miércoles, 26 de febrero de 2020

El desierto.





La entrega.
Le gusta vivir así.
Se siente cómoda en la rendición.

No reniega de su papel en aquella película,
cuando le tocó hacer por un tiempo el personaje de la capitana del barco.
No recuerda que fuera duro, o cansado.
Quizás también se rendía, sin saberlo,
entregada a las órdenes de la directora invisible.

Antes de eso, fue una especie de Diana cazadora,
sin el séquito de ninfas.
Una Artemisa solitaria.
Abriendo caminos. Exploradora.
Luego llegó el barco que le tocó capitanear
y en algún momento del trayecto apareció un puerto.
Entonces se echó a un lado,
como en "Los ojos del hermano eterno" .
Se quitó de en medio.
O la quitó la Vida.

En la rendición no se siente derrotada;
en realidad es como si su yo se hubiera hecho más grande.

Ya no entra en terrenos desconocidos como una conquistadora.
Ni tampoco es un salmón nadando contra corriente.
O quizás sí, alguna vez,
pero ella se siente como en el corazón del huracán, sin presión alguna,
otra forma de fluir.






La rendición, qué hermoso puerto.
La entrega.
Cómo ofrecer resistencia a Dios?
Con qué argumentos del orgullo?
Como si en la dualidad hubiera alguna certeza.

Ahora se entrega al desierto.
Ese pilgrimage.
Esa peregrinación.
Ese vacío que explorar, lleno de sombras y luces,
colores y oscuridad.

Y los fantasmas sacan su cabecita amenazadora.
No saben cuántas ganas tiene de conocerles,
de caminar a su lado por un tiempo,
de compartir esta aventura con sus miedos más ancestrales.

El comienzo de una gran amistad,
vaticina.







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