Hay un concierto de pájaros en la montaña que evoca la primavera.
La ropa tendida al sol.
Una pareja de gaviotas que cantan al vuelo,
se detienen sobre algún mirador privilegiado en los terrados
y lanzan su voz
al aire sin viento.
Y el canto pertinaz de la tórtola.
El calendario dice que el otoño se extingue para dar paso al invierno
pero aquí y ahora emana la primavera.
La primavera como una fuente
de vida.
Curiosamente, hasta la primavera resulta amenazadora
para este pequeño yo separado,
como un preludio del verano,
anunciando la llegada de la pesadez del calor
que descarga las pilas de este cuerpo
y de esta mente.
Para el pequeño yo separado
(esa construcción mental que duele como si existiera),
todo lo que aparece es una amenaza.
Incluso los más intensos placeres
son un mero anuncio de su extinción,
de la vida sin ello.
Para el pequeño yo separado no hay refugio ni descanso.
Esto solo lo encontrarás en el Yo grande,
el Yo estable y real.
Mientras que sigas entretenida en las distracciones de este mundo
no dejarás de preguntarte: "Y ahora qué?"
A la vuelta de un viaje, de una comida entrañable
o un ágape inspirador,
de regreso a casa después de la película en la filmoteca
o el fin de semana en "tierra de nadie", ese respiro,
o perdida en los senderos de la montaña, respirando los aromas
de la Diosa.
Después de cada aventura en este "pilgrimage",
este viaje supuestamente iniciático,
aparece la pregunta:
Y ahora qué?
Y la respuesta puede ser un brindis a la vida.
O no.
La respuesta puede ser la abundancia
o bien la pobreza más absoluta.
La oyó rezar: Vida, no te alejes de mí.
Y escuchó ese poema de Franco Battiato:
No me dejes nunca más.
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