No se puede vivir con tantos relatos.
Y tampoco se puede morir, con tantos relatos.
Ideológicos, políticos, religiosos, espirituales, filosóficos.
Y también personales. El relato de tu vida, los relatos.
Como un juego de mesa, pones sobre el tablero la historia de tu vida.
El relato de tu madre no concuerda, es otro.
El de tu hija y el de tu hijo son otros, a veces se contradicen.
El de tu pareja y el de tu ex.
Relatos diferentes sobre lo mismo.
Tu amiga tiene otro.
Decides que no se puede vivir con tantos relatos, cargarlos a cuestas.
No puedes hacer tuyos todos los relatos, cuando ni siquiera te crees el propio.
Cuando ni siquiera los propios relatos los haces tuyos, tu enfoque personal.
Todas tu historietas y batallas son demasiadas para vivir en paz.
Y para morir en paz.
Quisieras no irte de aquí con tanto ruido, inquietante despedida.
Suena como un motor sin tregua, en el taller vecino, que no descansa de día ni de noche.
Los relatos se cuelan en el sueño y, lo peor, los juicios,
las culpas, los premios (si los hubiera) y castigos.
Al final no ves muchos premios, si acaso un débil veredicto de inocencia
o un no-culpable.
No se puede vivir (en paz), o dormir o morir con tantos relatos.
Más vale dar rienda suelta al silencio, tan dulce y sanador.
Tan amable y amoroso.
Y, a fin de cuentas, es más realista.
El silencio.
Sí.
ResponderEliminarEs magnífica tu reflexión. A mí me lo parece. Y hermosa en su forma.
Y el silencio puede ser muy elocuente.