lunes, 2 de enero de 2023

El dolor.

 


Otro día gris.
Lo mejor: que el frío todavía no ha hecho acto de presencia
para contraerle aún más los músculos.

El dolor sigue presente, intenso.
Al principio, lo tomó como un acompañante
en las actividades de la vida diaria;
luego sintió que el dolor mandaba más
y saboteaba sus planes.
Finalmente acudió por ayuda
urgente
y dijo esas palabras que parecían en boca de otra:
"Quítame este dolor, por favor".

Pero el dolor tenía otros planes y ninguna droga pudo abatirlo.
Entonces comprendió que no había forma de evadirse,
no servía de nada oponer resistencia.
El dolor había llegado como una experiencia a su vida
y no podía hacer otra cosa que afrontarla.

Pensó en los millones de personas que estaban viviendo una experiencia similar en estos momentos
y cuántas de sus personas queridas o conocidas habían pasado por ello tantas veces
y ella lo había presenciado como se escucha una lengua extranjera no conocida.
Ahora comprendía un poco mejor, al menos esa parte.

Silenció el móvil: No molestar.
El nuevo año se abría paso y era el momento de las felicitaciones y los buenos deseos.
Pero pronto se dio cuenta de que no tenía energías para responder o recibir llamadas.

Lo mejor: el silencio;
la compañía de los pájaros al vuelo;
el canto de las gaviotas, las tórtolas, las palomas;
el sol, cuando brillaba (la gente viviendo la fiesta en las calles y en las playas);
el cielo cubierto y el día gris, cuando tocaba.

Lo mejor: el calor,
la bolsa de agua caliente en el respaldo de la silla
(cuando podía sentarse)
o tumbada bajo el edredón.

Le llegó este texto:

"La señal.
Puede tomar muchas formas.
Ansiedad.
Miedo.
Enfado.
Confusión.
(Dolor).
Pueden parecer más reales que la realidad misma.
Si no las vemos como enemigas
sino como aliadas,
entonces se convierten en la Señal.
El Mensaje.
Stop".



Una amiga le había dicho que el dolor había aparecido para enseñarle algo.
Seguramente, pensó.
Pero aún no lo había comprendido.
Pequeñas cosas prácticas, sí.
Y aquello ya mencionado sobre la empatía y la compasión.
La vulnerabilidad, ya la conocía antes.
La decadencia y la mortalidad también,
el desenlace previsible de esta historia.
Pero si alguien le preguntara si había dejado de tenerle miedo a la experiencia de dolor en su vida,
si atravesar esta oportunidad la había liberado definitivamente del miedo al dolor,
respondería que no.
Si es lo que se presenta, lo afrontaré
(qué otra cosa hacer, eso no tiene ningún mérito),
pero no podía decir que había realizado la ecuanimidad
respecto a esto.
Aún prefería vivir sin dolor.
No era como Teresa de Ávila protegiendo sus ataques epilépticos
que le producían esas experiencias místicas.



Cuando se dio cuenta de que el dolor era imbatible,
que había llegado como una experiencia inevitable
y que se quedaba
(aun así, todo pasa
y esto también, ya está en su trayectoria de disolución,
aunque todavía no sea perceptible),
cuando comprendió esto, cambió su mirada.
Aquí estás, 
como una manifestación más de la Vida,
otra cara de Dios.
El Nirmanakaya.
El dolor, como una ola más en el océano soñado.
Como ella misma.
Y el dolor-Dios dejaba de doler.
Esa energía sagrada.

Lo mejor: la transcendencia.
Hacer el amor con Dios 
en esta luna de miel
que le estaba regalando.

Pero luego se le olvidaba.



Lo mejor: el calor, el silencio, la soledad,
tan acompañada.
El olor a canela, clavo, eucalipto, menta y limón
que desprendía su ropa.
Y el aroma del café en el aire de la mañana,
ahora que había vuelto a preparar el café, recién molido,
favoreciendo aún más la inspiración en cualquier situación,
la transcendencia.

Lo mejor, también,
contar con su amigo, si necesitaba llenar la despensa.
No es que tuviera mucha hambre,
de hecho se encontraba más tranquila y segura en el ayuno,
pero había que proteger el sistema digestivo de la agresión de esas drogas,
si no quería acabar rompiendo otra parte de este cuerpo humano.

Lo mejor?
Todo.
Qué sabía ella para decir qué era lo peor,
o inadecuado,
o sobrante.
Sólo podría hablar de sus preferencias personales.
Tan irrelevantes.



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