lunes, 1 de febrero de 2016

Cada instante nace una nueva oportunidad.







Algunas cosas ya eran imposibles de encontrar, de vuelta a casa.

Buscó al director del colegio que la mantuvo escolarizada cuando se suponía que tenía que dejar de estudiar, a la muerte de su padre.

Tenía 11 años y su madre se lo había anunciado mientras desenredaba su cabello largo y rubio, como cada mañana. Estaba sentada en una silla y la madre peinaba su pelo largo y dijo: Puede ser que tu padre se vaya y habrá que cambiar algunas cosas y tú tendrás que dejar de estudiar para ponerte a trabajar.

Su padre se fue y el director de la escuela dijo: La niña se queda.
Y cada vez que repartía los recibos del mes, cuando salía su nombre el director decía: Ya te lo ha pagado tu tío. Y le guiñaba un ojo de complicidad.

Otro ángel del barrio le ofreció un trabajo en su tienda de electrodomésticos, para llevar las cuentas de la pequeña empresa, a la salida del colegio.
Gracias a esos hombres ella no dejó los estudios y pocos años más tarde soñaba con ser periodista y dejar la ciudad de su infancia.

Nunca les dio las gracias.
Pasado el tiempo, cuando encontró a alguien que pudiera saber de ellos, le dijo que habían muerto.




Nunca había olvidado a aquel niño, sentado bajo la lluvia en el bordillo de la acera de enfrente, frente a su ventana.
Abrazado a sus rodillas, como para darse calor, la mirada fija en su ventana, bajo la lluvia, y llovía más y más, torrencialmente, como difícilmente llovía en su ciudad.
Sin miedo a tal estruendo de la naturaleza, el niño permanecía sentado en el bordillo de la acera de enfrente. La calle vacía.
Ella le veía desde detrás de la persiana.
Y su madre comentaba: Este niño va a coger algo.

Ella nunca le olvidó.

En realidad, no sabe quién es. Un vecino de tantos. Porque entonces ella sólo vivía para su sueño de futuro.
En el luto riguroso, el silencio, el viento y el gris del invierno, en su momento de "todo está prohibido" (reír, jugar, hablar, ser feliz), ella sólo ponía su atención en la ventana del futuro.
Empezó a escribir y a leer libros a escondidas (Pablo Neruda, Anaïs Nin, Enrico Altavilla y su "Suecia, infierno y paraíso") que le hacían pensar que hay otros mundos en este mundo. Y desconectaba del presente que aparecía ante ella mientras creaba otro presente donde vivir; después de todo, era cuestión de tiempo.

Pero nunca olvidó a ese niño.
Y ya era imposible seguirle la pista. Porque nunca supo nada de él, lo había ignorado absolutamente.
Excepto esa imagen del niño, en silencio, frente a la ventana, bajo la lluvia torrencial.





No podía darle las gracias al director de la escuela de su infancia, ni al dueño de la tienda de electrodomésticos que le ofreció su primer trabajo a los 11 años. Ni al niño que la amó en silencio.
Pero que le regaló aquella imagen que la ha inspirado toda su vida.
No sobra el amor para perdérselo.

Pero ella aún estaba aquí, en este sueño.
Y quizás algún día tendría la oportunidad de ser el director de la escuela para alguien. O el dueño de la tienda de electrodomésticos.
Quizás ya lo había sido.
O el niño que ama sin pedir nada, porque el amor le ha ocupado tanto hasta ser el amor mismo, todo él.
Quizás ya lo había sido. Esa forma de amar.
Y tendría la oportunidad de serlo, una y otra vez más.
La inspiración para otras personas.

La vida en curso, todavía.




2 comentarios:

  1. Identificado. Pasé por algo similar, sólo que en vez de padre fue la madre. Gracias por ponerle palabras a esas imágenes.

    ResponderEliminar
  2. La historia se repite continuamente en este karma colectivo. :)
    Un abrazo, Diego.

    ResponderEliminar