domingo, 3 de marzo de 2019

Más difícil todavía.









A veces parece que la vida se empeña en quitarnos las patas sólidas sobre las que nos sostenemos,
que le dan estabilidad a nuestra existencia,
equilibrio a nuestra salud mental y física.
¡Plaf!
Te arranca una pata.
Una pareja, una madre, un amigo
que ni siquiera sabíamos que era tan crucial para nuestra estabilidad.
Un trabajo, el grupo social que nos recibía cada día como una familia,
con sus duras y maduras.
La familia espiritual, esa sangha.
Las creencias espirituales.
la autoimagen
de la madre perfecta, o el padre perfecto.
¡Plaf! Manotazo y fuera.

La vida te la arrebata,
una pata que le daba tanta estabilidad a nuestra existencia.
Y ni la cuestionábamos.
Como si la estabilidad fuera algo propio y personal.
Como si fuera yo misma.
¡Plaf! Manotazo y fuera.
¡Y qué vértigo!
Parece que todo se tambalea.

Cómo seguir viviendo con esa enorme carencia?
De repente, es otro mundo.





A veces, parece que la vida te lo pone más difícil,
cuando te arrebata una pata de tu estabilidad.

Y a veces te las quita casi todas.

Y puede ser tan doloroso.
Y también tan
tan
liberador.
Y es lo mismo.
Aunque al principio no lo parece,
de tanto dolor,
de tanto vértigo.

Como nacer.
Como despertar.

Duele
y comprendes que puedes seguir adelante
cuando las circunstancias cambian.
Sin patas que te sostengan.
O con menos patas.
Haciendo equilibrios.





No hay falta de amor en el desapego,
en la liberación.
Es un amor diferente,
más profundo
e integrador.


Esta vida, como una madre sabia,
que parece que no da respiro.
Que cuando te crees que estás en plenitud
te lo pone más difícil todavía.
Y a ver qué pasa.






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