miércoles, 13 de febrero de 2013

Levanta la mano.







Me contaron que una maestra de meditación daba clase a niñas y niños.
Un día repartió chocolatinas entre tod@s ell@s al principio de la clase,
de forma que las criaturas pedían comerse la chocolatina antes de meditar.
De acuerdo, dijo ella, pero con una condición:
Quiero que estéis muy atent@s a lo que sentís
y en el preciso momento en que experimentéis esa felicidad
que esperáis encontrar en el chocolate,
en ese preciso instante, cuando la encontréis, levantáis la mano.

Cuentan que las criaturas, todas, abrieron el envoltorio de la chocolatina aceleradamente y con mucha ilusión y todas se dispusieron a comerla
pero nadie levantó la mano
en  ningún momento.

Lo cierto es que a mí me cuesta creerlo, porque yo soy de las que empiezan a degustar cualquier comida, la que sea, y suele exclamar, con fruición:
Dios, qué bueno!
Lo cual viene a ser algo así como levantar la mano.









Sea como sea, el hecho es que yo me contemplo, a mí misma, casi todas las horas del día
(me gusta contemplar esas cosas que hace ésta que habito),
del ordenador a la bici, de la bici al mar, a la piscina, a la comida con la amiga o amigo de turno...
y le recuerdo, a ella:
en el preciso momento en que aparezca
esa felicidad que buscas,
levanta la mano.



Pero el ordenador embota la cabeza y el asiento entumece el cuerpo;
el esfuerzo de pedalear la bici cansa;
el agua del mar está demasiado fría y corres a la arena;
y en la arena el aire está demasiado frío y corres a la piscina climatizada;






y el agua de la piscina
-ahí sí, ese vientre de agua cálida te absorbe para quedarte, te invita a quedarte,
pero la ausencia de branquias en este cuerpo, que no es de agua, te lanza fuera como un parto prematuro.
Y el esfuerzo de nadar
y el ritual de la ducha
y otra vez pedalear
y...



¿Aún no has levantado la mano?
Puede que no.
O puede que sí.

La clave está en el mero hecho de plantearlo:
cuando estés bien (cuando estés, cuando conectes con el momento presente),
levanta la mano.
Y si en ese preciso momento en que te planteas la cuestión estás pedaleando, es ahí cuando conectas con la experiencia, o con el yo que la transciende, y todo se detiene,
y levantas la mano.
Da igual el momento o lo que hagas,
la clave está en el mero hecho de plantearlo. En ese preciso instante.
Si la has alcanzado, levanta la mano.
Si estás donde quieres estar, levanta la mano.
Si estás presente y transciendes los tres tiempos, levanta la mano.





Porque ya has llegado
y estás donde quieres
estar.










Y da igual lo que hagas.
Cualquier momento, del día o de la noche,
cualquier situación,
cualquier experiencia es buena,
si conectas con el intante
y con el yo que lo transciende
y reconoces que estás
donde quieres estar.

Cualquier momento es bueno para levantar la mano y reconocer que sí,
que ya estás donde siempre has querido
estar.

























2 comentarios:

  1. Me alegro que siguas escribiendo en el blog.
    Un fuerte abrazo!

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  2. Me alegra mucho que sigas estando ahí. :)

    un fuerte abrazo.

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