictos,
en lo que no nos gusta,
hasta convertirlos en traumas?
Y qué pasa con todo el amor que hemos recibido,
las miles de veces que nos han salvado la vida en la infancia, desde que llegamos a este mundo,
los abrazos, los cuidados,
la comida con que nos alimentaron, la ropa con la que nos vistieron,
todo lo que nos enseñaron?
Llegamos aquí sin nada con lo que pagar los favores y nos los proporcionaron gratis
y a menudo con amor.
Por qué no recordamos cada uno de estos gestos cada día,
igual que recordamos aquella vez que mamá no estaba presente
o alguien nos miró mal?
El psicólogo le respondió:
Porque lo que está bien no cuenta,
es la carencia lo que produce los nudos y conflictos
y heridas emocionales.
Pues a lo mejor es que equivocamos el foco de atención ("atención inapropiada").
Imagina qué diferente sería la vida si tuviéramos presente cada gesto de amor
y cuidados y atenciones que nos han sido regaladas.
Sentiríamos una gratitud infinita
y el privilegio infinito
de vivir la vida que nos ha tocado vivir.






Y ahí sigue,
haciendo un esfuerzo cotidiano
(cuando hace falta, y otras veces sin esfuerzo)
para visibilizar la energía sagrada que aún corre por sus venas,
lo mismo que en cualquier otra apariencia que se manifiesta.

Visibilizando la cara de Dios en cada ser, en cada objeto, en cada situación.
En el canto de los pájaros al atardecer,
o al amanecer, sacándola del sueño de la noche.
En las nubes sonrosadas y grises.
En su propio cuerpo,
que a veces le disgusta tanto,
cuando se olvida de que es también el rostro de Dios.








Corregía los textos para la edición del próximo ebook cuando encontró aquella comida,
cuando el amigo repentinamente la miró con sorpresa y dijo:
"¡Eres una Valkiria!"
Ella no entendió pero percibió que el amigo había transcendido por un momento su pequeño yo (de ella)
y eso le gustó porque ella hacía lo mismo con él, y con todo lo demás,
cuando aparecía,
a menudo.

Y apareció una cena una noche de San Juan, en una terraza,
los fuegos artificiales por detrás de la silueta del amigo,
que por aquella época decía no entender la vacuidad.
Hablaron del Libro Tibetano de los Muertos
y del acompañamiento que recuerda al ser que acaba de dejar este mundo
que todo lo que encuentra en su viaje es meramente un sueño.
Demonios, amenazas, vértigos, monstruos en el camino, infiernos...
No te lo creas, es una mera proyección de la mente.
Pues imagínate que en la vida de vigilia
te acompañan emanaciones de Buda que te recuerdan
que lo que está ocurriendo y tanto te afecta
es solo un sueño, proyecciones de la mente.
Ese sueño lúcido tiene que ver con la vacuidad.

El amigo la miró como si la acabara de ver por primera vez y dijo:
"¡Eres una emanación de Buda!"
Y ella no dijo que no ni jugó el juego de la humildad
y el ocultamiento.
Pensó:
Claro. Y tú también.
Porque para ella él siempre había sido una emanación de Buda,
un yídam que había salido de la esfera última, del dharmakaya,
para manifestarse en el mundo de la forma.
Como todo lo demás.







Y ahí sigue,
porque ya hace tiempo se cansó de marear la perdiz
y del monotema de la miseria humana.

En otra entrevista a un sociólogo especializado en las relaciones de género,
él le aseguraba que hombres y mujeres eran planetas separados e incompatibles,
destinados a no entenderse nunca.
Su narrativa era de guerra y conflicto imparable,
como la propia historia de sus relaciones personales.
Ante la condena perpetua e inevitable que él desplegaba,
ella le preguntó:
¿Pero no nos vamos a cansar nunca de sufrir?
Y otra vez esa mirada sorpresa del especialista en la materia:
¿Tú te has cansado de sufrir?
Ella respondió:
En ello estoy.







2 comentarios:

  1. Hola Marie,
    En la entrada aparece 'Dios'y 'Buda'. Dónde se encuentran para ti? Es un conflicto interno que tengo entre el Budismo y el Dios católico. Me parece que tengo que decidir un camino, si no creo que ando perdida en la 'duda perturbadora'.
    Estoy muy preguntona, pero seguro que me puedes aclarar
    Un abrazo
    Carolina

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  2. Yo no veo diferencia, Carolina. Dios, Buda, Vida, Energía, Conciencia... Se le ha puesto infinidad de nombres, incluido Sin-Nombre.
    Pero si el conflicto es elegir un camino (catolicismo o budismo), elige el que te resuene más y te inspire más. Al final ves que diferentes caminos espirituales llegan al mismo sitio.

    Como ves, yo suelo usar los dos como referentes, y también otros (sufismo, hinduismo, chamanismo, hoponopono...). En especial los denominados "místicos", que reconocen la vía directa. Aquí y ahora.
    Las prácticas que inducen a métodos larguísimos o estados como la culpa, etc, me suenan a entretenimientos y distracciones.

    Y es posible que te haya liado un poco más. :(

    Un abrazo.

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