jueves, 15 de diciembre de 2016

Ofrendas.






Silencio.
El teléfono mudo, el whatsapp, el email, el facebook.
Sin noticias.
Como un mar en calma, sin olas.
El templo iluminado sobre la montaña. Quietud y silencio.
Inspira y espira.
Abraza el aire, que se disuelve en su organismo de aire,
y luego lo deja ir.
Este nudo de energía
(este cuerpo, este yo),
como una nube en proceso de disolución.
Abraza el aire limpio, los sonidos de la tarde,
los absorbe, se metabolizan en una simbiosis sin sujeto
ni objeto,
y suelta lastre.
Nace y muere en cada respiración.
Alguien dijo que sólo hay una inspiración (al nacer) y una exhalación (cuando se acaba).
En medio, el proceso de una sola respiración.
Se está bien sin olas,
en silencio
y quietud.
(Mientras dure).





Cierra algunas puertas. O al menos, las deja entornadas.
Advirtió que se le iba demasiada energía, como un cuenco resquebrajado y lleno de agujeros.
Demasiadas ventanas al mundo. O a los infiernos.
La impotencia, el sufrimiento. El egoísmo.
Necesito nutrirme mejor, pensó.

Día gris y silencioso. La agenda vacía.
El motor de la calefacción de alguna casa cercana le da calor.
El tictac la reconforta.
Las voces de las gaviotas en el terrado.
El silencio. Los sonidos del silencio.
La quietud, la soledad.
Perfecto día de plenitud.
Perfecto y pleno, el instante eterno.

Contempla las nubes flotantes de situaciones potenciales, de personas amadas.
Necesita nutrirse bien para sanar esta tristeza.
Silencio. Tictac.
Toctoctoctoctoc... Ya ha llegado la lluvia, suave,
repiqueteando su melodía en el techo de la galería y en el suelo de los balcones.
Las gotas de lluvia le sonríen.
O quizás es ella la que sonríe a la lluvia.
A salvo, protegida, al calor del motor de la calefacción de su vecina.

Le gusta nutrirse bien, si es posible.
Hacer ofrendas hermosas y frescas y naturales
a su cuerpo y a su mente.
Nutrir la vida.
Y quitarse de en medio.





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