miércoles, 21 de octubre de 2009

Aplicar la misma vara de medir al sufrimiento propio que al ajeno.


Hemos abierto una nueva rama (clases de meditación) del centro budista Mahakaruna en el Poble Sec, en Barcelona.
En una de las salas interiores de la tienda naturista Madre Naturaleza (C/ Margarit, 29), todos los lunes a las 7,30 nos reunimos para meditar y contemplar algunas instrucciones budistas.


En estos momentos estamos poniendo los cimientos de una ciudad interior o, si quieres, una isla de paz. Puedes ponerle un nombre, si lo deseas -yo le llamo Keajra, la Tierra Pura de las Dakinis.
Cada vez que nos encontramos, ponemos unos cuantos ladrillos más y vamos definiendo el trazado del mapa de la "ciudad de la alegría" personal, cada cual la suya. En cada meditación, esta isla interior se hace un poco más definida, más completa, más real.
Y más fácil resulta volver a ella en cualquier momento del día, en cualquier situación -mientras esperas el autobús o en medio de un conflicto.

Y así, cada persona se constituye en arquitecta de su propia mente y de su propio mundo, de una forma consciente, libre y responsable.


Cada estado mental tiene su causa en un estado mental anterior.

Como dice Rabjor, los pensamientos que surgen en cada momento son producto de las semillas que antes hemos plantado y ahora germinan en la mente; con la meditación, queremos sembrar semillas que hagan brotar la paz y la alegría, no sólo en el momento sino también en el futuro.

En la última clase, durante la meditación en "igualarnos", surgía la duda de si se puede entender como una forma de resignación, cuando te enfrentas a una situación que no deseas -mal de muchos, consuelo de tontos. Así que reflexionamos sobre la diferencia entre la resignación y la aceptación y, sobre todo, la compasión. Y quedó claro que contemplar el sufrimiento de los demás (y tomar conciencia de que compartimos el mismo sufrimiento, en dosis más o menos reducidas o extensas, dependiendo del momento), lejos de resignarnos y conducirnos a la pasividad, es una manera de generar compasión y empujarnos a la acción definitiva.
Se trata de no negar el sufrimiento propio cuando aparece sino de utilizarlo para conectarnos con el sufrimiento de los demás y aplicar la misma vara de medir al sufrimiento propio que al ajeno, en lugar de dramatizar el nuestro y menospreciar el de los demás.
Contemplar nuestro sufrimiento como si se tratara del del vecino nos ayuda a vivir nuestra experiencia de una forma menos dramática, más objetiva y racional.

No hay nada que nos haga sufrir más que nuestro propio egocentrismo y la estimación propia.


Protege tus realizaciones, fortifica tu nueva ciudad.

Y una vez que hayas meditado en ello con concentración y sinceridad, considera la importancia de proteger las realizaciones que tengas, las experiencias profundas (de paz, amor afectivo, compasión, vacuidad...) que surjan en la meditación, por pequeñas que te parezcan. Volver a ellas, visitar la ciudad una y otra vez, significa darle vida y hacerla grande y fuerte.

La mayor parte del tiempo lo pasamos protegiendo los pensamientos destructivos y repetitivos (es la repetición automática, consciente o inconsciente lo que los hace fuertes) y, sin embargo, dejamos que se pierdan en el olvido las mejores experiencias de nuestra vida, especialmente las internas, por considerarlas poco importantes o inexistentes, producto de la fantasía.
Craso error.
En lugar de eso, a partir de ahora, esfuérzate en hacer un registro de la nuevas experiencias de expansión de la conciencia e irás fortificando tu ciudad interior, de la alegría, acudiendo a ella una y otra vez.

5 comentarios:

  1. Lo que ocurre es que cuando uno lo está pasando mal es como cuando se tiene gripe. Te quedas sin fuerzas ni recursos. Necesitas la cama y que te mimen. No tienes energía para pensar que, ahí mismo, al otro lado, hay alguien que tiene un cáncer incurable. No puedes actuar -o te llevan el antibiótico a la cama o no quieres ni antibióticos.

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  2. A veces una se levanta como cualquier otro día y al paso de las horas se da cuenta de que algo no anda bien, es como si todos los planetas se hubieran puesto en tu contra y parece que no das una; todo lo que tocas acaba mal, las personas se alteran contigo. Hoy no es tu día, te dices, así que más te vale que te olvides de ti.
    Pero aún así, quieres que tu día (un valiosísimo día de tu preciosa existencia humana) sea útil, que no se pierda. Así que puedes hacer dos cosas: o bien no hacer nada (y se pierde) o dedicar tu día a los demás. Recados, cuidados de menores o mayores, favores... lo que sea.
    Haces felices a los demás y, sorpresa, parece que tu mal "fario", tu mal karma desaparece.
    La apreciación, el agracecimiento, la alegría de los demás caen sobre ti como una lluvia de bendiciones rompiendo la "maldición". Y si no es así, tampoco pasa nada, al menos tu día ha sido un día útil para alguien y gracias a eso ha tenido algún sentido.

    Tengo la impresión que no hay nada que purifique más tu mal karma que el amor afectivo desinteresado en acción.

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  3. Cuando una está mal puede hacer dos cosas: lamentarse, victimizarse, agotar con los pensamientos negativos las pocas energías que nos quedan, o bien aceptar que toca pasar por un momento difícil, como si nos madurara un mal karma (la consecuencia de algunos errores previos) y darle un tiempo a esta enfermedad del alma, o del cuerpo, para que se recupere mientras dedicamos la energía que nos queda a facilitar la vida de otros seres aparentemente más receptivos en estos momentos.
    Ponemos el piloto autómatico (si efectivamente son malos momentos para la lírica y no nos sale el amor) y actuamos movidos por nuestro pragmatismo.

    Lo importante es que nuestra vida (nuestros días, nuestra energía) sea útil y valiosa para alguien, da igual para quién.

    Por otra parte, es bastante probable que los efectos de estas acciones generosas acaben sanando todos nuestros males.

    Por muy mal que estemos, casi siempre lo que acaba de agotar nuestras energías son las pensamientos que generamos respecto a nuestra situación; si en lugar de eso invertimos esas pocas fuerzas que siempre nos quedan en algo que sí dé fruto (en los demás), es bastante probable que nos recuperemos muchísimo antes.

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  4. Tomo buena nota, Marié. Lo probaré. Gracias.

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  5. Gracias a ti por sacar el tema y darme la oportunidad de compartir esto.
    En realidad, tú ya sabes de qué va esto -ya tienes dentro estas "impresiones"...

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