lunes, 11 de marzo de 2013

La prueba del algodón.







Silencio y tic tac.
A ráfagas, sonido del viento. Algún click de la tostadora al enfriarse, después del desayuno.
Las 9 y retiro.
El aviso de algún email que entra en el buzón, en el ordenador en su estudio.
Le gustaba desayunar en el otro ala de la casa, el salón desnudo, vacío de tanto "yo", de tantos asuntos que ocupan
ese yo.
Y dejaba pasar los avisos de emails que llegan o el teléfono que suena.
La hora del desayuno
y retiro.
Desayuno largo, sin tiempo.

No había habido ni un sólo instante que le buscara sustituta a su vieja casa, a su vieja familia.
Desde que se esfumaran de su vida (y habían sido todo su mundo), habían empezado a llover ante sus pies invitaciones a una sesshin de fin de semana en la montaña, un retiro de silencio, unas jornadas para la indagación del yo, conferencias sugerentes sobre el poder del ahora...
Todo le sonaba bien, precioso, pero innecesario.
Se desgajaba en réplicas para colarse en cada uno de ellos y contemplar con regocijo los corazones abiertos aquí y allá, haciendo camino, deshaciendo sus nudos.
Igual que ella.
Pero ella sentía que encontraba su retiro cada día donde ya estaba, en cada isla de soledad.
En el desayuno; en el olor de primavera en el aire, al despertar; en el canto de los pájaros; en el viaje en bicicleta hasta el mar, bordeando el puerto, esa preciosa contemplación de mástiles desnudos; en el mar desplegado ante sus ojos y en el mar abrazándola, o engulléndola; en el aire frío sobre su piel, como un vestido a medida.
En la comida como una ofrenda.
Al lavar los platos, al tender la ropa en el terrado y al recogerla, al fregar el suelo, al hacer la cama, al esparcir los cojines sobre el futón, al sentarse sobre el zafu a la hora del crepúsculo, a la luz del crepúsculo, como una historia mágica con principio y fin. Con principio sin determinar y fin sin determinar, que reconoces cuando ya ha tenido lugar la zambullida en la magia de la noche.
El retiro está aquí, pensaba. Cada instante.




Su asignatura pendiente era vivir la compañía sin tensión. Convertir la interacción social en parte del retiro. Llevar el retiro a los intercambios más personales.
Con los intercambios más mundanos era fácil (sin tanta implicación personal, era fácil contemplar, mantener lo que ella llamaba "la mirada de amor y vacuidad") pero la prueba del algodón aparecía en las escenas de implicación más personal, cuando parece que el ego se ve obligado a funcionar.
Entonces le decía "quítate de en medio" y cosas así.
Y se mantenía abierta a las señales.
A la tensión, cuando surgía.
Siempre que estaba presente la tensión es que el viejo yo había hecho acto de presencia.
Y la había sacado
de su retiro personal.

















Así que su vida se había convertido en eso: en un retiro personal.
Salpicado de situaciones puntuales de secuestro emocional; los reconocía por la tensión.
Los consideraba la prueba del algodón.

Algún día conseguiría llevar el retiro a todos los instantes de su vida, a todas las situaciones, a todas las interacciones personales.
Así que aún tenía trabajo aquí mismo, donde ya estaba.
No tenía que buscarlo en otra parte.























4 comentarios:

  1. Permanecer presente y completamente atento al otro. Cuando tú estás presente, también lo está el otro. La presencia del otro también puede ser curativa y reparadora. Manténla y nútrete de ella.

    (Sobre los milagros de la atención plena. Thich Nhat Hanh)

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    1. En la pregunta está la respuesta.
      En la petición está el regalo (Pedid y se os dará).
      Qué sabio es TNH.

      Muchísimas gracias por compartir.

      :)

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  2. Mi querida amiga, que sabia te estás haciendo !!!!!!
    pero es verdad, nos queda trabajo por hacer en este retiro constante que es la vida.

    Cati

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  3. En ello estamos tú y yo, Cati, en esta práctica de la atención plena, la contemplación plena; incluida la contemplación de este "yo".
    Disfruta de tu contemplación y me la cuentas cuando nos veamos, uno de estos días.
    beso.

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