La felicidad emerge en el mismo instante en que se sumerge la ansiedad,
o la distracción.
En ese instante de no-anticipación, de no-miedo,
aparece el momento presente,
la experiencia de plenitud del aquí/ahora.
Y en ese preciso momento el relato de tu vida se transforma.
Y el abanico de propuestas comparte el mismo vértice
de presencia amorosa.
Todas y cada una de ellas (de las posibilidades de tu vida)
evocando el disfrute,
el asombro ante cada nuevo amanecer
o atardecer.
Cuando el yo desde el que vives se ha despertado,
da igual que hagas esto o lo otro,
que vayas aquí o allá,
o que te quedes en quieta contemplación.
Cualquier experiencia es completa en sí misma
y ninguna elección encierra
renuncia alguna.
Cuando conoces esa forma de vivir
ninguna otra forma de vivir es válida.
Y cuando aparece (otra forma)
la atraviesas como una minusvalía,
como una lesión en proceso de recuperación.
Y la plenitud,
la comprensión
o el sentido
es
como la luna oculta,
cuya presencia no pones en duda en ningún instante.
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