(la vida te ha herido donde más te duele, en lo que más quieres).
Y está bien así.
Te mueves con tu dolor, ralentizado el movimiento,
receptiva y sensible al dolor ajeno,
humilde en tu vulnerabilidad, consciente de la fragilidad
que compartes.
Son las lecciones de la vida que nos recuerdan
nuestra mortalidad.
(De "Notas para una adolescente")
.
Algo por lo que llorar
ResponderEliminarya pasó
el tiempo herido
¿Algo por lo que llorar?
ya pasó
el tiempo herido
Inspirador.
EliminarGracias.
:)
En la ventana, un haiku (como lluvia fresca)
ResponderEliminara este lado
brota una sonrisa.
cómo era eso, marié:
ResponderEliminarcon quien quiera que te cruces, sé amable, porque está librando una dura batalla.
Pero también, sobre los eventos de la vida que nos recuerdan nuestra mortalidad:
ResponderEliminar"Pero también nuestra inmortalidad.
La mortalidad no existe.
Lo dijo Lochani:
Dentro de 50 años, de 100, de 2000,
no estarás muerta.
La muerte no existe.
La cuestión es: dónde estarás.
Y cómo".
(De Notas...)
De la entrevista a Laura García Agustín, para la revista Psicología Práctica.
ResponderEliminar¿Qué hay de cultural y qué de biológico en el dolor de un duelo?
Casi todo es cultural en el afrontamiento de un duelo. Las creencias de partida son fundamentales para aceptar e integrar una pérdida o para negarla y reprimirla. Si de pequeños nos enseñasen a aceptar la marcha de los seres queridos como algo natural no sufriríamos tanto por ella. La muerte es mal aceptada cuando no se entiende o cuando se la tiene miedo, pero forma parte de la vida y así es cómo hay que entenderlo. El problema es que nadie se da por enterado. Todos sabemos que vamos a morir y que van a morir nuestros seres queridos, pero miramos para otro lado y esa negación acaba pasando factura emocional porque nos resistimos a ello.
(De la misma entrevista)
ResponderEliminar¿De qué manera podemos prepararnos para afrontar la muerte, propia y de los seres queridos?
La mejor manera de prepararse para afrontar la muerte de un ser querido o la propia es aceptarla con naturalidad, sin pensar en ella como el final, sino como otro estado, que desconocemos pero que no por ello tiene que ser peor. En realidad, cuando se sufre una pérdida, no se llora o se sufre por la otra persona sino por una misma, porque ya no se puede disfrutar de lo que antes teníamos, pero eso no es del todo cierto, porque las vivencias afectivas siempre quedan en nuestra memoria, son los recuerdos, y mientras sigan allí, nadie puede morir. Sólo muere lo que olvidamos.