Imagina que no cambian las condiciones externas.
Te mueves por el mismo escenario.
Llegas a casa, a la de siempre, y mientras esperas el ascensor te cruzas con una nueva vecina, que ni siquiera sabes en qué piso vive, y se ilumina algo dentro cuando la ves,
y le deseas feliz año nuevo,
y cuando lo haces el amor te desborda.
Metes la llave en la cerradura y al abrir la puerta saludas a las habitantes invisibles de tu templo, a tus compañeras de piso de otro tiempo.
Entiendes que siguen aquí y siempre lo han estado.
Hola, Vajrayogini, Prajnaparamita, Tara.
La sensibilidad de Avalokiteshvara solía hacerte evocar un "buenismo" que a veces te tiraba p'atrás, así eres tú.
Pero la firmeza, a veces un poco dura (y a veces mucho) de las budas airadas de la sabiduría
siempre te ha atraído.
Incluso Tara, la madre de mirada clara, y rápida como un rayo.
Ninguna criatura caprichosa la va a engañar, manipular o chantajear emocionalmente;
su amor puro e incombustible en cualquier situación, libre de ego.
Imagínate que el escenario es el mismo pero algo en ti ha cambiado.
Esta vez no pasa desapercibido. Lo reconoces porque ya has estado ahí.
El amor que te fortalece y te libera,
cuando ya no hay un ego herido al que proteger.
Lo evocas, lo tocas, ese algo nuevo,
cuando eres libre y fuerte.
Cuando tú eres ésa todo lo demás cambia naturalmente,
el mismo escenario adquiere otras luces y colores y aromas.
Si esta vez te tratas con menos dureza todo irá bien,
porque tratarás con menos dureza a cualquier manifestación, a cualquier espejo.
La amiga le dijo en la cena de fin de año:
"¿Sabes qué? Me gusta verte un poco tocada, herida y vulnerable.
Te sienta bien. Pareces menos dura".
Tomó nota.
Hizo un voto consigo misma.
Esta vez será diferente.
Igual
y también diferente.
¿No cuestionabas una nueva oportunidad, en tu carta de año nuevo al universo?
Aquí la tienes.
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