sábado, 26 de enero de 2019

La vacuidad aplicada a la vida cotidiana (2)








Cuando empezó a escuchar enseñanzas sobre la vacuidad, le resultó una palabra nueva y unas argumentaciones filosóficas un tanto complicadas, para su mente occidental.
Hasta que se dio cuenta de que ya estaba en su vida, ya había merodeado por sus aledaños
y tocado esa experiencia con las yemas de los dedos.
Aunque no la supiera descifrar en su momento.
Era lo que era, sin nombre.

Por ejemplo, cuando empezó a meditar prácticamente sin guías,
parando cuerpo y mente para contemplar el silencio,
y era como entrar en otro mundo, otra vida.
Ya la vida nunca era igual después de uno de esos saltos inesperados al vacío, sin vértigo.







Allí en la gompa, en medio de la insuficiente explicación teórica, conceptual, sobre la vacuidad,
aparecía la evocación de una experiencia de meditación previa.
Ah, era eso!
Lo que entonces no tenía nombre.

Recuerda una vez, la primera vez de una de esas experiencias de transcendencia reveladoras, catárticas,
que regresó muy a su pesar.
Como una llamada irresistible. Como un empujón.
Tenía que regresar.
No fue un acto de voluntad. Simplemente tenía que regresar.
Dejó la postura de meditación, se levantó y se puso a caminar por el cuarto, conmocionada.
Tengo que transmitirle "esto" a mi hijo -sentía como un mantra.
Si no le hago llegar "esto" (este conocimiento, esta revelación),
no sirve de nada toda la educación, la formación, todo lo transmitido.

Luego escuchó que ésa era la función de los bodisatvas:
regresar para salvar a todos los seres.
Lo del hijo era solo una ilustración.
Aún no lo sabía.

(Si le preguntas si hizo algo para llevarlo a su hijo, te diría que no. Cómo podría?
Solo esperar.
Y estar presente.
Cómo podría hacer otra cosa?
Desde luego, no con palabras).






Sucede que todo lo aparentemente "sobrehumano" que nos transmite el dharma
ya está en nuestro interior como semillas de experiencia.
Ése es el origen de la fe,
de la confianza,
que sabemos que funciona porque ya está dentro.
Aunque aún no lo hayamos identificado.






Pero ya estaba incluso mucho antes de la meditación,
cuando todavía no tenía nombre ni siquiera para ese parar y escuchar el silencio.
A veces incluso la había cogido desprevenida.
En medio del camino al colegio, por ejemplo.
Una especie de arrebato indefinible, no tenía palabras.
Era una niña y aún tenía palabras para pocas cosas,
y desde luego, ésas (meditación, vacuidad) no eran unas de ellas.

Más tarde estudió a Freud y un día creyó descubrir:
Ah, debió ser eso!
Y lo llamó orgasmo.
Y cómo llegó a su experiencia, era un misterio.
Pero no había acertado. No del todo.





Curiosamente, Freud fue precisamente uno de esos referentes que reapareció cuando escuchaba enseñanzas sobre la vacuidad.
El fundador del psicoanálisis del que ella se había separado hacía tanto tiempo.

En la sala de estudio, investigaban la vida como un sueño, las manifestaciones kármicas
(el karma, la ley de causa y efecto, los episodios que acontecen fuera, y dentro)
y recordó lo revelador que le había resultado, años atrás, cuando descubrió que los sueños tenían un significado. No aparecían por azar.
Su mente generaba imágenes y situaciones en el sueño de la noche como consecuencia de acontecimientos previos, físicos y emocionales.
Lo que guardaba en su mente, consciente o inconscientemente, esas semillas,
se manifestaban luego en el sueño como brotes independientes, escenas arbitrarias, emociones nuevas (miedo, alegría, persecución...).
Pero no lo eran, no eran situaciones y emociones independientes.

Había una clara interdependencia con experiencias anteriores.
Como en la ley de causa y efecto.

Aparecían en el sueño historias a veces muy intensas, como caer por una montaña.
Pero cuando se despertaba no había ninguna montaña en la habitación,
y el cuerpo, que había dolido tanto,
al despertar no tenía rastro de las heridas y la sangre, tan "reales" unos segundos antes.

¿Y si la vida "real" fuera esto?
Como un sueño de vigilia.

Recordó el monólogo de Segismundo en La vida es sueño, de Calderón de la Barca.

Freud, Calderón, ¿eran acaso señales, como emanaciones de Buda?

Mensajes de la Vida.

La Vida se encargaba de repetirle lo mismo una y otra vez, de formas diferentes.





¿De qué manera le afecta reconocer el sueño en la vigilia,
la ley del karma (repetición, inercia, causa y efecto),
a mi vida diaria?
El sueño lúcido.
Por una parte, en la interpretación de lo que acontece.
Y, consecuentemente, a la experiencia de lo que acontece, cómo lo vives.

Si mi mente proyecta estas situaciones cotidianas, estos personajes en mi vida
(los conflictos con mi pareja, mi madre, mi amiga, el trabajo...)
es porque tienen una función y un propósito.

No existe el enemigo ahí fuera.
Ni aún cuando me lo parezca, y me duela.

Lo atraigo a mi vida, lo creo
en mi vida
(por eso esta persona se comporta de esta forma precisamente conmigo
y no con otras personas),
provoco que los personajes actúen de la forma que necesito que actúen,
porque lo necesito en mi vida
para
darme cuenta
de algo.
Para comprender.
Para sanar.
Para liberarme del dolor de la ignorancia.

Para
liberarme.

Tal y como veo la vigilia (la vida cotidiana),
no difiere mucho del sueño onírico de la noche.
Solo cambia el nombre.
Y la percepción.


Y si creo
que creo
(que provoco, produzco)
estas situaciones y personajes cotidianos,
dejan de ser enemigos
para pasar a ser aliados.
Aunque en ocasiones les toque hacer el papel de villanos.

Cuánto amor!

Quizás no lo saben,
pero
cuánto amor!






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