sábado, 8 de marzo de 2025

Amanecer.





El aire es aún oscuro
y el cielo sobre la montaña del Tibidabo se va pintando de una luz rosada, naranja y violeta, envolvente, y se cuela en la habitación por los balcones.
El anuncio de la llegada del sol, que se aproxima,
como un parto de las entrañas del mar.
Las gaviotas exhiben su coreografía al otro lado de los marcos de las ventanas.
Conforme el cielo pierde sus colores rosados aparece la luz de un cielo claro y azul.
El sol se hace presente al otro lado y comienza su ascenso sobre el horizonte de agua
y ahora empieza a impregnar de naranjas primero y luego de colores dorados
la montaña y las cabezas de los edificios más altos de la ciudad.
Las gaviotas, las tórtolas y las palomas continúan con su celebración al vuelo.
El tiempo parece ralentizarse
mientras el color dorado del escenario se va transformando en plata,
impregnando las zonas más altas de la ciudad y la montaña.
Finalmente los fragmentos plateados se extienden
cubriendo uniformemente el escenario completo con una luz incolora.
El sol ya ha ascendido al otro lado
y la ciudad y las montañas parecen despertar.

A veces todo el proceso es rápido, como si fuera un guion acelerado.
Otras veces es una sucesión de instantes eternos, ralentizados,
mientras el reloj continúa su curso.
Transcurren 15, 20 o 25 minutos y aún se mantiene la magia de las luces y colores
flotando en el aire.
Las gaviotas cantan como si lanzaran sus alabanzas a Dios, el Cosmos,
desde las atalayas de la ciudad: antenas, chimeneas, barandillas y plantas en los terrados.

Hoy, en su ascenso, el sol toca un techo de nubes densas y hace inmersión en el gris
y desaparece.
Y con él, el velo de luz y color que cubría el escenario.
Una sombra gris suave baña ahora la ciudad.
El día por delante.




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