lunes, 11 de febrero de 2013
Ritmo lento.
Parar el tiempo
para contemplarlo.
Parece que te mueves pero sólo contemplas desde otro ángulo de lo mismo, lo mismo.
Parece que resuelves
pero esos nudos que deshaces están vacíos;
son como nubes, que las tocas y no están.
Hace frío o calor -cómo me he metido en esta hipnosis?
Como una fiesta de carnaval, la proyección se llena de celebraciones que no se celebran
sino que se dejan pasar como trámites, a menudo molestos,
aliviad@s de pasar página.
El cumpleaños de mi hijo, el de su hijo, el de mi hermano, el de mi amigo...
Como trámites molestos, miran hacia otro sitio: es un día como otro cualquiera.
Si acaso, el niño rompe el papel de regalo con ansiedad, o simple curiosidad -ya tiene tanto de casi todo...
Pero nunca es suficiente.
Nunca encuentras dentro del papel de regalo
lo suficiente para ser feliz
y quedarte en esa ciudad de la alegría
de manera definitiva
y estable.
(Todo está aquí).
Celebraciones que no se celebran, abrumad@s por el inmenso caudal de la agenda llena.
Como si nacer a esta vida humana no fuera motivo de celebración.
Año nuevo, el día del amor,
los resultados de los análisis médicos que no amenazan dolorosa cuesta abajo,
todavía no,
esta vez tampoco.
Como si cada milagro que llena esta vida, la tuya, mi vida,
no fuera un motivo de celebración.
Celebrar sin apego.
Celebrar y soltar.
Y seguir celebrando
esta magnífica oportunidad.
Aprender a vivir -como diría mi maestra.
Para aprender a morir. Esa apariencia.
Más de lo mismo.
La misma experiencia.
Ese instante, suma y sigue, del continuo que no cesa.
Como ese esquimal loco (el chamán más anciano de Groenlandia, le llaman),
a mí también me gusta parar
para contemplar
y celebrar.
http://crecejoven.com/antropologia--angaangaq
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