viernes, 29 de marzo de 2013

El haiku.











El haiku.
Cómo describir el instante.
Como fundirse con él.
El haiku es una práctica.

Querida amiga:

La inteligencia de la vida cada vez me sorprende más, la generosidad de la vida.
Te cuida como una madre sabia, tomando las mejores decisiones por ti aun cuando tú
ni la ves y ya te crees mayor, emancipada y autónoma.
Me siento como al inicio de un nuevo viaje, abierto y feliz, como volver a casa.
A casa, a las raíces. A los inicios. Cuando las artes marciales me hablaban sin hablar de atención, presencia, reflejos, intuición, y rompían mi pensamiento conceptual. (Y también rompían mi orgullo).
Cuando cerraba la puerta, fregaba los platos o conducía el coche con la energía justa.
Ni más ni menos. Sin avaricia pero sin despilfarro. Sin agotarme. Fluyendo en la abundancia, entregada a una experiencia de asceta, entre el estoicismo de Epícteto y el hedonismo de Epicuro. Lo mismo -cuando ambos se encuentran en la quietud absoluta del alma. Entonces fue cuando, sentada y en silencio, lo sentí, "eso". Y en medio de la disolución volvió a emerger la madre, de repente, "si no le enseño a mi hijo esto, no le habré enseñado nada". Y me quedé presente y en silencio, a esperar el momento en que pudiera contemplar que él (ella, todos los seres) también lo había comprendido.
Mientras tanto, apareció el sutra, lleno de sabiduría conceptual, la mirada racional que disecciona la mente burda, el ego, el sufrimiento que emana de la materia -esa creencia. La mejor ciencia de comprensión de la mente que conozco, solía decir. Y aún lo digo.
Y el tantra, que rescata a Dios, que le deja respirar, al Dios entre rejas. Sutra y tantra,
un perfecto combinado para atravesar esta aventura humana.
El reconocimiento de todos los seres, la experiencia profunda de la compasión.
Sin ignorar la presencia divina, la naturaleza divina que lo impregna todo. La tierra pura.
Y ahí me quedé, encallada. Y al mismo tiempo reconocedora. Aquí está todo. En todas partes está todo. Ocupada en el servicio. No hay que viajar más ni buscar en otra parte lo que ya está aquí.
Y ahí me quedé.
Y entonces aparecieron ellos y me empujaron fuera. Sin derecho a retorno. Prohibido el contacto. Como una orden de alejamiento. Sin opción a cruzar la distancia de seguridad.
Fuera.
Y luego apareció Rumi y dijo: As you start to walk out on the way, the way appears. 
Y fue como salir a la naturaleza, en libertad.
¿Pero no me sentía ya libre, antes? Sí, pero ahora el paisaje era diferente.
El mundo de los rituales, supersticiones, miedos, etc. se disolvía en su propia vacuidad. También la ansiedad. Quién corre aquí? Detrás de qué y delante de qué?
Parar, respirar y contemplar.
Estar presente.
Ya lo había vivido antes
y durante:
que todo está aquí.
Retomo, con más fuerza si cabe, la atención en el momento presente, donde está todo. La disolución, fundirse en la contemplación. El yo ausente. El haiku.
Despojada de complementos decorativos y otras distracciones.
Me sumerjo en la esencia.
Y muero.
Una vez más.


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