viernes, 19 de abril de 2013

Entropía y sintropía.









Viernes.
Final de semana
o principio del fin de semana.
Battiato dice:
nunca hemos muerto, nunca 
hemos nacido.
Luces y sombras
del sol filtrado por una cortina suave y translúcida.
Silencio.

Y me gustaba todo de mi vida mortal, incluso el olor que le daban los espárragos a mi orina.
Todo, de mi vida humana, era hermoso.
Simplemente porque "era".
El olor de los espárragos en mi orina era el olor de la vida,
el aroma del milagro de la vida:
de cómo los espárragos del huerto, que alguien sembró
(o de las orillas de la carretera o junto los rieles de los trenes, donde brotaban naturalmente),
acabaron formando parte de las células de este cuerpo y de los nutrientes de esta mente.
De este continuo mental.
El aroma de la simbiosis.
El aroma que me recuerda que el huerto, la montaña, el mar y yo somos herman@s siames@s.

Viernes y no es el final de nada ni el principio de ninguna otra cosa, aunque lo parezca.
Es el instante en que puedo ver la conexión que me entrelaza al cosmos.
Aun cuando me parezca ser una célula (una partícula, una onda) enferma y débil, dolorida,
aun entonces sigo siendo parte del cuerpo cósmico,
parte del cuerpo de Buda,
de este cuerpo sabio que por sintropía siempre acaba restableciendo el orden.
Y mañana seré una partícula sana y fuerte, fuertemente conectada, generosa, entregada y feliz.
Quizás no de forma estable y definitiva, todavía bajo la hipnosis de la entropía.
Esa hipnosis, esa creencia, que hace que, antes o después,
algo en ella se desestabilice
y otra vez el dolor de la resistencia,
de la pataleta (qué mal se está estando mal)
que debilita las conexiones
y agudiza la sensación de segregación dolorosa.

Hasta que de nuevo la rendición,
la entrega que favorece la sintropía,
el orden, la salud -física, espiritual.

Aún, todavía, este baile cansino de
entropía
y sintropía.
























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