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Querido amigo:
Dices,
es que los cambios
más grandes
se dan al principio.
Y tienes tanta razón.
Llegas a la primera clase,
a la primera
meditación,
y oyes decir que el bienestar y la felicidad no dependen de lo que pase fuera, que nadie ni nada es responsable, como creías, de lo mal o lo bien que estás.
Y es como un antes y un después. Ya no echas la culpa a tu pareja o a tu madre, o a tu hijo o a tu jefa,
de tus obsesiones, de tu malestar.
Ahora sabes que eres tú
y por eso intentas arreglar tu mente, tus interpretaciones.
Y dejas de pelear con las pobres apariencias que (como nubes, kármicas)
pasaban por tu camino.
Ése es un gran cambio.
Como el hito que marca
un antes y un después.
Y luego hay otros.
Me postro ante la luna nueva,
y me postro ante la luna creciente.
Dices: es que los cambios más grandes se dan al principio.
Como Buda dice: me postro ante la luna nueva.
Es lo mismo.
Y qué pena. Por qué no podemos seguir cambiando con la misma apertura de mente?
Por qué no podemos seguir con la misma receptividad?
Podríamos, porque después de la primera conquista (de conocimiento, de sabiduría) vienen otras.
Y sin embargo nos quedamos en esa estación, como si lo que hemos descubierto ya fuera suficiente para el resto de esta vida. De todas
las vidas.
(Ya he aprendido lo que tenía que aprender y ahora me instalo en un descanso
indefinido).
Y aún así, se nos olvida, y volvemos a las viejas creencias,
a echarle la culpa a la pareja, a la madre, la hija o el jefe,
a la situación, a la crisis, a esta sociedad
que no nos deja pensar.
Pero no es verdad.
Porque tú decides
la sociedad en la que quieres vivir.
Tú la creas.
Un día lo descubres y te cambia la vida
(y yo me postro ante la luna nueva).
Y luego lo olvidas.
Y sigues apostando por el sufrimiento conocido.
Proteger las realizaciones.
Yo digo que hay que seguir adelante.
Si un día descubres que nadie tiene la culpa de tu malestar (esa realización),
hay que proteger ese descubrimiento.
Y no permitirse culpar a nadie más, sino inclinarse con gratitud
ante el que antes considerabas responsable de tus padecimientos.
Si un día descubres que el egoísmo es el auténtico culpable de todos tus sufrimientos,
hay que buscarlo en cada malestar, en vez de mirar fuera.
Si un día escuchas que la concentración te abre puertas
a otras dimensiones
y algo te dice puede ser así,
pruébalo, explora,
siéntate a meditar
con la atención unipuntualizada y convergente,
y a ver qué pasa.
Si un día intuyes que "la vida es sueño" es algo más que el título
de una obra de teatro,
indaga
en tu experiencia
onírica
y en tu experiencia
de vigilia.
Protege tus realizaciones,
hazlas fuertes,
sólidas
y estables.
Y postrémonos ante la luna creciente.
(Porque no sólo crece la luna que crece,
porque su luz
creciente
baña el pueblo que ilumina;
cada ser,
cada pequeño
y gran
ser
con el que se cruza).
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La luna creciente es siempre una inspiración.
ResponderEliminarCierto.
ResponderEliminarLa "luna nueva", el entusiasmo de descubrir algo es siempre una inspiración, también, pero la constancia y el empeño, el entusiasmo de la confianza que te mantiene practicando y creciendo... Esto es para postrarse.
:-)