miércoles, 8 de enero de 2025

El espejo.



El amor, cuando abre los ojos antes de que aclare el día
y ya empieza a desplegarse la orquesta de las voces de las aves.
El amor cuando contempla la primera luz dorada sobre la montaña del Tibidabo
y los terrados de algunos edificios de la ciudad.
La proyección de la salida del sol al otro lado, del vientre del mar.
Cuando la luz dorada se hace plateada, y luego incolora sobre todo el escenario, sin discriminación.
El amor.
Las aves también lanzan su canto de alabanza.
El amor cuando se despierta en la noche, la luna creciente en el marco del balcón.
El insomnio es un regalo de la noche, para que te encuentres con ella,
para que no la olvides.
Y el sueño es un regalo también, un ensayo de irse.
Un regalo de la muerte, esa degustación,
y de la vida, tan reparador de este cuerpo y esta mente usadas.
El desayuno es un regalo, una ofrenda,
a ti misma y al cosmos, sin separación.
Un acto de amor circular, de disolución, 
tú en mí y yo en ti, si hubiera dos.
Pedalear en la bicicleta, esa ilusión de movimiento
cuando el escenario desfila en el instante, aquí y ahora.
El baño frío en el mar, el abrazo de agua, catártico.
Ofrecer a la vecina lo que necesita para las multitudinarias visitas familiares
(ésta es mi segunda casa, dice. Me alegra oírlo). 
También ahí el amor.
En cada respiración (cuando se acuerda de contemplarla), el amor.

Y también cuando no hay amor, cuando aparece el conflicto.
Situaciones y personas que la alteran.
Recuerda la metáfora del espejo:
Cuando te miras en el espejo y ves la imagen despeinada
no te apresuras a peinar el espejo.

También ahí, que triunfe el amor.




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