miércoles, 30 de enero de 2019

Pereza para la ambición.







Al principio, resultaba liberador cuando imaginaba ser nadie.
Concluida la meditación, volvía a su lugar en el mundo,
y había tanto que proteger!
Hasta que empezó a observar que la liberación podía pasar a convertirse
en vértigo.
Y eso ocurría en esos momentos que ella denominaba de "reevaluación".

Fuera del sueño/meditación, cada vez era más nadie,
tan nadie como dentro de la meditación.

Observaba los mundos en los que ella ya no tomaba parte.
Y eran bonitos. Alegres, distraídos.
Socialmente valiosos.
Conmovedores.
Los miraba en la pantalla y le inspiraban ternura.
Y tranquilidad.
Las personas que amaba parecían felices.
O al menos parecían disfrutar, entretenidas.

Pero a ella ya no le apetecía volver a subirse a ese tren.

Periódicamente, le gustaba hacer esa especie de reevaluación.
Observar si estaba donde le tocaba
o se había instalado en una especie de zona de confort
de las viejas creencias.
¿Siguen siendo válidas para el "yo" actual?
¿Ha conseguido liberarse de ellas o aún está bajo su dominio?
Lo último que queremos es instalarnos en el autoengaño, se oyó decirle a la amiga.
Y sintió que hasta eso que acababa de decir le producía cansancio.
Entonces llegó a sus manos ese poema de Ryokan.


"Tengo mucha pereza para la ambición.
Dejo que al mundo hacerse cargo de sí mismo.
En mi bolsa hay arroz para diez días
y una pila de leña en la hoguera.
¿Para qué hablar de autoengaño e iluminación?
Escuchando la lluvia nocturna golpear contra el techo,
me siento cómodamente
con las piernas levantadas".





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